La gamba en el chiringuito

23 Jul

gamba.jpg El verano no está reñido con la reflexión. Y menos con la reflexión educativa. A fuerza de identificar los tiempos de aprendizaje con los de estudio académico, olvidamos que siempre se puede pensar y aprender. Y que el ocio es un tiempo excelente para conseguirlo. Una amiga me cuenta, llena de asombro e indignación, que un sedicente profesor (que ejerce en un centro privado) ha escrito en el cuaderno de ejercicios de su hija la siguiente observación didáctica: “Tienes menos futuro que una gamba en un chiringuito”. Todo el mundo sabe que las gambas son un producto solicitadísimo en los pequeños quioscos al aire libre de la playa. Me ha enseñado el escrito. Lo he visto con mis propios ojos. No lo podía creer.
¿Cómo es posible, me pregunto, que quien está pagado para ayudar a crecer se dedique a poner sobre la espalda de una joven, esa montaña de pesimismo y destrucción? ¿No es consciente el profesional del daño que hace? ¿O causa el perjuicio a ciencia y conciencia? Solamente me podría explicar este tipo de comportamiento en el dudoso supuesto de que el profesor quisiera provocar una reacción de rabia y de autoafirmación en su alumna. Pero es mucho suponer para profesionales de este tipo…
Nadie ignora que existen profecías de autocumplimiento. De ellas habla elocuentemente Watlawick. La profecía de un suceso se suele convertir en el suceso de la profecía. A fuerza de decirle a una persona que no vale acaba no valiendo. Sucede esto incluso en el ámbito sociológico. Si hoy anuncio que el próximo sábado no habrá gasolina en las estaciones de servicio de Málaga, los conductores se precipitarán en los días próximos para asegurarse la gasolina necesaria, de tal modo que el sábado se habrá terminado. La profecía de un suceso (no habrá gasolina) se convertirá en el suceso de la profecía (se produjo la escasez).
Con la de casos en que quienes han hecho estos vaticinios destructivos se han equivocado. Decía Belén Rueda hace unos días que en el Colegio siempre la postergaban cuando había que hacer teatro… No quiero acudir a casos célebres que todo el mundo conoce. Muchas personas han sabido superar estas mezquinas premoniciones. Cada vez que planteo esta cuestión me encuentro con personas que me corroboran este error: “tenía un profesor que me decía…”, “cuando era niña algunas maestras me tachaban de…”, “me decían que no tenía futuro en los estudios…”.

¿Qué hacer ante estas actuaciones del profesorado? En primer lugar, hay que instar a la inspección y a la dirección a ejercer la autoridad democrática como una obligación irrenunciable. No se puede actuar impunemente. Nadie entendería que el jefe de un Hospital mirase para otro lado cuando sabe que el médico que opera lo hace de tal modo que causa un grave perjuicio de los pacientes. En segundo lugar, los claustros no pueden aplicar a estos casos un mal entendido compañerismo. Encubrir la atrocidad nos convierte en partícipes de la misma. Las Asociaciones de los Padres y Madres tienen que ejercer un control democrático de la actividad de las escuelas. No son simples organizadores de actividades complementarias. Al interesado hay que pedirle autocrítica para saber retractarse y para evitar actuaciones de esta naturaleza.
¿Qué decir a los destinatarios de estas profecías? Han de saber defenderse de ellas e, incluso, convertirlas en un estímulo y en un motivo de superación.
No hay que engañar a las personas haciéndoles concebir falsas expectativas, pero de ahí a hundir a los alumnos desde la autoridad que confiere la condición docente hay un abismo. Además, según explica la psicología, es más fácil superar las dificultades desde una visión optimista de la realidad. Lean, por favor, el hermoso libro de Luis Rojas Marcos ‘La fuerza del optimismo’. De él extraigo la siguiente referencia que nos muestra cómo la creencia de que podemos avanzar es una parte importante del éxito del recorrido. Es muy grande la superioridad de la confianza y el entusiasmo frente a la evaluación realista de la situación en este interesante relato de un suceso verídico.
Durante unas maniobras militares en Suiza, un joven teniente de un destacamento húngaro en los Alpes envió a un pelotón de soldados a explorar una montaña helada. Al poco rato empezó a nevar intensamente y dos días más tarde la patrulla no había regresado. El teniente pensó angustiado que había enviado a sus soldados a la muerte. Al cuarto día los soldados regresaron al Departamento.
–¿Qué os ha ocurrido? ¿Cómo lograsteis volver?, les preguntó el oficial.
Y le respondieron que se habían perdido totalmente y poco a poco se fueron descorazonando hasta que uno de ellos encontró un mapa en el bolsillo. Esto les tranquilizó. Esperaron a que pasaran las tormentas y valiéndose del mapa dieron con el camino. El teniente estudió con interés el mapa providencial y descubrió con asombro que era un mapa de los Pirineos.
En realidad el mapa no había servido para guiar a los soldados sino para avivar en ellos la esperanza, que fue lo que les hizo salir del trance y enfrentarse a la situación.
Nunca he podido comprender qué motivo lleva a algunos profesores a realizar estas prácticas destructivas sobre los alumnos. Sobre alguno de ellos en concreto o sobre todos los que integran un grupo. ¿Se sienten así superiores? ¿Piensan que pueden diagnosticar de forma inequívoca capacidades tan fluctuantes e impredecibles? ¿Se consideran unos videntes privilegiados?
En cualquiera de los casos hay que condenar sin paliativos esa política de etiquetados inhibidores. Sobre todo, como suele ser frecuente, cuando van teñidos de dureza y desprecio. La psicología del aprendizaje es taxativa al respecto. Los refuerzos positivos son más eficaces que los negativos y, además, no tienen anexados efectos secundarios incontrolables.
No quiero decir, por no entrar en contradicción, que quien tiene menos futuro que una gamba en un chiringuito es este profesor. No lo digo porque pienso que las personas, si lo desean, pueden cambiar. Lo espero y lo deseo. Para bien del profesional y para dicha de aquellas personas a las que tiene que ayudar a crecer y a desarrollarse.
Ojalá que el verano, con sus soles y sus brisas y sus tiempos pausados, nos ayude a pensar cómo podemos ayudar a que nuestros hijos y alumnos sean mejores cada día porque nosotros estamos ahí para ayudarles a conseguirlo.

3 respuestas a «La gamba en el chiringuito»

  1. Yo trato de enseñar que los dichos hay que tomarlos como de quien vienen. Una persona que desprecia, sea quien sea y lo que sea, es una persona despreciable.

  2. He leido el artículo de la “gamba”. Espero y deseo que, sobre todo, la alumna sea suficientemente inteligente con la ayuda de padres y del resto de profesores del claustro, además de amigos y amigas cercanos como para no creerse que su vida va a ser la de una gamba. Especialmente sebe pensar que ser una gamba es algo exquisito pero para vivir demostrándolo no para ser comida. Sólo le deseo deseo lo mejor. En cuanto al profesor debería dedicarse a servir gambas en los chiringuitos de verano y que abandone la profesión.

  3. He leido el artículo de la “gamba”. Espero y deseo que, sobre todo, la alumna sea suficientemente inteligente con la ayuda de padres y del resto de profesores del claustro, además de amigos y amigas cercanos como para no creerse que su vida va a ser la de una gamba. Especialmente debe pensar que ser una gamba es algo exquisito pero para vivir demostrándolo no para ser comida. Sólo le deseo lo mejor. En cuanto al profesor debería dedicarse a servir gambas en los chiringuitos de verano y que abandone la profesión.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.