Cómo mueren los libros

25 Oct

Por azares de la vida, me encuentro a cargo de una gran biblioteca. Guardiana y centinela de un bosque sagrado donde se atesoran las grandes obras de la literatura universal firmadas en letras de oro por los autores más ilustres de la historia, desde que la historia inventó la escritura para guardar en la memoria de los hombres sus accidentes; sus glorias y sus miserias, sus luces y sus sombras con voluntad de permanencia. Entonces la palabra encontró su camino a la inmortalidad desde la tablilla de cera al pergamino y al papel, desde el cálamo a la pluma de ave y la estilográfica hasta el feliz hallazgo de la tinta multiplicada por la imprenta para que el libro pudiese llegar como un lujo sin mayor coste hasta los hogares más humildes por los préstamos de las bibliotecas públicas y las económicas ediciones de bolsillo. Hubo libros al alcance de la mano que sirvieron de armas en muchas revoluciones, que abrieron la mente al progreso, que sacudieron los cimientos de las sociedades y otros no menos preciosos que aliviaron la sordidez de muchas vidas sin sustancia ni horizontes, que consolaron soledades e incitaron a la fantasía, la esperanza o la sonrisa que liman las asperezas en el devenir de las desgracias humanas.
Libros que ahora olvidados de casi todos dormitan un sueño de siglos en las altas y solemnes estanterías de esta biblioteca que se alzan al cielo con aire eclesial y que ahora yo guardo como guardaban el fuego en su templo las sacerdotisas vestales. Debería ser el colmo de la dicha para quien ha vivido la literatura como una religión; cuidar de este bosque sagrado donde convive la flor y nata de las letras; Allí Aristófanes y Ovidio, allá Dante y Petrarca y luego Shakespeare y Moliere y Voltaire y Flaubert y Dostoievsky y Kafka, Baudelaire y Proust y, por supuesto, una antiquísima edición de El Quijote y toda la colección Austral en todo su colorido como nunca soñé ver de niña cuando quería tener todos los libros del mundo para mí. Ahora los tengo, casi todos, y, sin embargo, me provocan una profunda sensación de tristeza como si me contagiaran su sentimiento de abandono, de desamparo, sobre todo, esos gruesos volúmenes del fondo con sus ceremoniosas encuadernaciones en piel por quien nadie ya pregunta ni se interesa. Si tomas uno de ellos de la vitrina, parece que arquease meloso el lomo como un animal doméstico que agradeciese el tacto humano, reconociéndolo después de tanto tiempo…
Los alumnos sólo solicitan, algunos, el contenido de los armarios del vestíbulo, títulos recientes y ligeros de literatura juvenil o los de lectura obligada que indica el profesor, aunque la mayoría pregunta directamente por los ordenadores y se van a toda prisa si no tienen éstos acceso a Internet. Los adultos, siempre ocupados en otras tareas, no encuentran un momento para venir.
Y yo que siempre he creído en la inmortalidad de la literatura, he tenido que venir a parar a esta biblioteca para percatarme de su caducidad, rodeada de esta inmensidad de libros que devorados por la humedad y las termitas, llenan la atmósfera de un intenso hedor a hojas podridas.
La biblioteca, mi biblioteca solemne, respira un aliento fúnebre de mausoleo y, poco a poco, cumple con su fatal destino de convertirse en un cementerio de libros. Sobre las mesas y hasta por los suelos, se amontonan lotes de viejos libros que vienen como donación a nuestros fondos.
Libros que empiezan a estorbar en instituciones y hasta en algunos hogares. Como éstos que llegaron en la última remesa y debieron pertenecer a una familia que vivió en tiempos de Franco. Hay una colección completísima de novela rosa y muchos títulos de Palacio Valdés, José María Pereda, Ricardo León, Concha Espina, Pedro Antonio de Alarcón y Wenceslao Fernández Florez. También un volumen con las tapas forradas sospechosamente con las páginas de una revista del corazón. Se trata de “Cañas y barro” de Blasco Ibáñez; un autor que, por anarquista, fue prohibido durante la época de la dictadura.
Debería sanear la biblioteca, esto es, sacrificar algunos libros que la desbordan y que están muy deteriorados. Tal vez los de ediciones baratas de quiosco, firmados por autores hoy desconocidos. Debería, pero no me atrevo. Todos los libros me merecen un respeto. Incluso si no comparten mis ideas, incluso si han sido escritos por encargo por un individuo de poco talento con el muy loable propósito de sobrevivir. La escritura es siempre producto de un esfuerzo; un trabajo solitario, a menudo, mal pagado y menos valorado que, bien sé, cuesta el sudor de la frente. No sé cómo nos las vamos a arreglar, pero cabremos todos, desde fulano de tal a Pirandello.
Por el momento, voy a abrir las persianas de los ventanales para que la luz llene de vida estas plantas sagradas que son mis libros y esperaremos juntos otro milagro de la primavera. Que, si el ebook viene, definitivamente, a hundir este barco, seguiremos tocando como la orgullosa orquesta del Titanic.

P.D: Por favor, no os perdáis los comentarios de Quintiliano y Winspector en mi entrada anterior “Literatura y fotogenia”. Estos chicos me superan en gracia y estilo y son un patrimonio de agudeza para la humanidad. Orgullosa me tienen por el nivel que le dan al blog, precisamente, en estos tiempos de ignorancia y zafiedad. Son de lujo.

12 respuestas a «Cómo mueren los libros»

  1. Lola, he ‘visto’ con tus palabras cómo se arqueaban los libros, pero he visto en mi mano el hueco para acariciarlos. Mi más sincera enhorabuena, me ha encantado. ¡¡Quiero ir a tu biblioteca!! 😉

  2. Sí hay pasajes del texto que se ven. También veo que Winspector sabe escribir, guarda las reglas y tiene mucha cultura. De Quintiliano, no veo esas aptitudes que usted dice de él, más bien las contrarias. No me hace ninguna gracia como escribe. No será también profesor, espero que no….. Imparcialidad por favor. Saludos.

  3. Afortunada que anda constantemente entre libros. A veces imagino a los que controlan las grandes plataformas de vente de libros on-line esperando el momento de poder decir, no queda ni un ejemplar en papel perdido por el mundo. ¡Ya! ¡Es el momento! Y entonces comenzarán a borrar todos los libros que no les interese que sean leídos, los que abran la mente de la población, los que discurran por caminos que no les gusten a los dirigentes mundiales.
    Todos esos libros olvidados en viejos estantes tendrán su función, serán primordiales. Prefiero pensar antes que en un final, en un cementerio, en una copia de seguridad. Olvidados en sus estantes, estarán preservados, a salvo del deterioro.

  4. Afortunada que anda constantemente entre libros. A veces imagino a los que controlan las grandes plataformas de vente de libros on-line esperando el momento de poder decir, no queda ni un ejemplar en papel perdido por el mundo. ¡Ya! ¡Es el momento! Y entonces comenzarán a borrar todos los libros que no les interese que sean leídos, los que abran la mente de la población, los que discurran por caminos que no les gusten a los dirigentes mundiales.
    Todos esos libros olvidados en viejos estantes tendrán su función, serán primordiales. Prefiero pensar antes que en un final, en un cementerio, en una copia de seguridad. Olvidados en sus estantes, estarán preservados,a salvo del deterioro.

  5. Muchas gracias, Raquel, reconozco el hueco de esa mano de bibliófila. Los libros tienen en ti una gran cuidadora.
    Mi biblioteca es de todos, pues es pública. Se trata de una de las de mayor solera en Málaga; pertenece al Instituto “Nra Sra de la Victoria”, después del Vicente Espinel, el más antiguo de esta ciudad. Sin embargo, por falta de inversión para su mantenimiento, sumado ello al escaso interés actual por la letra impresa, sufre un gran deterioro y su encanto decadente amenaza convertirse en románticas ruinas. Tal vez empieza a ser un resto arqueólogico como empezamos a serlo también los amantes del libro en papel ¿nos estaremos quedando anticuados?
    Carmen, quizás nos tengamos que aprender esos libros de memoria como los personajes de Fahrenheit y nombrar a otros herederos de esa memoria. No será fácil alistar nuevos guerreros para la causa, pero contagiar el entusiasmo es ya una poderosa herramienta, qué caray, a estas alturas, no nos vamos a rendir…

    P.D: No sé quién es Quintiliano fuera de este blog, pero dentro es un escritor de buena pluma. Don Jesús, ¿por qué no iba a ser yo imparcial? ¿A que va ser usted el propio Quintiliano?

  6. Suena raro hablar de la lenta extinción de la palabra escrita, epistolar o en libros, bien que se le quiera dar tratamiento de “muerte digna”, en este caso “ars moriendi”, arte de morir, de la misma forma que asistimos a la inexorable desaparición de los animales salvajes, confinando a unos en bibliotecas y a otros en reservas, costreñidos, en lo que tendría que ser su hábitat natural de vida. Pero tras esa frontera ya no está la libertad, como en la famosa canción, no el ir y venir alegremente a la escuela, al instituto o al venturoso hogar, sino una muerte cierta, a elegir entre el vertedero y el reciclaje. Cabe también la posibilidad de ir a parar a las manos del, cada vez más raro, bohemio soñador y que le proporcione al libro el placer de viajar gratis y, con suerte, sin tener que pagar un alto deterioro por ello. Otros lo han hecho, quién sabe…
    Por ahora esa biblioteca sobrevive y nunca te vas a encontrar sola. Está Petrarca, justificando su (aparente) soledad: “Tengo amigos cuya sociedad me es en extremo agradable. Son de todas las edades y de todos los países…”.
    Muchas gracias a ti por esas flores, Lola. Si “tus” libros fuesen aquellos actores de la exitosa representación de una obra de Dante, también se podría exclamar, como lo hizo entonces el público: “parvi fuoco dietro all’alabastro! Pongamos la vestal delante…
    Don Jesús, muchas gracias por el cumplido aunque es usted un gran caxondo

    Saludos para tod@s.

  7. Vamos Lola, confundirme a mí, un severo y honrrado párroco con un destripaterrones del tres al cuarto, ese del maizal, vamos. Estoy enfadadísimo. Saludos.

  8. Don Jesús, usted es Quintiliano, porque, cuando habla usted, Quintiliano desaparece, igual que, cuando estaba en escena “La tía de Carlos”, Carlos desaparecía. Pero si es usted párroco, estará contento con la LOMCE, ya que la asignatura de Religión será evaluable. Y el Papa ¿qué le parece el Papa?
    Con eso de las humedades y los bichejos, Petrarca y compañía están en el purgatorio de Dante, Winspector. Me temo que algo huele a podrido y no en Dinamarca. Esta humilde Vestal no tiene más recursos que su cariño para la conservación de tan inmortales inquilinos y no sé si eso será suficiente para aliviarles del reuma. Gracias a ti, eres único!!

  9. Francisco, la foto de la biblioteca acompañaba a un artículo del profesor de Historia del centro, José Jiménez. Os envío este artículo que no tiene desperdicio, sobre la importancia de este lugar sagrado de nuestro instituto…

    “La Biblioteca del Instituto, un fondo bibliográfico de primer orden”
    José Francisco Jiménez Trujillo
    Profesor de Ciencias Sociales, Geografía e Historia

    La historia de la Biblioteca que hoy atesora nuestro Instituto va en buena medida paralela a su historia. Sus más de veintidós mil volúmenes hacen de ella una biblioteca única en un centro de estas características. Especialmente importante es su fondo antiguo.

    Esta historia, en un Instituto con más de ciento sesenta años, tiene tanto atractivo como algunas paradojas. En Málaga resultará llamativo al lector que se acerque a consultar los fondos de la hoy Biblioteca Provincial el que en algún libro que consulte figure el sello del antiguo Instituto Provincial. La razón es obvia, fue la propia biblioteca del Instituto histórico de Málaga la que por Real Orden fue calificada de “provincial” (1895) y pudo disponer desde entonces de un funcionario del Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Anticuarios. Es decir la gran biblioteca de Málaga fue la biblioteca del Instituto. Entre 1919 y 1924 fue su bibliotecario el poeta Salvador Rueda. Su historia fue azarosa desde que en junio de 1933 se trasladara a un lugar independiente con el nombre de “Biblioteca Pública Ricardo Orueta”, nombre que en 1937 se cambió por el de Cervantes1.

    Este azar –con los filtros que impusieron las normas dictadas tras la Guerra Civil- ha permitido, sin embargo, que en la Biblioteca del centro se conservase un fondo importante de “libro antiguo” que ya ha sido objeto de alguna exposición y que en su momento también se trasladó desde el edificio de la calle Gaona. En este sentido hay que apuntar que la histórica Biblioteca del Instituto Provincial recibió los fondos procedentes de la suprimida congregación de San Felipe Neri y del desaparecido colegio de San Telmo. A ellos se iría añadiendo las obras adquiridas por el propio centro, las donadas por particulares y las remitidas por los responsables de los distintos ministerios. En muchas Memorias de curso a lo largo del siglo XIX se dan cuenta de los libros que anualmente se iban incorporando . El resultado es que hoy en los estantes de la biblioteca del Instituto de Martiricos, junto al fondo más reciente y de uso por los escolares, seguimos conservando ejemplares editados desde el siglo XVIII. Los fondos incluyen además algunos títulos de publicaciones periódicas nacionales y extranjeras de singular valor, impresas en el siglo XIX.

    Libros y revistas nos ofrecen en algunos casos una valiosísima encuadernación que el paso del tiempo va deteriorando y que debiera ser de obligada y esmerada conservación. Por citar algunos ejemplos concretos, hablamos de obras eternas de la literatura universal, joyas bibliográficas encuadernadas en oro y terciopelo en tomos de gran formato como el Fausto de Goethe o La Divina Comedia del Dante; de la crónica de la mayor aventura del XIX, el viaje de Sir Stanley por el interior de África en busca del Sr. Livingstone –En el África tenebrosa-; de una sorprendente enciclopedia decimonónica sobre La Educación de la Mujer en tres tomos dedicados a la mujer de clase alta, media y popular; de las obras de Feijoo, con la característica encuadernación del siglo XVIII; de los grabados de El Paraíso perdido de Milton o de la obra del geógrafo Ratzel en Las razas humanas. Y también de una imagen primeriza en Figaro Illustré de un “Buste de femme. Inconnue”, en el Museo del Louvre, que resulta ser La Dama de Elche. Todas ellas son publicaciones que nos resulta inimaginable encontrar en otro lugar de la provincia malagueña.

    Imagen del tercer tomo de La Educación de la Mujer, editada en 1878.
    “Las niñas callejeras” componen uno de los tipos sociales retratados en el tomo dedicado a la clase popular. La obra entera es un magnífico documento para el estudio de las diferencias de género a lo largo de la historia.

    Lujosa edición del Fausto de Goethe en terciopelo y oro. Con un prólogo de Juan Valera, su edición es de 1878.
    Las obras de Feijoo causaron una gran conmoción en la España del siglo XVIII pues “abrieron la puerta a la razón”. Nuestra biblioteca posee ediciones originales de sus obras, así como de algunas otras que protagonizaron el gran debate de la España de la Ilustración.
    El número de febrero de 1898 de la revista francesa Figaro Illustré se abría con esta sorprendente imagen de “Une innconue” (una desconocida) del Museo del Louvre. Era la Dama de Elche que, años más tarde, pasaría a ser la gran estrella de nuestro Museo Arqueológico Nacional en Madrid.
    El arte de disponer los campamentos militares también requiere de un aprendizaje. De esto –Tratado de castrametación- va esta valiosa edición de 1801 destinada a las Reales Escuelas Militares.
    Edición de 1728 de un voluminoso tratado impreso en París sobre el arte de cortar las piedras. El libro está magníficamente ilustrado con las operaciones necesarias en esta “ciencia” tan necesaria a la arquitectura.
    La historia de la Biblioteca que acabaría siendo la Biblioteca Provincial de Málaga presenta algunas zonas todavía no muy claras. Véase al respecto SALINERO PORTERO, J.: “El patrimonio bibliográfico en la Biblioteca Pública del Estado. Biblioteca Provincial de Málaga”, en VV.AA.: Patrimonjo Bibliográfico Malagueño, Málaga, 2002, pp. 81-107.

    2. Con todas estas aportaciones, la Guía de Málaga y su provincia de MERCIER y DE LA CERDA, editada en 1866, afirmaba que la Biblioteca del Instituto constaba de 6.400 volúmenes y ya advertía que se encontraba abierta al público en horario de 10 a 3 y de 4 a 6 de la tarde. Por entonces era ya la más importante de la ciudad, seguida de las Palac.

    José Francisco Jiménez Trujillo
    Profesor de Ciencias Sociales, Geografía e Historia

    P.D: Las imágenes anunciadas me ha sido imposible adjuntarlas.

  10. Buenos días,

    Has tratado el tema que más me gusta de todos. En las bibliotecas está la esencia, lo mejor que los mejores pudieron dejarnos. De su dedicación a ello depende nuestro progreso, sin lugar a dudas. Más autodidáctica de biblioteca y menos grito subversivo con porro y litrona en mano. Lástima que asuntos de “soberanía” no me dejen explayarme.

    De otra, por la ciencia que me asiste, y puesto que no soy de soberanías compartidas, cedo la mía, sin consulta ni nada, a quién al parecer intenta usurparla. Que la disfrute Ud. Don Jesús.

    PD 1.- Gracias Lola, por tus excesivas palabras, en el artículo anterior, y en éste, en cuanto a la lisonja que me atañe.

    PD 2.- La escritora de quien hablé en mi anterior artículo es Yolanda Pinto Cebrián. Mujer luchadora como nadie, la más valiente que he conocido, los asuntos que a otros nos daba miedo, allí estaba ella deseando resolverlos. Increíble, lo mismo husmeando las miserias de la cárcel que al rato en un palacete de un adinerado ruso…..una heroína, solidaria, lista…..una Agustina de Aragón. Cuenta todo desde la experiencia, en un tono irónico que admiro.

    Por ahí anda en la web, entre otros,

    http://www.bubok.es/libros/172071/DELINCUENTES-PSICOPATAS-Y-SUPERDOTADOS

    Saludos a todas/os

  11. Gracias por tu aportación, seguiré a Yolanda Pinto y, pues, era compañera tuya, abogada y de Marbella, voy atando cabos. Descubrir tu identidad es también en sí mismo una novela de intriga y suspense. Suelo ser buena detective, pero contigo estoy tardando demasiado…No cejaré, sin embargo.

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