Si Kant se perdiera hoy por el monte Gibralfaro

24 Oct

El cuadriculado filósofo, que no dejó de hacer el mismo paseo a la misma hora durante décadas, tendría serios problemas para hacer lo mismo en Málaga

En un reciente libro sobre el arte de caminar (Andar. Una filosofía), se cuenta el maniático caso del filósofo Immanuel Kant, un hombre en cuya vida no cabía la improvisación. Le llamaban «el reloj de Königsberg», su ciudad natal, porque a las 8 menos 10 se ponía el sombrero, a las menos 5 cogía su bastón y a las 8 en punto abría la puerta de casa y salía a dar clase.

Y a las 5 de la tarde, durante décadas, y aunque cayeran chuzos de punta, salía a pasear, pero siempre el mismo paseo hasta el punto de que parte de esa ruta se conoce como La alameda del filósofo. Se cuenta que sólo varió esa cansina rutina en dos ocasiones, para conseguir antes que nadie un libro de Rousseau y cuando quiso conocer noticias de la Revolución Francesa.

Tratar de imaginar cómo hubiera sido la vida de Kant en Málaga es un disparate alejado de la razón pura (y de la impura también). Incluso si el filósofo buscara las soledades de los paseos del monte Gibralfaro, su existencia sería un continuo sobresalto. No habría una puñetera jornada en la que el pensador prusiano no se viese obligado a variar su ruta, y así no se puede vivir.

Tomemos como posible ruta kantiana las estribaciones del monte Gibralfaro a continuación de la calle del Agua. De esta calle hablamos la semana pasada como infecto reducto de botelloneros. Por esta zona tenía una de sus entradas el antiguo colegio de Barcenillas de las monjas de la Asunción, el que fue incendiado en el 31.

Pero incluso sin acontecimientos tan trágicos, nuestro filósofo tendría el corazón en un puño, porque en esta senda con pinos, la que deja atrás la calle del Agua para adentrarse en el pinar mediterráneo, con lo que se topa el paseante es con una respetable torrentera de preservativos, bolsas de plástico y botellas, capaz de hacer tropezar al senderista más cuidadoso.

Si seguimos el rastro de la porquería, nos encontramos, un poco más arriba, con un apañado terraplén con preciosas vistas. Ese es el punto de reunión de los botelloneros que no se conforman con el terrizo que tienen abajo, a la derecha de la calle del Agua.

Y sí, las vistas son muy bonitas, sobre todo por la aparición a la izquierda de la capilla del Monte Calvario, arropada por los pinos.

Ya en el descenso se aprecia cómo la torrentera acaba en un cajón de hormigón que conduce al subsuelo de la calle del Agua y el cajón tiene una gran jaula que hace de filtro, sobre la que se acumulan plásticos, botellas, cartones y ramas. Lo que se dice una obstrucción creciente que, cuando lleguen las lluvias fuertes, hará las delicias de la zona.

Ya me dirán si un señor tan serio, comedido e inamovible como Kant puede pasear tranquilo por esos andurriales.

Las dos edades

Comentario en la línea 2: «¿Cuál es la parada de San José de Dios?» Un max mix del nombre viejo y nuevo del psiquiátrico.

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