El sueño prusiano

12 Dic

Este lunes inaugura frente a las bolsas y mercados internacionales una nueva senda de la Unión Europea y su euro. Hace algún tiempo, no demasiado, los europeos frente a esta crisis económica habríamos organizado una guerra. En este continente las ideas abstractas siempre fueron más importantes que los individuos; así, la patria, el honor o el sentimiento de superioridad, constituían un motivo fundado para enviar a la tumba millones concretos de muertos con su legado de dolor también muy concreto para quienes quedaban aquí como custodios de su memoria. Toda Europa ha sido dominio de Caín. La Unión Europea nació, más que como un mercado, como un intento de que en el futuro se evitaran aquellas guerras a las que nos entregábamos los europeos. Y ha funcionado. Las batallas con sangre quedan ya relegadas para los países pobres y del tercer mundo. Los ejércitos modernos se preparan en las escuelas, se arman en el sistema productivo y los índices bursátiles dibujan las trayectorias de sus misiles. El resultado de los armisticios es igual, esto es, ciudadanos sometidos que pagan y pagan plusvalías a los vencedores. Y por fin, la semana pasada, Prusia ganó la guerra. El sueño de Bismarck se ha cumplido y ya tenemos no sólo la Alemania unificada que él anheló, sino esa Alemania dueña de Europa que tanto tarareó la soldadesca teutona en sus marchas marciales. Alemania finalizó el pago de sus deudas de la II Guerra Mundial con Angela Merkel. Su producción industrial no ha hecho más que aumentar y en mitad de una crisis, su paro desciende cuando en otros países europeos crece. De su influencia importadora sabemos bien en España desde los altercados alimenticios-agrícolas. Se necesitan muchas cajas de pepino para pagar cualquier máquina alemana. A esta situación no se ha llegado de un día para otro, sino con una ida muy clara de la diferencia entre avances sociales y derroches.

La cobertura social alemana se sitúa entre las primeras de Europa; sin embargo, sus gobiernos siempre esquivaron la tentación de las deudas aunque hubieran podido atar los perros con salchichas, de Frankfurt por supuesto. A pesar del lastre que significaron las indemnizaciones de guerra a los vencedores, a pesar de la sangría económica que supuso la reunificación con una República Democrática paupérrima, Alemania supo avanzar. Educación, inversión en economía productiva y ahorro público son las equis que componen la ecuación de esta victoria prusiana. Igual que el Ministerio de Defensa dispone de agencias que se encargan de anticipar posibles riesgos, necesidades de futuro y soluciones, imagino que los responsables de la hacienda pública española tendrán departamentos similares que, seguro, alertaron de situaciones insostenibles a corto plazo y de cómo marchaban los gastos desbocados de las finanzas públicas. Angela Merkel se asesora de un comité permanente de expertos a los que en Alemania llaman sabios y ella hace caso. Aún recuerdo los vituperios lanzados desde trincheras gubernamentales y sindicales hacia las declaraciones incómodas del gobernador del Banco de España, Fernández Ordóñez, cuando avisó de que esto iba mal. Gracias a aquella sordera pactada hacia esos avisos, hoy nos vemos obligados a comprar el dinero que no tenemos y a pagar nuestras deudas de derrota que son los intereses. Tras la II Guerra Mundial, las factorías de armamento alemanas se transformaron en firmas de electrodomésticos y motores para uso civil. España tiene ahora que reordenar el capital privado que se destinó a empresas de especulación urbanística hacia sectores productivos estables y tiene que reconvertir una legión de peones ganapanes en trabajadores cualificados. Los pueblos sufren la ineptitud e ineficacia de sus dirigentes, junto con sus torpezas. El nuevo gobierno llega constreñido en sus decisiones por los dictados de Berlín. Esperemos que por el bien de todos sepa gestionar esta derrota de la sociedad española, y que la sociedad española aprenda de esta victoria alemana.

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