Jugar al fútbol en una película expresionista

13 Feb

Junto a la calle Eresma de La Palma continúa sobre el muro de contención del Cerro Coronado un campo de fútbol resquebrajado.

Un verbo ignoto para nosotros, combinado con otro español, se ha puesto de moda en esta época de series de televisión: «hacer spoiler». Y sin embargo, resulta más económico y certero emplear el verbo español destripar, así que disculpen si un servidor les destripa una película que, a fin de cuentas, se estrenó hace 51 años. Ya han tenido tiempo de verla.

Se trata de El planeta de los simios, el comienzo de la saga protagonizada por ese experto en películas de catástrofes que fue Charlton Heston. Al firmante le marcó la infancia -en una de esas sesiones de tarde de los sábados-el final de la película, cuando Charlton Heston cabalga por la playa con su compañera y se topa con los restos de la Estatua de la Libertad, pues el planeta de los simios es en realidad la mismísima Tierra. Se trata de uno de los finales más grandiosos del cine y al mismo tiempo, una pionera crítica a los zopencos que dirigen los destinos mundiales (en nuestros días tenemos idéntica ración de tarugos, así que poco ha cambiado el panorama).

La sensación de regresar a un planeta inhóspito, que en realidad es el tuyo, puede vivirla cualquier malagueño si se da una vuelta por la calle Eresma, la parte trasera de los bloques de La Palma. Allí, un inmenso muro de contención cumple su discreto papel de sostener las primeras estribaciones del Monte Coronado.

En un momento indeterminado, pero parece que más cercano al inicio del barrio, en los 70 -o quizás en los 80- se aprovechó la enorme explanada sobre este muro de contención para construir un campo de fútbol, vestuario incluido. El resultado fue un campo-terraza con unas vistas estupendas de Málaga, que se deja entrever entre los altivos bloques de La Palma.

Sin llegar a la faena que le jugó a la ciudad de Pompeya, la Naturaleza tiene sus dinámicas y aunque el muro parece entero, esta enorme superficie de tierra se fue quebrando hasta convertirse en una película expresionista alemana, con el piso más para acá que para allá. Imposible jugar al fútbol, si acaso a las canicas, sin necesidad de hacer agujeros.

El resultado es un inquietante plató de cine, un trozo impensable de Málaga al que se llega tras subir una cuesta respetable y sortear mil y un cacas perrunas.

Pero merece la pena, porque la Catedral asoma entre los bloques, igual que el Monte Gibralfaro, y los matojos -de la altura de un equipo de baloncesto-, han logrado abrirse paso entre el asfalto y conformar una selva en este antiguo campo de deportes.
En cuanto a lo que queda del vestuario, da la impresión de que sus bloques de cemento han sido en buena parte desmantelados para ser reutilizados, una práctica que los árabes ya siguieron con los romanos.

La pregunta del millón es si este campo tiene futuro o si seguirá siendo, por los siglos de los siglos, un escenario de ciencia ficción en la Tierra.

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