Luces

28 Nov

El centro de Málaga se convirtió este sábado mediante toque de interruptor en un escenario donde el protagonismo correspondía al pueblo malagueño, y la tramoya de luces navideñas al Ayuntamiento. Un guión sin autor definido donde la trama explica que un grupo de personas se lanza hacia las calles a la busca, si no de felicidad, que eso habita en cada uno, sí de la alegría, elemento abstracto que se concreta casi siempre en que la realidad no fastidie las ganas de diversión. Pero ya que la realidad también es abstracta y la luz posee tan poca materia que sólo se captura en la memoria, pues eso, el sábado una multitud se lanzó las calles, cada una y uno a la busca de su peculiar nada con la que sentirse contento, que no es poco. Los comerciantes y empresarios concretan algo más la materia con la que están fabricados sus sueños y piden menos tasas municipales, menos morosidad institucional, más crédito, facilidades para el contrato y toda esa serie de elementos que si ya estuvieran aquí no nos encontraríamos en una crisis y la luminaria del Centro habría sido más alegre sólo porque la mirada colectiva se descubriría menos turbia. Estas luces de finales de noviembre intentan conjurar lo antes posible el mal año y anticipar, aunque no a la velocidad de la luz, la llegada de uno nuevo al que confiar nuevas esperanzas. Cuando yo era pequeño, los Reyes Magos traían carbón a los niños que no se comportaban bien; para los Estados que no han hecho sus deberes ahora llegan cargados de carnés del paro y con mayor antelación que el encendido de los led navideños. Los tiempos corren que es una barbaridad y uno pasa del bienestar a la penuria con la sensación de que alguien desactivó algún interruptor y se hizo oscuridad donde hasta hace un breve instante brillaban los oropeles del sarao. Decía una nana, que no sé si inventó Unamuno, que el Coco se lleva a los niños que sueñan poco; en medio de tanta mala noticia que ya cansa oír y leer los informativos transfigurados en oleaje negro de los peores augurios, nuestra Málaga este sábado se hizo calles iluminadas y silenciosa demanda colectiva de mejores tiempos, de sueños más amables.

Los comerciantes necesitan consumo; el consumo exige dinero en el bolsillo y valentía para afrontar los gastos, lo que precisa un futuro bien claro al fondo. El conglomerado administrativo que articula el Estado Español ha engendrado en tiempos de bonanza económica una máquina de triturar euros. Ayuntamientos, autonomías, diputaciones y gobierno central, cada uno por su parte, han multiplicado el número de agencias públicas, oficinas y otras dependencias de tal modo que los impuestos sólo sirven para alimentar al monstruo junto con la deuda provocada por una insistente perversión del concepto de lo público. A esta situación no sólo se llega por los errores del gobierno socialista. Consistorios y administraciones autonómicas en manos del PP arrastran iguales balances en rojo. Así que de lo de bajar tasas nada de nada; de lo de invertir en infraestructuras, menos; de lo de agilizar la demora de los pagos institucionales a proveedores, tampoco y de que el crédito fluya, nos olvidamos porque llegó la hora de pagar los pecados, versión financiera de aquel teológico rendir cuentas ante dios. Así que, por ahora, nos queda contemplar unas calles ya iluminadas para la recurrente representación navideña. Las penas con pan son menos y una crisis iluminada con un poco de buen gusto parece que disminuye en sus sombras. La percepción humana no es más que un estado psicológico hasta que llega el extracto bancario. Es buena idea esta de adelantar la sensación festiva desde las fronteras de enero hasta las de noviembre. Si atrasáramos la feria hasta septiembre, podría buscarse un alumbrado público con un aire de verbena indefinida y así, una vez instalado a mitad de verano, permanecería hasta casi febrero; con algún retoque serviría para carnavales e incluso para Semana Santa. Ya digo que los tiempos corren mucho; con tal de ver luces en mitad de esta tormentosa noche financiera que tanto se está alargando, hasta entran ganas de arrancar hojas a los calendarios y de borrar horas en la esfera del reloj.

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