Viaje a Toscanos y Trayamar

Viaje a Toscanos y Trayamar

La costa oriental de la provincia dispone de uno de los conjuntos de yacimientos más importantes de la cultura fenicia en España. Colonias, factorías y una necrópolis repleta de exequias: silueta de los antepasados

LUCAS MARTÍN

Fue en la misma zona en la que el impresor Bernabé Fernández Canivell, figura satélite de la generación del 27 y responsable de la revista Caracola, pasearía por las mañanas de verano con un pedazo de pan y la cabeza aporreada por poemas. Una finca de apariencia tropical, inundada de verde, en cuyos alrededores se advertían  unas piedras extrañas, colocadas con esa dejadez ruinosa con la que sobreviven las huellas humanas en el campo.

Bernabé, hombre de oficio e ilustrado, hijo del inventor del Ceregumil, tenía un hermano, Ramón, muy ligado a esa tierra, a la casa de Algarrobo. Y que por una mezcla sabiamente dosificada de sensibilidad y azar acabaría por desempeñar un papel fundamental en uno de los yacimientos fenicios más enjundiosos de la vertiente occidental del Mediterráneo. La serendipia, el hallazgo casual, no sólo se da en los laboratorios. En el caso de Toscanos y Trayamar, la cadena es compleja, y se enhebra en una trama sinuosa que incluye a Fernández Canivell, pero también a las obras e, incluso, a un alemán antisemita, el profesor Schulten, enamorado del mundo clásico.
Emilio Martín Córdoba, responsable de Patrimonio y director del Museo de Vélez-Málaga, no tiene ninguna duda. Sin la intervención de este tipo de variables, incontrolables y hasta contradictorias, es muy probable que jamás se hubiera encontrado ninguno de los restos; fue necesario que Schulten, con más pasión que método, acudiera en busca de indicios grecolatinos, de la brumosa y legendaria Mainake. Y, sobre todo, que el tren de Málaga a Zafarraya rajara como a un pavo a la colina. Un corte, practicado a principios del pasado siglo, que sirvió para sacar a flote una abigarrada colección de piezas. Griegas, sí, pero también fenicias, circunstancia que décadas más tarde, y tras el fracaso de Schulten, despertarían la curiosidad del Instituto Arqueológico Alemán y de los especialistas Hermanfrid Schubart y Hans Georg Niemeyer, que se lanzaron a una campaña profesional, con numerosas etapas y expediciones.

 

La Pieza del Museo de Málaga

El medallón, de alrededor de 25 milímetros y motivos simbólicos, fue encontrado durante la exhumación de la tumba número 4 de Trayamar, la que fue íntegramente destruida por el propietario de los terrenos. La pieza forma parte de los tesoros funerarios encontrados en el yacimiento. Repujada y granulada en oro, en la obra se aprecian con claridad las figuras de dos cobras, en cuyas cabezas se posan una pareja de halcones. También hay referencias al sol y a la luna, próximas, en su representación, a las que distinguían a la diosa Tanit, de la cultura cartaginense. El medallón se exhibe actualmente en el Museo de Málaga, si bien también se cuenta con una réplica en el recién inaugurado Museo Arqueológico de Vélez-Málaga, que cuenta con una sala dedicada a la cultura fenicia y su implantación en la zona.

En una de esas primeras investigaciones, en 1964, fue cuando apareció Fernández Canivell. Con un mensaje que a la postre daría un nuevo rumbo a la campaña. En la finca familiar, la del Ceregumil y los poemas, se conservaban los restos de una tumba subterránea; un hipogeo encontrado en los años treinta que se transformaría en un punto de partida para lo que más tarde se conocería como la necrópolis de Trayamar, acaso el conjunto sepulturas que más y mejor han documentado los ritos funerarios y la evolución de la cultura de la muerte entre los pueblos fenicios.

Schubart y Niemeyer se dedicaron a explorar los alrededores hasta 1984. Con dinero y tecnología alemana, sin descartar nuevas hipótesis. Y bregando en muchas ocasiones con lo peor del pueblo español, su tendencia a la destrucción, el desinterés de las administraciones. La actitud de Fernández Canivell y de otros propietarios contrasta, por ejemplo, con la de los dueños del terreno en el que fue localizado uno de los cinco hipogeos, el número 4, que fue masacrado a conciencia y sin compasión, a pesar de contar ya en ese momento con el aval y el interés declarado de los investigadores. Un golpe de infamia que, sin embargo, no resta brillo a la historia del yacimiento, que sigue siendo de capital importancia, tanto en España como en Europa.

Lo que los especialistas alemanes  encontraron en la finca Ceregumil y su entorno fue un conjunto monumental de exequias, de ajuar fúnebre, de fosas que penetraban en el suelo. Muchas de estas piezas, las que resistieron el paso del tiempo y los saqueos, se exhiben actualmente en los museos. En Trayamar quedó la piedra. En el relato de Emilio Martín sobrecogen especialmente los restos de vajilla encontrados en las sepulturas, testimonio de los banquetes que probablemente se hacían en el interior de las tumbas para despedir a los muertos.

En pocas partes se percibe mejor la mutación de la sociedad fenicia, que pasó de la incineraciones del siglo VIII Antes de Cristo, con las famosas urnas de alabastro, a los enterramientos. El especialista descarta en cualquier caso que se trate de un cementerio. Los hipogeos   de Trayamar son panteones, nichos colectivos, probablemente pertenecientes a la aristocracia. Nada que ver con otro tipo de tumbas presentes en la zona.

 

 

El esfuerzo de Niemeyer, de Schubart, de Manuel Pellicer, no se limita a este yacimiento. En el radio que abarca la desembocadura de los ríos Vélez y Algarrobo fueron reveladas numerosas manifestaciones de la época. Colonias originales y consolidadas como la del Morro de Mezquitilla, centros de alfarería, asentamientos, cerámica.  El conjunto más importante, por sus dimensiones y diversidad, el conocido como Toscanos, que abarcaba un gran número de construcciones. Según Emilio Martín, el yacimiento responde en origen a un gran foco industrial, un punto de producción que servía para administrar el inmenso caudal comercial de las ciudades fenicias. Y que abrigaba además  todo tipo de factorías. Restos como el del almacén o la posible residencia del administrador, del hombre de confianza, evidencian la importancia que adquirió el complejo,  que llegó a contar, incluso, con  una muralla de más de un kilómetro, levantada como protección frente a los robos.

Muerte, ventas, fábricas, adornos de hace más de veinticinco siglos. Todo en apenas un ramillete de kilómetros. Una concatenación de riqueza a menudo ignorada, sobre todo, en los presupuestos públicos. Pero con una fama que, en lo que respecta a Toscanos, se extiende hasta el firmamento. Y no es una exageración, sino otro formidable golpe de contingencia, la del hermano de Schubart, metido en los asuntos del espacio, que una vez descubrió un asteroide y lo bautizó con el nombre del yacimiento. Lo dice Miguel Sabastro, de la empresa arqueológica Nerea: «La gran cantidad y calidad de los yacimientos fenicios que jalonan la costa oriental de Málaga, la convierten sin duda en la capital del Mediterráneo occidental, pues pocas áreas aglutinan tantos yacimientos fenicios de esta época». Falta, como siempre, correspondencia.

 

Del interés internacional al silencio y el deterioro

No basta con la proyección del yacimiento. Ni con su variedad, ni con las piezas extraídas, ni con las publicaciones. La atención recibida por los yacimientos de Trayamar y Toscanos, con la excepción del Instituto Arqueológico Alemán, es infinitamente inferior a su riqueza patrimonial e histórica. Todavía hoy, a más de medio siglo de distancia de los primeros trabajos de Schubart y Niemeyer, el esfuerzo de las administraciones, especialmente del Gobierno, de la Junta y de la Diputación, sigue siendo muy escaso. Únicamente los ayuntamientos de Algarrobo y Vélez Málaga, con recursos limitados, se han preocupado por una tarea cuya magnitud corresponde por presupuesto a instituciones de mayores posibilidades económicas. De momento, está casi todo por hacer. Falla la conservación, la visibilidad turística. Y ni siquiera existe un plan para convertir en públicos el conjunto de los terrenos en los que se encuentran los restos. Emilio Martín reclama un plan global para las grandes localizaciones de los fenicios, «que son nuestra marca, tanto o más que Picasso». Miguel Sabastro, de Nerea, coincide: «El proyecto cobra ahora todo su sentido, sobre todo, tras la inauguración del gran Museo de Arqueología en Vélez Málaga,  Sin lugar a dudas con una decidida apuesta seríamos referencia internacional en la materia», sentencia.

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