Se nos fue el gran James Salter

21 Jun

En medio de un día huérfano de tema, pobre en ideas y parco en palabras para esta columna, que como saben se titula “Quemar los días”, leo conmovido la muerte del escritor norteamericano James Salter a los 90 años en Sag Arbor (Nueva York. Hay secretos que un columnista no debería jamás confesar y mucho menos escribir pero lo reconozco sin rubor: Salter es el inspirador del título de esta columna. Su título es expresivo, tanto de la fugacidad de la vida como la de la necesidad de vivirla intensamente, a pesar de su sin sentido. Con ese título, mi salteriana columna –que, por cierto, hoy la número 40 en La Opinión de Málaga– en la que intento interpretar y dar sentido a lo que me llama atención de una vida política, tan fugaz y sin sentido, a veces, como la nuestra. Me pareció entonces y ahora, ese lugar desde el que hago un columnismo político para este periódico desde hace casi dos años, buscando un espacio de reflexión crítico pero sereno y con cierta vocación de estilo propio. No sé por qué, un escritor y su estilo se introdujo en una columna y en un columnismo con propósitos distintos.

Hay escritores que admiramos por su mundo literario, ya sea por su estilo o su mundo imaginario o de ficción, mientras que otros nos fascinan por su visión del mundo o de la vida. Entre ambos respetamos y leemos a los clásicos, nos gustan autores de diversas épocas y géneros y adoramos a unos pocos. Para mí, Salter pertenece a la última categoría. Me fascina tanto su mirada sobre la vida y las relaciones humanas. Es un escritor de un estilo deslumbrante, lleno de matices, que se comprende mejor cuando uno tiene la experiencia adecuada. Nos apropiamos de un escritor de una manera distinta, dependiendo del momento de su descubrimiento y de su lectura. Tengo la sensación que lo leí en la edad adecuada. A los veinte años, como algunas obras literarias o algunas películas, no se perciben bien los matices.

Hay algunos escritores que nos descubren cómo es la vida. Él fue uno de esos elegidos. En sus novelas y en sus cuentos discurren las relaciones humanas, casi siempre complejas, con un estilo único y unas frases asombrosas. Esas frases exactas que definen la vida y a la gente corriente, el gran objetivo del escritor norteamericano. Las frases de Salter son, a veces, una iluminación, otras, un golpe inesperado por sorpresa que te noquea de pura lucidez, como si el propio Sugar Ray Robinson te hubiera dado con una de esas manos eléctricas suyas que te hacen caer en la lona del Garden: Lucidez sorprendente. Hay dos lecturas posibles: la insomne, que es de la que nos hablaba Muñoz Molina que yo llamaría también la de la Ruta 66 o “En el Camino” – Jack Kerouak fue compañero de colegio de James Salter- en la que te sumerges en su lectura hasta el final del texto, o la lenta en la que disfrutas de cada página, de cada frase, releyendo las frases, volviendo atrás, cuando lo deseas. Una lectura oceánica y otra parsimoniosa. De una manera u otra, sucumbes a su punto de vista y su estilo. También a sus detalles y a sus ambientes: sus novelas y cuentos están llenas de elegancia, gente cosmopolita, fiestas, gente educada, buena comida y bebida aunque detrás de ello haya el lado agridulce de la vida.

“Quemar los días” fue el primer libro que leí y me introdujo en su universo literario. Es él nos introduce en su vida, en el único de su obra que pertenece a un género a caballo entre las memorias y la autobiografía, mostrándonos un escritor en el que la vida se convierte en literatura y la vida –cierta experiencia de la vida- le conduce a la literatura. De hecho, una rica experiencia vital y humana enriquecida por un estilo depurado y prodigioso nos hacen entender por qué James Salter se convierte en escritor. No sin antes mostrarnos una trayectoria militar en Westpoint, una experiencia como piloto de caza en Corea y después una vida de escritor, guionista y director de cine, hombre cosmopolita, viajero y residente en Europa algún tiempo. Escritores, pasiones, amores, mujeres. Además, dos matrimonios, cinco hijos.

Si hay algo que une la obra de Salter es su intento de comprender en su literatura la vida de la gente corriente. Así, por ejemplo, su novela “Años Luz”, muestra la historia de la descomposición de un matrimonio y de sus hijas y, en particular, como intentar huir en ese proceso de la vida corriente, mientras que Philip Bowman, el protagonista de “Todo lo que hay”, su última novela, intenta encontrar un sitio en la vida de la gente corriente y, sin embargo, no parece encajar bien en ningún sitio y parece condenado a no encontrarla. Naturalmente, el sexo y el erotismo es una de las claves de las relaciones humanas que aparece en su obra, sobre todo, en su novela “Juego y Distracción”.

En cualquier caso, esto no es una crítica literaria si no un un pequeño homenaje escritor a James Salter un narrador sublime de la vida de la gente corriente.

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