Esta Málaga de Sísifo

25 Oct

La portada de La Opinión del domingo enunciaba un canto por malagueñas al castigo de Sísifo. Les recuerdo, aquel griego condenado por los dioses a subir una enorme piedra hasta la cima de una montaña desde donde rodaba antes de que culminase la tarea. Por una parte, nos enteramos de que la regeneración de las playas malagueñas alcanza ya los cincuenta millones de euros; por otra, los juzgados de lo penal alcanzan ya más de diecisiete mil sentencias sin ejecutar a pesar de los planes de horas extra y otras medidas que la Junta anunció con profusión de titulares y cohetería que en pocos meses ha quedado en eso, en humo, palabras al viento y continuo atasco de la maquinaria judicial. Arena que huye como lágrimas bajo sus granos, y juzgar y juzgar para que nunca termine el proceso. El mar reclama lo que le pertenece y el caos de nuestra sociedad malagueña, también. Ambas acciones con idénticas sangrías de billetes. Luchar contra la naturaleza cuesta lo suyo. Confío en que los ingenieros estabilizarán las playas, pero no en que alguna vez funcionen los juzgados. El mar y el planeta dictan para nosotros leyes más exactas, más justas; el sol aparece cada mañana por su sitio y las corrientes marinas actúan de igual forma durante tiempo. Quizás el problema se hubiera solucionado con la entrega de diez millones de euros a un equipo de investigación y con toda seguridad nos hubiéramos ahorrado treinta de los cincuenta. Lo que hacen todas las naciones con tecnología puntera, esto es, desarrollan su tecnología a patir de un problema y después la rentabilizan no sólo con la solución, sino con la exportación de ideas, prestigio, servicios y productos de esos que en España importamos. Si en vez de empujar la piedra, Sísifo se hubiera aplicado al diseño de poleas habría finalizado su castigo y se habría burlado de los dioses. Las playas se regenerará porque seguro que los holandeses disponen de algún artificio, como los japoneses y los americanos.

Sin embargo sufriremos el colapso judicial durante un período como de castigo mitológico. El rendimiento de los juzgados revela una de las estructuras más arcaicas de la democracia española y la prueba está clara: el motor no funciona. Sus dependencias encuadran fotos parecidas a las del siglo XIX. Expedientes y papeles por doquier, mesas de trabajadores atestadas de lo que el espectador supone un cúmulo de absurdos sin solución, como si entregaran a los operarios cubitos y paletitas para que rellenasen con arena del mar las playas perdidas de toda la provincia. Labores de mil sísifos en paralelo. Muchos intereses confluyen para que la justicia marche lenta. El primero el de las distintas administraciones públicas a quienes viene muy bien que los contenciosos tarden años en dilucidarse y además se puedan recurrir durante décadas. También beneficia esta parálisis judicial a los subterfugios del capital privado que no paga, o sabe que retrasa un abono y tras años le aplican un mínimo interés. El Consorcio de Compensación de Seguros se negó a pagarme una indemnización y, tras tener que molestar yo a los tribunales, dos años después ni siquiera se presentó al juicio; una estrategia habitual de muchos organismos según me explicaron en el juzgado. Y no pasa nada. La administración de justicia ha sido ninguneada por los distintos gobiernos de la democracia, incluso por parte de la ciudadanía. Es necesario un pacto de Estado que no conoceremos en años y años para que su funcionamiento y consideración colectiva se vean modificados por completo. Antes me encuentro con la garota de Ipanema entre palmerales por Huelín, o nos enteramos de que Sísifo se casó con la piedra.

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