¿Miedo a las políticas sociales?

15 Abr
Alejandro con sus padres
No hay que tener miedo a las políticas sociales. Las políticas sociales no empobrecen a un país y son perfectamente compatibles con su prosperidad, si se entiende que la prosperidad es un concepto que ha de asociarse a la generalidad de la población y no a las cuentas corrientes de unos pocos, domiciliadas en paraísos fiscales. Eso, además, de vergüenza, más que nada, produce déficit, pues hablamos de millones, de la evasión y el robo de muchísimos millones, que, si volviesen a su destino, podrían servir de pago para las políticas sociales; para garantizar subsidios a familias sin recursos, pensiones decentes a los jubilados, ofertar a los desahuciados viviendas dignas, mejorar la calidad de la sanidad y la enseñanza y crear empresas que generen empleo. Naturalmente en España y para los españoles, pues antes que subsidios, lo que los parados españoles necesitan es volver a integrarse en la vida laboral, recuperar la autoestima y, seguramente, la fe en los gobiernos y en la política e, impulsados por esta fe, reunir las energías para vivir y votar con ilusión, pues sin dicha ilusión, es muy poco probable que sientan ningún interés por salir de casa, si la tienen, e ir a votar. Sólo la esperanza, esa luz que por fin se vislumbra al final del túnel, hará que esas nuevas elecciones que algunos presagian ya como una fatalidad, no se salden con una abstención descomunal, además de suponer un nuevo gasto que agrave todavía más el déficit. Y eso va a ocurrir, si después de tantos meses de incertidumbre, la mayoría sólo saca en claro que la democracia ha quedado reducida a un baile de cambios de pareja, a un juego de intereses ajenos, a una fiesta a la que sólo se te invita para pagar el cubierto de otros.
¿Con qué ánimo va a acercarse a las urnas el excluido, después de haber comprobado cuáles son los motivos de sus miserias? ¿A qué objeto apostará por quienes ya han demostrado con sus corruptelas, la más flagrante deslealtad? ¿Querrán darle otra oportunidad al malo de la película cuando se arrodille y diga eso de “perdóname”, te prometo que ahora voy a cambiar”? ¿Es que no sabemos ya de sobra que, en la próxima escena, cuando le demos la espalda, se arrojará sobre nosotros para arrebatarnos la pistola e intentar de nuevo la traición?
Apostar por el traidor es una opción suicida; en su carácter no está ni la empatía ni el arrepentimiento. No han sentido ni sentirán nunca nuestro dolor; esa carga de decepción que nos crea joroba existencial, cada vez que aparecen nuevas cuentas en Suiza, nuevos nombres notorios en los papeles de Panamá.
¿Qué nos van a decir ahora? ¿Que el empobrecimiento del país es causa de nuestros gastos desmedidos o de nuestra falta de emprendimiento o de las políticas sociales? ¿Que su evasión de capitales y de impuestos no tiene nada que ver en ello?
¿Y a quién se lo van a decir? ¿A los parados de más de cuarenta años? ¿A los jóvenes que tienen que emigrar o malvivir con minijobs? ¿Al empleado que trabaja por cinco sin rechistar por temor a verse en la calle? ¿A los ancianos de mermadísima pensión? ¿A los familiares de los dependientes?
Veo en La Opinión de Málaga que, finalmente, el niño Alejandro y su familia han sido salvados de su situación de precariedad por la donación de un empresario ibicenco, que ha querido mantener el anonimato. Me he alegrado mucho porque le tenía a ese niño del Perchel un cariño especial, ya que me recordaba a Antoñito, el hijo de mi mejor amiga. Otro chico precioso con parálisis cerebral y un 99% de minusvalía. Como los padres de Alejandro, Inmaculada y Juan José, mi amiga Magdalena ha pedido ayuda a organismos oficiales sin demasiado resultado. Y, en tanto, su situación se ha agravado ya que ahora se encuentra sola, pues su pareja murió muy joven de un infarto fulminante en septiembre del pasado año. Ella también sabe, como su pareja, como Juan José e Inmaculada, cómo se resiente la espalda y la tensión, al cargar a un hijo en una vivienda con escaleras, aunque lo haga con todo el cariño. Y no se trata de que la ayuda tenga que venir también de un generoso y humanísimo donante anónimo, porque no podemos esperar que haya donante para cada niño dependiente en España, pero sí impuestos. Y queremos que ese dinero público que ahora vamos a generar con nuestras declaraciones de la renta vaya al público; a mejorar la situación de tantas personas que lo necesitan y a hacernos a todos la vida más agradable y deseable. Y no a servir de lucro a ambiciosos que lo desvían y financian con él sus juergas y sus viajes.
No me dan miedo las políticas sociales, no temo a que suban mis impuestos, si, con ello, contribuyo a que estas personas que sufren, puedan aliviar su situación, lo que me disgusta es que mi contribución sirva para otros fines fraudulentos. Ya sé que a las clases medias nos infunden el pánico al empobrecimiento para hacernos insolidarios con los desfavorecidos, como si los enemigos fuesen ellos y no los que nos roban impunemente. Una trola que sólo funciona si eres cómplice del ladrón, en cierto modo.

2 respuestas a «¿Miedo a las políticas sociales?»

  1. Nuestros madatarios, antes que asegurar el bienestar de los ciudadanos, aun en tiempos de crisis (como hizo el bíblico faraón, que mandó a sus súbditos construir silos y llenarlos de grano, para soportar mejor los años de penuria que vendrían) antes que eso, aseguran su porvenir y el de su entorno en paraísos de actualidad, que no por sabidos dejan de sorprender, en cuanto a “calidad de vida” y cantidad de clientes ¿Es posible tanto fascineroso, en un sistema democrático, donde el ciudadano ya no es – o no debería ser – súbdito, sino persona libre y con todos los derechos que, al menos sobre el papel, le otorga el mismo sistema…? Aquéllos que se llenaban la boca de política social, al tiempo que refutaban todo lo relacionado con la caridad cristiana, también están pringados hasta las cejas. Es decir, de no ser porque, pese a todo, existen personas desprendidas y caritativas, dispuestas a ayudar al prójimo, muchas más las estarían pasando canutas. Y porque, afortunadamente para muchísimas más, todavía les queda la familia, mayoritariamente de base cristiana. No es apología del cristianismo. Es a la hora de la verdad, cuando todo falla y se hunde o el mito te arroja a los pies de los caballos. Ahí los quiero ver, declamando promesas.
    Rubalcaba, otra porcelana del 68, logsero de pro, justifica el fracaso escolar, sobre todo en el sur, por esa “atracción fatal” que ejercen sobre la juventud el turismo y la posibilidad de ganar dinero rápido en sectores como la construcción o los servicios de hostelería…Antes fueron las vikingas, claro.
    Saludos.

  2. Cuando pagamos impuestos, no deberíamos cifrar las esperanzas en la caridad de los particulares, por más que sea muy loable. La política es un servicio a la polis, como el dinero público debería ser para el público.

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