Ayer terminó la mejor serie de televisión de los últimos años. Las tres temporadas de The Leftovers han ido creciendo de forma exponencial. Desde un discreto pero prometedor comienzo a un final en la más alta cumbre.
Espectacular en todos sus aspectos. Tratada con una sencillez magistral, siendo este aparente oxímoron una de las mayores virtudes que contiene.
Termina pronto porque el público no la ha querido. Es por ello que he decidido dedicarle estas líneas de hoy, alejándome de los temas que se suelen tratar en una columna de opinión. Sé que hago un buen servicio a la ciudadanía recomendando esta preciosa obra del 7º arte.
Lo menos bueno de esta serie es su comienzo que puede no resultar demasiado atractivo en algunos momentos. Pero no tarda mucho en tomar el pulso y ofrecer el producto televisivo más importante en lo que llevamos de década (con permiso de Mad Men dirían algunos),
El sentimiento de pérdida es el tema central de The Leftovers. Se trata de una ficción sentimental en todo su conjunto. No todo tiene lógica dentro de la historia, pero todo transmite algo. Una nueva mitología, un profundo sentido religioso y un gran dolor contenido colman nuestro mundo desde la ascensión, por utilizar el título del libro que la inspira, La Partida en la serie: el momento en que 140 millones de personas desaparecieron sin dejar rastro alguno.
Los arquetipos y dioses recurrentes, los símbolos y supersticiones comunes se dan cita en esta obra con la misma eficacia que se dieron en otra genial y quizá por ello malograda producción de la misma factoría: Carnivale. Si bien en el circo ambulante, las prisas por terminar ante la amenaza de ruina, dieron al traste con un final redondo. Cosa que The Leftovers sí tiene. Finales tan birllantes sólo los hemos encontrado en casos como Los Soprano, A dos metros bajo tierra o Friends.
Quienes hemos sentido una pérdida, nadie está libre de ello en cuanto transcurren algunas décadas de vida, podemos encontrar en esta serie comprensión. Y no en el sentido del consuelo que trató de darnos Kübler-Ross, a quien yo acudí cuando la muerte me sustrajo a quien más quería desde niño, no. The Leftovers muestra cómo encaja el mundo una pérdida global y personal, en mayor o menor intensidad según qué personajes. Posiblemente Tom Perrota tuviera el 11-S en la cabeza cuando escribió su obra. Cada personaje está viviendo una pérdida en mayor o menor medida. Y la afrontan como pueden.
Futuros distópicos, sectas, oportunistas, enloquecidos, pragmáticos, gobiernos, iglesias, símbolos, desesperados, frívolos y mitos por todos conocidos, colman The Leftovers. No es una serie optimista, pero sí tiene fe en nuestra especie, que se rehace tras el golpe. Más tarde o más temprano, con excepciones, de un modo u otro, salimos adelante.
Si bien es Justin Theroux, el agente Kevin Garvey, quien llena la pantalla durante gran parte del metraje y ofrece una interpretación magistral, será Carrie Coon quien se instale en el pecho del espectador y centre lo más sensible de nuestra atención. Nora Durst es uno de los mejores personajes protagonistas de los últimos años. Casi a la altura de Tony Soprano, al lado de McNulty en The Wire.
El elenco de secundarios es perfecto. Atentos a Margaret Qualley, niña prodigio para la gran pantalla. Econtramos a Liv Tyler o Amy Brenneman, remanentes estupendos en la primera parte. Ganando peso la segunda y perdiéndolo la elfa a medida que se alejan de Mapleton, primer centro de operaciones.
Pero hay un tipo peculiar que llena la pantalla y que se convierte en mi personaje preferido desde la 2ª temporada hasta el final de la serie en aquellos momentos en que el guion le deja desarrollarse: el reverendo Matt Jamison, excepcionalmente interpretado por Christopher Eccleston. Un personaje tierno y bueno, pero obstinado y radical al mismo tiempo. Una creación brillante.
The Leftovers tiene tres protagonistas principales: Kevin, Nora y la música. Estamos ante la mejor banda sonora de la historia reciente de las series de televisión, Max Richter merece todos los galardones del ramo. La música es esencial en una serie que pretende tratar un sentimiento.
Uno de los grandes aciertos de la serie es no querer explicar todo lo que sucede, ni convertir una buena idea en un berenjenal. Damon Lindelof, ha aprendido de los errores de Perdidos.
En fin, que ayer despedimos con lágrimas y media sonrisa a la última gran serie que HBO nos ha obsequiado. La mejor en los últimos años. Paradójicamente, una serie que aborda la pérdida, nos hace sumar otra cicatriz al marcharse.
The Leftovers nos dice adiós porque no la ha querido la audiencia. Usted que me está leyendo, apártese del grupo. Pase al otro lado.