Bajo la sombra del gigante

Bajo la sombra del gigante

El paisaje espiritual de la Vega de Antequera, con rango de Patrimonio Mundial desde 2016, se impone como uno de los enclaves prehistóricos más místicos y excepcionales de Occidente. Cosmogonía de arquitectura y naturaleza

LUCAS MARTÍN

Ha sido tierra de muertos. Durante más de seis mil años, que se dice pronto, saltando por encima de oficios, de ministerios religiosos, de lenguas, de materiales. Su permanencia parece insinuar la respuesta a un plan divino, pero en realidad no podría más estar en relación con el hombre. Nada une más a los tiempos, a las culturas, que lo más básico. Y eso, por más que se estilice el mundo, no es otra cosa que la indefensión, que el asombro trágico de la enfermedad, del final de la vida. Menos aún en un pasaje tan convicente, abierto, fuera de toda distracción moderna.

Los grandes monumentos prehistóricos son precisamente raíz común, espiritualidad que sobrevive. Y no tanto por su arquitectura como por el contacto privilegiado, complejo y a la vez desnudo, con lo poco que se revela todavía sólido, inmutable. Pasarán los siglos, la tecnología, pero siempre en última instancia quedará un ser humano interpelado por la naturaleza, la piedra, los astros, la muerte. Una trama que en los dólmenes de Antequera se cumple de manera excepcional, engastada con una finura y una solvencia paisajística que cuenta en todo el mundo con muy pocos referentes.

En 2016, cuando el conjunto fue declarado patrimonio universal por parte de la Unesco, los vecinos más mayores todavía recordaban el sobrenombre de «ciudad vieja». Apenas se sabía nada del enclave: estaba el ensayo de Mitjana, los elogios de Le Corbusier, hipótesis y palabras que se interrumpían en su recorrido mucho antes de llegar a los labriegos que pasaban a diario por la zona y para quienes la construcción de Menga, la única que se conocía, era sólo un lugar en el que meterse durante los días de lluvia para proteger a las bestias. Había, eso sí, la intuición constante de lugar fuera de lo común, de misterio. No es casualidad que en el entorno, y con diferencia del grado de conocimiento, se encontraran enterramientos romanos, medievales. El magnetismo funerario llegó, incluso, hasta el reinado de Carlos III, que eligió una finca aneja para instalar el primer cementerio municipal de Antequera.

 

La Pieza del Museo de Málaga

La Venus de Antequera
Pocas piezas reflejan mejor la ligazón simbólica con el territorio de Antequera. La llamada Venus del Torcal, que debe su nombre al exalcalde de la localidad, José María González, y al paisaje que la define, fue descubierta en la Cueva del Toro por un equipo de investigadores de la Universidad de La Laguna encabezado por Dimas Martín. La talla, que tiene alrededor de 7.000 años de antigüedad, semeja uno de los salientes más conocidos de la sierra de El Torcal, el que la imaginación popular bautizó como El Tornillo. No obstante, no se trata de una réplica ni de un trasunto a escala de corte paisajística. Una incisión vertical, que se aprecia en la foto de Don Hilario que acompaña este texto, sugiere la idea de feminidad, de humanización del entorno. La venus forma parte de la colección del museo instalado en el paraje del propio yacimiento. 

Bartolomé Ruiz, director del sitio, da algunas claves que explican el carácter extraordinario del complejo. Un relato que enriquece lo que se afirma a simple vista, la belleza primaria de las construcciones, los bloques de piedra fantasmal que se enseñorean de los campos. Fue el estudioso Michael Hoskin, de Cambridge, el primero en darse cuenta, con ratificación última sobre el terreno en compañía del propio Ruiz, de las condiciones únicas que rodean las construcciones. De los tres grandes megalitos, dos de ellos, se orientan hacia elementos de la tierra, lo cual no resulta nada frecuente en este tipo de edificaciones religiosas, siempre condicionadas por el movimiento del sol y de las estrellas.

El dolmen de Menga, el más antiguo y quizá sobresaliente, mira en concreto a la silueta de un monte tan enraizado en la historia como sus propios mitos y leyendas: la Peña de los Enamorados. Basta una simple mirada a su perfil, casi de hombre durmiente, para entender por qué las tribus de la Edad de Bronce le atribuían valores sagrados. Con El Torcal, que es el horizonte al que se dirige el tholos de El Romeral, con su planta circular, el ejercicio tampoco es difícil. Y más si se tiene en cuenta que a la singularidad fabulística de sus formas añade el hecho de haber servido de asentamiento de pueblos todavía más remotos. Memoria, honra fúnebre, magnificencia, magia. Un puzzle, el del conjunto, que se completa con la edificación de Viera, la única que enfoca su dirección hacia el sol, a su posición exacta sobre la vega durante el equinoccio de otoño.

Toda esta riqueza de elementos, de relaciones entre sí y con el paisaje no obedece a una simple acumulación. Mucho se ha especulado sobre su significado. Algunas fuentes sostienen que el sitio pudo ser un lazareto, un hospital primitivo, un centro de reuniones, aunque no está comprobado. Lo único que se sabe a ciencia cierta es que funcionó como el corazón de las comunidades instaladas en los alrededores, pueblos en su totalidad nómadas que compartían desde la lejanía algunas costumbres y una inclinación primeriza hacia lo simbólico.

Bartolomé Ruiz no tiene dudas: los dólmenes de Viera y El Romeral, que es el que está más alejado, cumplieron una función sepulcral. Fueron, ante todo, tumbas, mientras que Menga, con su poderoso dintel, iba más allá, ejerciendo de lugar de rito, de templo. Muchas son las incógnitas que quedan por resolver. Entre ellas, el pozo descubierto en 2005,cuya época de construcción no está clara y que podía sugerir algún tipo de oficio religioso vinculado al agua.

La excepción, de nuevo, cubre todo el entorno. Los historiadores hablan de una cultura que mezclaba las costumbres del Mediterráneo y del Atlántico. Y, además, de diferentes etapas, tan superpuestas y fascinantes como la propia secuencia del descubrimiento arqueológico. Lejos quedan ya los escritos, la visita de Alfonso XII, el tiempo en el que solamente Menga se advertía en el paisaje. La cultura milenaria despierta poco a poco; de hecho, el túmulo Viera, colindante al primero, y El Romeral apenas se conocen desde 1904, cuando dos funcionarios sevillanos, los hermanos Viera, quisieron aprovechar sus tardes de ocio para explorar en los terrenos. La concesión del título de la Unesco no ha agotado, en este sentido, las posibilidades de descubrimiento. El plan director del sitio, en fase de elaboración, incluye el tránsito a la titularidad pública de El Cerro del Marimacho, un montículo alineado en altura con los dólmenes de Menga y Viera y en el que se intuye una cueva mortuoria. Resta explorar igualmente algunos de los yacimientos que han salido a la luz con la construcción de infraestructuras como el AVE. Un pulso único en su género, un territorio de piedra sagrado, insisten los arqueólogos Javier Noriega y Eduardo García Alfonso. El carro de novedades y de movimientos universales de la ciudad vieja.

Recreación de la futura remodelación del Museo del Dolmen de Antequera.

Un plan para sacar brillo al entorno de todo el complejo

Aunque ya ha recibido el respaldo de la comunidad internacional y puesto a flote las que se intuyen como sus mejores piezas, el yacimiento de los dólmenes de Antequera todavía tiene muchas puertas por explorar. A la futura excavación de El Cerro del Marimacho, actualmente de titularidad privada, se une  una estrategia que funciona en dos planos, el teórico, con líneas de trabajo para las universidades de Sevilla y de La Laguna, en Tenerife, a las que se unirá presumiblemente la de Málaga, y el práctico, con el cumplimiento de las recomendaciones asumidas en la candidatura por la Unesco. Esto último plantea deberes para las administraciones públicas. A la Junta de Andalucía le corresponden las obras para reducir el impacto visual del museo del sitio, que fue concebido en los noventa en una escala seguramente animada por el colosianismo de la época. El Ayuntamiento de Antequera, por su parte, tiene la obligación de embellecer y reforestar el entorno de los polígonos industriales de los alrededores, mientras que al Gobierno, a quien también se encarga la coordinación del conjunto de los trabajos, le queda pendiente liberar la vía férrea del trayecto Granada-Sevilla, que será convertida en una ruta verde para unir en línea recta la mayoría de los elementos arquitectónicos y naturales del complejo monumental y simbólico. 

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