El sexo futuro

11 Jun

Nuestros rasgos definitorios como especie, al igual que los diez mandamientos de la ley de Dios, se resumen en que somos primates hiperactivos doblegados por la conciencia del tiempo. De ahí, que no podamos sustraernos a la tentación de horadar en el pasado, ni a la de fantasear con el futuro. El defecto de esta cualidad provoca que, en demasiadas ocasiones, no nos percatemos de ese paso de agua del río al que llamamos presente; cuando caemos en el asunto ya es tarde, lo que nos sume en otra de nuestras peculiaridades, esta de ser un mono que se pasa la vida entre lamentos por lo que tuvo entre sus manos y huyó sin remedio. Y ahí es donde voy, a lo que solemos tener entre las manos. El doctor Ian Pearson elaboró un informe sobre cómo será el sexo en 2050. En esas fechas yo puedo garantizar que el mío será inexistente; prefiero ni imaginarme una escenita protagonizada por mí con 96 abriles. Ante esa situación, opto por aquello del bonito cadáver aunque tampoco estoy ya en esa edad a causa del peso de los años. Un simio llorica, ya digo. El caso es que, por mi cronología, que ya empieza a ser despiadada en sus derrumbes, recuerdo que en la escuela hablaban hacia 1970 de cómo sería el año 2000. También emitían unos dibujos animados sobre una familia típica americana del futuro con su criada robótica, sus burgers espaciales y esos vehículos voladores de inequívoco diseño made in USA. Precioso, pero la humanidad occidental ya ha alcanzado sus dosmiles de sobra y aquí no se ve nada de aquello. Por desgracia también decían que enfermedades como el cáncer tendrían cura y aún seguimos enterrando a seres queridos. A pesar de que ya navegamos a estas alturas del progreso, como diría el escritor Ángel Luis Montilla Martos, por encima de nuestros deseos planean como buitres las leyes inexorables del destino, de ese cúmulo de circunstancias sobrevenidas antes incluso del nacimiento de nuestros padres y que nos obliga a construir un reservado psíquico para el misterio.

Según las elucubraciones del doctor Pearson, la realidad virtual será uno de los elementos más usados en la cama. Esto es, te acuestas con tu pareja, te pones unas gafas como de buzo, programas y ya está ante ti, la chica, el chico o el trans de tu morbo; pero claro el componente humano permanece, y lo primero que va a pedirte es que le enseñes en quién la o lo has convertido. Y ya llegó el lío. Pongamos que se te ocurrió introducir los parámetros que dibujan a su hermana pequeña, o a la vecina esa con quien tanto charlas, que hasta se te cayeron los calcetines del tendedero aquella vez que se le abrió la bata. La moral evoluciona al paso de la tecnología, en efecto; pero ciertas peculiaridades nos acompañan desde Adán y Eva. Los celos brotan de la inseguridad que, a su vez, se nutre de un cúmulo de factores tan amplio que es difícil de diluir, con lo que esas gafas de realidad aumentada pueden generar, por ambas partes, más conflictos que orgasmos. Otros inventos significativos para las prácticas sexuales serán los robot o las pantallas sensitivas, unos dispositivos que se adhieren al móvil o a la tableta y, si uno chupa el cacharro, me refiero al aparato, me refiero al mecanismo, la persona al otro lado de la línea sentirá el chupetón en la parte del cuerpo que se encuentre en contacto con el otro artificio. Cuando era pequeño y veía aquella familia galáctica, decían que en el año 2000 nos alimentaríamos sólo con pastillas como los astronautas. La actual filosofía va extendiendo incluso el concepto del kilómetro cero para los alimentos, y sospecho que el sexo del futuro culminará en parámetros parecidos. Están las latas y las pizzas del súper, pero cuando alguien quiere encandilar a alguien acude a sus mejores platos de temporada y menor manipulación. El tacto de unos labios, el sabor de la piel, la excitación mientras se charla con la otra persona, convertirán a las y los clásicos en los próximos gastrónomos sexuales. El sexo futuro será como el pretérito por más que curioseemos con lo que tengamos entre manos.

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