Mi Buenos Aires leído

7 Ene

guastavino1Otro de los productos de consumo masivo en Argentina, además del mate, el dulce de leche y la carne de vaca, es el libro. Incluso en el pueblo de veraneo más recóndito y diminuto encuentras al paso de cada esquina, una librería con oferta extraordinaria entre ejemplares de segunda mano y novedades literarias de primera fila a precios del todo irrisorios. En uno de estos establecimientos, en el pequeño pueblo de San Bernardo, saltando a la vista de los stands preferentes, me tropiezo con obras de mis compatriotas; “El camino de los ingleses” de Antonio Soler, casi todas las novelas de Almudena Grandes y una antología poética de García Montero, además de, por supuesto, mediante biografías y compilaciones, todo lo referente al cantautor español que va para Dios por estos lares; el omnipresente Joaquín Sabina de quien se dice con orgullo que arrancará la gira americana de su nuevo disco, “Vinagre y rosas”, por acá como tributo a esos millares de devotos que celebraron los dúos del ubetense junto a la sagrada voz de su recién fallecida Mercedes Sosa en su último disco homenaje, lo cual, ya es decir, que lo veneran como cosa propia. Y qué decir del poeta granadino, García Lorca, cuyas obras completas se ofertan en primera línea de escaparate de cada librería de la avenida Corrientes de Buenos Aires, donde también estrenan el espectáculo “Flamenco”, basado en su figura, a todo lujo de titulares gigantescos. La acogida y valoración de la producción artística española en Argentina es más que entusiasta-y casi viceversa-, por más que el curso de la historia haya hecho del resto de las relaciones entre ambos países un asunto donde no pocas veces han rondado competitividades, celos y recelos. Sobre el punto actual de dichos rifirrafes, esta convivencia que en nuestro país se ha hecho masiva tras la crisis argentina del 2001 hasta casi tomar el nombre de invasión, encuentro un divertido libro del bonaerense Hernán Casciari, subtitulada, “la peor epidemia que asola a la madre patria: los argentinos” y titulada “España, decí alpiste” (en versión española, “España, perdiste) en la que el autor, por propia experiencia autobiográfica, nos cuenta los desajustes de integración de un argentino emigrado a España y sus artimañas conspiratorias para perpetrar aunándose a sus compatriotas la llamada “reconquista”, tomando como objetivos los siguientes: “contaminar la gastronomía peninsular, seducir a la mujer española, ocupar puestos directivos, posicionar a sus artistas, imponer sobremesas filosóficas, masificar el consumo de dulce de leche, obligar a los hinchas de fútbol a entonar cantitos con argumento, educar al carnicero en el corte paralelo al nervio, dar protagonismo a sus actores en la tele y, sobre todo, invadir las guarderías españolas de chicos con apellidos terminados en “i”. Recomiendo encarecidamente este libro que, practicando la autocrítica del carácter argentino y la abierta crítica del paisanaje español, invita a la reflexión sobre nuestras diferencias. Quien es capaz de no ofenderse, se ríe un buen rato – y quien se ofende, por algo será-. Casciari, también autor de “Más respeto que soy tu madre”, “Diario de una mujer gorda” y el falso blog de Letizia Ortiz tiene esa clase de humor corrosivo e irreverente que “jode” en todas las acepciones posibles de la palabra.
Me llevo de vuelta a España este libro junto a muchos otros. En la avenida Corrientes, la calle con más librerías y mejor surtidas del planeta, encuentras siempre el libro que estabas buscando y también miles que ni buscabas ni te imaginabas encontrar hasta llenar la maleta al tope y tomar una firme decisión. O comprar otra maleta o dejar de pasar por la susodicha avenida.
Así que optando por una decisión intermedia, te dices, que vuelves, sí, pero sólo por un cómic que es cosa más liviana y no dará problemas de sobrepeso. Craso error porque de camino a Quino, te encuentras con la producción más florida e imaginativa que pudiera sospechar cualquier friki. Algunas joyas como “El síndrome Guastavino”, que nos cuenta en tono horrendo y delirante, la historia grotesca de un funcionario gris, crecido a la sombra traumática de un padre militar, torturador y perverso, que convive en un ambiente de completa sordidez con su madre paralítica a la que deja morir de hambre por ahorrar para adueñarse de una muñeca de porcelana, objeto de sus degenerados deseos eróticos. La horrorífica historia de Carlos Trillo, ilustrada por Lucas Varela, con el logrado objetivo de hacer una crítica feroz de la dictadura militar, combina bajo una perspectiva psicoanalítica, en un ambiente de tenebrosa pesadilla, el negro capricho de Goya, el esperpento de Valle, el terror de Poe, el humor de Quevedo, el desquiciado relato de un Matheson, Frederic Brown o Laiseca, cuando no parece conectar con el primer Torrente o “Tamaño natural” de Berlanga. De modo que, además de Quino, me llevo “Guastavino”, “El Eternauta”, lo de Fontanarrosa, los Linniers, Daniel Paz y etcétera junto al último ejemplar de la revista de cómic “Fierro” y un voluminoso ensayo sobre la historieta argentina. Afortunadamente, las maletas son también baratas en Buenos Aires.

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