Basura

27 Jul

El consistorio debatió la semana pasada el asunto de la basura en Málaga, un problema más significativo aquí que en urbes similares como Zaragoza, Bilbao o Sevilla. Los artículos sobre limpieza en Málaga podrían constituir casi un subgénero periodístico por sí solitos, dada su abundancia e insistencia. Pocas cosas conciertan tan gran consenso entre malagueños y foráneos como esa impresión de suciedad que nuestras aceras desprenden. Mucho más cuando esa sensación, subjetiva como todas las percepciones sensoriales, se sitúa frente a la enorme factura que esta ciudadanía paga por la limpieza de sus calles. En medio de estas disquisiciones anda uno, cuando un excremento canino detiene el paso, o un lata repiquetea a saltos como esa mala fortuna invocada de un puntapié. De golpe se vuelve martillo la dura presencia del calor mezclado con los aromas a fruta rancia tan característicos del verano malagueño. Corretea una cucaracha entre nuestros pies hacia su paraíso de podredumbre. Hace más de veinticinco años daba yo clases en un curso de literatura española para extranjeros. La ciudad era otra bien distinta, oscura y destartalada. La pregunta, sin embargo, fue la misma que hoy. Málaga es una ciudad que no está lo limpia que debiera, sobre todo, según las zonas. La oposición pidió en bloque la destitución del concejal de Medio Ambiente Raúl Jiménez porque reconoció una realidad que sus predecesores ocultan bajo las alfombras desde los tiempos de Pedro Aparicio, por no irnos atrás. Fue Don Pedro quien se preocupó por que muchos barrios contasen con una red de alcantarillado de la que algunos barrios carecían a principios de los años ochenta. Una vez construida la trama, el siguiente deseo fue que las cloacas no desembocasen en el mismo mar y río de los que comemos y que, además, sostienen nuestra principal industria. Llegaron las depuradoras con notable retraso respecto a la civilización.

La limpieza en Málaga es un problema compuesto por múltiples caras. Percibo la sensación de abandono en los barrios, en general, más que en calles del centro. Allí donde no están soterrados los contenedores nos encontramos con frecuencia con una caja que impide el cierre del arcón y la basura fuera de su sitio. Una desgracia social que no se puede perseguir. Se evitaría si los contenedores estuviesen ya bajo tierra también en los barrios. La prioridad del gasto municipal debe ser esas infraestructuras que eviten la visión de cajones abarrotados de desperdicios a cualquier hora del día. A esta foto hay que sumar la parsimonia con la que se retiran los residuos no orgánicos. Papeles y plásticos permanecen acumulados durante días como incitación al abandono colectivo del reciclaje, que tan poco interés promueve en quien debería de ser el encargado de hacernos creer a toda la ciudadanía que separar residuos es importante. Suma y sigue. Los muebles también parecen instalación museística sobre las aceras. Los depositarios a veces no usan el teléfono de recogida. La gerencia de LIMASA tendría que contar con esto. El resultado de todos estos factores, junto a muchos más, se comprueba por ejemplo en el espacio donde se encuentran los contenedores de Puerto Parejo, paisaje que disfruto desde mi balcón. Contenedores abiertos todo el día, basura dispersa por el pavimento, muebles y contenedores de plástico y papel abarrotados. Igual imagen he visto en Cruz Verde, La luz, Puerta Blanca y otros muchos barrios de los que soy asiduo y su más ferviente servidor. Ya que reconocemos el problema, y eso honra al concejal, exijamos al alcalde un plan de infraestructuras y de maquinaria que evite no sólo esas visiones antes descritas, sino la del operario con escoba de quien se pretende que abrillante una avenida. Padecimos el atraso en alcantarillas, ahora sufrimos el de la tecnología de la limpieza. Sucede con nuestro alcalde como con Alfonso X el Sabio de quien los historiadores cuentan que de tanto mirar a las estrellas, se olvidó de los asuntos del suelo, que es donde se asienta una ciudad.

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