Arte y parte

18 Feb

Cuando queremos negar a una persona el derecho a intervenir u opinar en un asunto, decimos que no tiene en él ni arte ni parte. Para afirmar el derecho que en la sociedad tienen los ciudadanos y ciudadanas a opinar y a intervenir, he querido darle la vuelta a esta vieja expresión castellana diciendo: “Arte y parte”.
Los ciudadanos tienen el derecho (y el deber, no lo olvidemos) de participar. Porque no son meros súbditos que se callan, que acatan y cumplen las leyes, que pagan la sanción correspondiente cuando las infringen y que, en definitiva, obedecen. Los ciudadanos no son profesionales de la obediencia sino de la responsabilidad. No son tampoco meros clientes, que opinan sobre las ventas y las compras, que analizan el mercado y que transaccionan según sus intereses. Cada vez somos más súbditos en la sociedad y más clientes en el mercado. Otra cosa muy distinta es ser ciudadanos y ejercer de tal en una sociedad democrática. Ninguna democracia está desarrollada perfectamente y para siempre, hay que mejorarla cada día y hacerla crecer. La democracia es como un árbol al que hay que regar, abonar y podar. Un árbol que puede secarse y morir, que puede ser destruido por plagas y que algunos leñadores desean cortar para sacar un beneficio particular.
Voy a concretar en diez principios las exigencias de la ciudadanía, a sabiendas de que pueden ser más e, incluso, otras más importantes. El ciudadano y la ciudadana:
1. Piensan, analizan, saben por qué suceden las cosas. No son ingenuos sino críticos. Saben que existen hilos ocultos que mueven las decisiones que se toman, saben cómo iluminar esos hilos para que no caer en la trampa de la manipulación. No se chupan el dedo. Digamos que “las ven venir”. Cuestionan las leyes injustas y las decisiones arbitrarias.
2. Hablan, opinan, levantan la voz, se expresan con libertad sin las cortapisas del miedo al poder, sin caer en los señuelos de la adulación, sin hacer caso a desalentadoras admoniciones de los escépticos.
3. Participan con su actividad laboral y social en la vida pública: votan, intervienen activamente entre una votación y otras, sabiendo que la democracia no acaba sino que comienza en las urnas. Se manifiestan, intervienen en asuntos de interés general, no sólo en los estrictamente privados.
4. Se agrupan, no están solos, no permanecen aislados, se organizan para la acción, conscientes de que el grupo multiplica la fuerza individual.
5. Exigen, asumen riesgos ante el poder, practican la valentía cívica que es una virtud democrática que nos hace ir a causas que de antemano se sabe que están perdidas.
6. Se informan, leen críticamente, están al día, cuestionan las explicaciones inconsistentes e interesadas tanto del Gobierno como de la oposición. Son conscientes de que los políticos están al servicio de la ciudadanía y no a la inversa.
7. Respetan a los demás y reconocen y valoran la diversidad. Saben que existen culturas diferentes y personas diferentes, más allá de la dignidad esencial de cada ser humano.
8. Son solidarios, sensibles a la injusticia, se compadecen de los que sufren, no van exclusivamente a lo suyo, no se encogen de hombros ante las desigualdades que existen en su país y en el mundo.
9. Viven de forma honesta, trabajan responsablemente y se esfuerzan por mejorar ética y socialmente la sociedad en la que viven.
10. Cumplen con sus deberes públicos: pagan fiel e íntegramente los impuestos, cumplen las leyes, respetan las normas de tráfico y son conscientes de que la libertad individual tiene unos claros límites en la del prójimo
La sociedad en la que vive y trabaja un cumplido ciudadano es mejor porque él pertenece a ella. Él se constituye en un modelo que se debería imitar. Frente a la posición egoísta que hace que cada uno vaya a lo suyo (o a lo de los suyos) existe la actitud ciudadana que tiene en cuenta el bien común y los intereses de todas las personas, especialmente los de los más desfavorecidos.
No se nace sabiendo ser ciudadano o ciudadana. El aprendizaje de la ciudadanía se produce en la familia, en la escuela y en la sociedad. Me sorprende que desde algunos sectores que defienden denodadamente la presencia de la asignatura de religión en las escuelas se condene como sectaria la asignatura de educación para la ciudadanía que pretende despertar y cultivar el respeto a todas las identidades, culturas y religiones.
El aprendizaje de la democracia y de la ciudadanía tiene serios obstáculos que lo bloquean o dificultan. Me referiré a tres especialmente graves:
El primero de ellos es la cultura neoliberal que pone en alza el individualismo, el sálvese quien pueda, la competitividad desleal, el desprecio a los valores y la obsesión por la eficacia.
El segundo es el mal ejemplo de quienes deben constituirse en ejemplo vivo para los ciudadanos. Cuando en una sociedad quienes gobiernan se corrompen, están haciendo una invitación a que cada uno desde su lugar y posibilidades haga lo mismo. Hasta tal punto que quien no se aproveche de la situación que tiene al alcance de la mano se considere y sea considerado un imbécil.
El tercero es la proliferación de modelos que ejercen un engañoso atractivo sobre la juventud. Quienes adquieren rápida y fácilmente dinero, fama o poder se convierten en el ejemplo que se debe seguir, en el modelo que se tiene que imitar, en el camino que se ha de recorrer para tener éxito.
Resulta triste, injusto y preocupante que se convierta en modelo de ciudadanía aquella persona que es capaz de entrar después de ti por una puerta giratoria y salir antes.