Eutanasia

15 Abr

Incluso la muerte tiene que rimar con la suerte en esta vida. Durante esta Semana Santa, nuestra cultura, o su variante católica, conmemora la pasión y el fallecimiento de Jesús, alguien que nació con mala estrella. Condenado por los suyos a causa de su ideario religioso, fue entregado al gobierno de Roma para que llevase a cabo la ejecución. Los soldados querían dejar claro en cualquier parte de su imperio aquel dicho español de que por las buenas muy buenos, pero por las malas muy malos. Tenían miedo a mostrar cualquier debilidad que pudiera ser aprovechada por el enemigo. Ellos se sabían en tierra hostil. Con aquel hombre, junto con varios condenados, exhibieron su falta de humanidad y lo terrible que podría ser una tortura infligida bajo su custodia. La cruz, el método preferido. No causaba un fallecimiento inmediato, alargaba el sufrimiento durante días. Nuestro cuerpo está diseñado para permanecer vivo. No somos alacranes que podamos anestesiarnos con nuestro propio veneno. Aquel hombre, a pesar de las palizas y de los azotes, aguantó en la cruz, según ese destino suyo que, para los creyentes, lo ensalzó como hijo de Dios, Dios mismo. Cuenta el evangelio de San Juan que en el extremo del dolor un legionario romano le clavó su lanza en el costado, mientras otros dos le rompían las piernas con una maza. Hay quien alega que los militares querían saber si estaba muerto. Sin embargo, a partir de ese instante el velo del templo se rasgó, como símbolo del nuevo acceso de los hombres a Dios, y se desencadenó una breve pero intensa furia en los elementos de la naturaleza. Aquellos soldados habían realizado un acto de piedad y aceleraron el fin de una persona que ya sólo era encarnación del dolor. Ese personaje anónimo fue nombrado tiempo más tarde como Longinos y venerado desde la temprana Edad Media por un acto que fue entendido como una muestra de compasión. Incluso Hitler quería tener cerca aquella lanza a la que se le suponía, mediante la leyenda, iguales tintes de magia y santidad que a su primer dueño.

La ciencia actual difuminó todo aquel misterio. Ha documentado la falsa reliquia e, incluso, la época de la creación del mito de una figura fantasmagórica, la de aquel infante, que fue elevado a la categoría de santo. Para todo hay que tener fortuna en la vida, pero mucho más para la muerte. La semana pasada, un hombre lleno de piedad frente al dolor de su esposa, condenada por una mala estrella a contemplarse en una cama como un gusano sin musculatura, le ayudó a morir porque ella así lo suplicó. Nuestro sistema judicial ha conducido este caso hacia un juzgado de violencia de género. Quien evita la agonía de un dios se convierte en santo, quien impide la degeneración de un semejante es imputado por asesino en nuestro país, y humillado por vía administrativa y jurídica, como un maltratador. Le aplicarán los artículos y aparato forense escritos para el tipo que se emborracha y le pega una paliza a su mujer hasta matarla porque la cena estaba fría. Un Longinos que hubiera sufrido la misma consideración que los verdugos que clavaron la corona de espinas a su preso, Jesús, nazareno, rey de los judíos. INRI. La oposición a la eutanasia hunde sus raíces en el concepto católico del mundo como un valle de lágrimas y del dolor como un camino de santidad y pureza. Esta obligación de perseverancia en la indignidad durante la vida y muerte del enfermo, revela la victoria de esas ideologías que imponen su moral privada sobre la pública. Quienes encienden dos velas a Longinos por su bondad, defienden que se proporcionen latigazos y coronas de espinas a personas que ya no perciben su existencia dentro de los límites de esa autoestima a la que todos los humanos tenemos derecho durante nuestro paso por este valle de lágrimas en el que estas ideologías dictatoriales añaden más lágrimas. No todo el mundo tiene la suerte de que lo parta un rayo mientras lee el periódico, tranquilo en su jardín, o de que aparezca el piadoso Longinos.

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