La fuerza del diálogo

24 Abr

dialogo.jpg Dice Mariano Rajoy que el actual gobierno es débil e inestable porque tiene necesidad de dialogar y negociar con otras fuerzas políticas para poder gobernar. ¿En qué consiste, pues, la fortaleza para el líder popular? En ejercer el mando sin depender de pactos, consensos y alianzas. Ordenar y mandar de forma autónoma es, para él, ser fuerte. Lo dijo claramente en la campaña electoral: “No pactaremos con nadie”. Y lo explicaba: “porque no queremos ser víctimas de chantajes”. Al parecer, transigir, ceder, negociar, pactar, dialogar son muestras de debilidad. Quien hace propuestas a Mariano Rajoy chantajea, cuando las hace él defiende el bien de España.
No es sorprendente esta visión en una persona que ha participado en un gobierno (de mayoría absoluta) que se ha quedado sólo en la decisión de ir a una guerra, en la elaboración de la ley general sobre la educación, de la ley sobre las Universidades, en lo que se llamó luego ‘el decretazo’… Han decidido solos, sin negociar, sin dialogar. Han impuesto su criterio y han considerado que esa es una manera de ser un gobierno fuerte. Y, por ser fuerte, también estable. Quien esto dice ha sido también el destinatario de una decisión solitaria y autocrática que le ha convertido en líder sin necesidad de consulta, diálogo o negociación.
Los hechos no le han dado la razón. Porque esa forma de gobernar, según creo, ha sido una de las causas no de la inestabilidad del poder sino de su defenestración a través de las urnas. De modo que el no escuchar a nadie, el no negociar con nadie, el no pactar con nadie ha sido precisamente la causa de la pérdida del poder, de su debilidad.
Creo que lo que da fuerza al poder (y estoy refiriéndome siempre al poder en una democracia) es su disposición a la escucha, su capacidad de hacer pactos y de establecer alianzas. La fuerza, a mi juicio, está en el diálogo. En el buen entendido, como decía Joseph Joubert de que “el objeto de toda discusión no debe ser el triunfo, sino el progreso”.
El primer interlocutor del gobierno para establecer el diálogo es la ciudadanía, que habla a través de las urnas, pero que sigue hablando después en las calles, en la prensa, en las organizaciones, en las instituciones. El segundo interlocutor son los partidos políticos del arco parlamentario, que están ‘ahí’ por decisión soberana de los ciudadanos. El tercero son los representantes de otros países del mundo ya que una nación no está sola en la tierra. El cuarto son los propios miembros del partido. Si no hay democracia interna, si realmente no se puede decir lo que se piensa, no se formularán quejas, críticas ni discrepancias. El silencio servil es la tumba de la verdad.
Para dialogar es preciso saber escuchar y tener algo que decir. “Hay pocos animales más temibles que un hombre comunicativo que no tiene nada que decir”, decía Beuve. Sin dogmatismos, porque algunos confunden pereza de pensamiento con firmes convicciones. No hay diálogo desde los dogmas.
También es cierto que en el diálogo puede haber trampas. Hay quien, a través del diálogo, trata de engañar, de obtener ventaja. Y logra conseguirlo. Aunque, en otras ocasiones, el ‘listillo’ se encuentra con alguien que le aventaja en la sagacidad. Me han contado hace unos días una simpática historia al respecto. Viaja en un avión una hermosa joven al lado de la ventanilla. Está cansada y se dispone a dormir. Un joven ejecutivo que está a su lado le hace una propuesta:
–Perdone que le moleste, señorita, como el viaje es muy largo le propongo un juego para entretenernos–.
Ella agradece cortésmente la invitación, pero la rehusa sin vacilación. Él insiste:
–Se trata de un juego divertido. Yo le hago una pregunta, si usted no la sabe, me paga cinco euros. Si me la hace a mí y yo desconozco la respuesta, le pago a usted cinco euros–.
Ella rechaza la iniciativa alegando que está muy cansada. El ejecutivo no desiste de su empeño y vuelve a la carga, ahora con una propuesta diferente y ventajosa para la mujer:
–Para que el juego sea más interesante para usted, le hago esta oferta: si yo le hago una pregunta y usted desconoce la respuesta, me pago cinco euros, pero si usted me hace una pregunta y yo no sé la respuesta, le pagaré quinientos euros–.
La mujer acepta la nueva propuesta. Empiezan el juego. Él hace la primera pregunta:
–¿Cuál es la distancia del cielo a la tierra?–.
Como ella desconoce la pregunta le paga cinco euros. E inmediatamente pregunta:
–¿Cuál es el animal que sube al monte con tres patas y baja con cuatro?–.
El ejecutivo no conoce la respuesta, saca su ordenador portátil y hace una consulta de más de una hora, a través del teléfono del avión llama a la biblioteca de varias Universidades. Al fin se da por vencido. Paga los quinientos euros a la chica que, con gestos de cansancio, deja el juego y hace ademán de ponerse a dormir:
–Oiga, dice el ejecutivo, ¿cuál es la respuesta?–.
Ella saca de su bolsillo un billete de cinco euros, se los entrega al joven sin decir palabra y se pone a dormir.
Ojalá que lo que se ha dado en llamar en estos días un nuevo talante, una actitud nueva consistente en la apertura al diálogo, sea asumida por las instituciones y por cada uno de los ciudadanos y no sólo por sus representantes. Un diálogo inteligente y respetuoso. Un diálogo que busque el bien y la verdad, sin opereza, sin trampas y sin dilaciones. Un diálogo que nos habitúe a escuchar lo que el otro piensa y quiere. Que nos permita expresarnos con firmeza, rebatir sin miedo y ser criticados sin padecer tristeza e irritación. Decía sabiamente Cicerón: “Estemos siempre a punto para contradecir sin obstinación y dejarnos contradecir sin irritarnos”.
Para dialogar es preciso tener la voluntad y la humildad necesarias para dedicarse al encuentro. Pero hay que disponer de estructuras y cauces para hacerlo: tiempos, espacios, condiciones… El diálogo nos enriquece si estamos abiertos a la verdad de todos. Las personas inteligentes aprenden siempre, las otras pretenden mandar, enseñar y corregir a los demás como si estuvieran en posesión de la verdad. El diálogo nos hace fuertes. Y no cansa, si se hace de forma positiva. Decía Winston Churchill: “Una buena conversación debe agotar el tema, no a los interlocutores”.

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