Malaca romana, más que un teatro

Malaca romana, más que un teatro

La ubicación exacta del foro portuario, las termas próximas a La Aduana y la trama urbanística son algunos de los enigmas a despejar

LUCAS MARTÍN

La ciudad olía a vísceras, a trozos de pescado encamados en sal, a carne tibia. Un aroma denso, casi solidificado, aunque perfectamente compatible con los refinamientos olfativos de la vida patricia. Y, sobre todo, indicio de una prosperidad similar a la que disfrutarían veinte siglos después los pueblos industriales. Málaga, ahora taponada por el tiempo, la destrucción y los edificios, fue durante cientos de años una línea sucesiva de piedra noble encajada entre el mar y la colina; algo que hablaba latín, con ramificaciones e itinerarios comerciales, en contacto permanente con Roma y con la mayoría de los antiguos  nudos de poder del imperio. La recuperación del teatro romano, visto sobre todo desde la mitad de la calle Alcazabilla, en pleno centro, atempera el esfuerzo. Es fácil imaginarse la desaparecida Malaca, aunque falte toda su trama. El griterío de los comerciantes, el agua atravesando la Alameda, los edificios públicos, las villas. La silueta hoy inacabada de una de las ciudades portuarias del país más importantes en el mundo clásico, con un rastro todavía vivo, presente en yacimientos centenarios y actuales. Algunos localizados a miles de kilómetros, incluso en la propia Roma, donde según el catedrático de la UMA, Pedro Rodríguez Oliva, se han encontrado ánforas y piezas de cerámica con la leyenda de la ciudad. El avance hasta la Málaga romana se ha hecho siempre piedra a piedra. En los últimos años, con la recurrencia de las edificaciones, han surgido nuevas huellas. La época bizantina, la imperial, irrumpen hasta cuando no se las enuncia, en obras con propósito muy distinto, saltando vigorosamente a la primera estocada. A veces reventando las costuras de los supuestos límites urbanos como ocurre con el reciente descubrimiento de las ruinas de Martiricos, que evidencian la existencia de centros de producción y de talleres de alfarería  en puntos muy alejados del corazón de la urbe, que bombeaba, sobre todo, en el entorno de la calle Alcazabilla, entonces a orillas del Mediterráneo. Allí, entre factorías de salazón, funcionaba la rada, un trasiego continuo de pueblos, de credos, de mercancías. El teatro, puede que también las termas y el foro, que muchos estudiosos emplazan en el entorno del actual museo de La Aduana. Los restos aparecidos hasta el momento testimonian el esplendor de un territorio industrial, con mucho intercambio mercantil y una importante planta de producción de garum, la apreciada salsa de pescado. Los arqueólogos Javier Noriega y Eduardo García Alfonso coinciden con Pedro Rodríguez Oliva y con Manuel Corrales, este último director del Teatro Romano, en destacar el cosmopolitismo de la antigua ciudad romana. Malaca, con toda su herrumbre y todos sus enigmas soterrados, guarda algunas similitudes en su organización con su versión municipal contemporánea. Sobre todo, por la proyección exterior, basada tanto en el clima y en el mar como en la presencia continua de extranjeros; colonias de norteafricanos, delegaciones comerciales de sirios, dioses, costumbres, caligrafías diversas. La Roma construida en Málaga nunca fue una sociedad estática. La prueba está en su implantación, que tardó tres siglos en hacerse plena, con un primer y amplísimo periodo de tácita convivencia con el poder local, representado por los cartagineses. A diferencia de otras tierras más levantiscas, los fenicios de Malaka optaron por la vía diplomática y aceptaron la tutela del imperio a cambio de mantener su autonomía y sus privilegios. Eso les garantizó un largo periodo de tranquila convivencia, además de la conservación de su lengua, presente en cerámicas y en monedas como las estudiadas por el también catedrático de la UMA y especialista Bartolomé Mora.

La Pieza del Museo de Málaga

Conservada en el Museo Arqueológico Nacional, aunque con abundantes réplicas en Málaga, la Lex Flavia Malacitana es una de las piezas arqueológicas de mayor importancia de cuantas se relacionan con la configuración del mundo clásico en Málaga. Dividida en cinco tablas de bronce, supone parte de la declaración oficiosa, a finales del siglo I, por la que Roma reconocía a los malagueños como ciudadanos romanos de pleno derecho. En la pieza, que detalla la regulación de la vida pública, se describen procedimientos a tener en cuenta en la elección de los magistrados. La Lex Flavia fue encontrada en 1851 en  la zona de El Ejido. La intervención de los Loring, que la compraron, evitó que fuera vendida. Más tarde, y tras la desaparición del museo loringiano, las tablas acabaron en Madrid, donde son custodiadas actualmente.

No sería hasta el siglo I, con Augusto y la Lex Flavia, cuando Málaga se convertiría en una ciudad clásica reconocida con todas las garantías en el esquema administrativo del imperio. Un cambio que llevó aparejado numerosas transformaciones, tanto urbanísticas como simbólicas. Roma no dejaba nada al azar; y la pertenencia implicaba aceptar una regulación que prescribía desde la organización de las calles al tipo de construcciones. Descubrir la trama urbana de Malaca es una de las obsesiones de Pedro Rodríguez Oliva, que reconoce que, pese a los escritos de autores como Estrabón, todavía es prácticamente imposible entender el esquema completo sobre el que se desarrolló la ciudad romana. «Han aparecido restos, pero se necesita  encontrar más material para que se desvele cómo se organizaba», indica.

Prueba de las mutaciones, del dinamismo de los siglos de dominio romano, es el propio teatro, que pasó de asentarse sobre una construcción fenicia a convertirse en una fábrica y posteriormente en un cementerio cristiano. Incluso tuvo una fase de abandono, a partir del siglo III, cuando la aristocracia que lo mantenía empezó a disiparse y a renunciar a la contribución, acosada por la nueva política de impuestos.

La Málaga romana, sin duda, todavía está por escribir. Y son innúmeras las sorpresas, las cuentas pendientes. Hace ochenta años apenas se tenía constancia de todos los elementos que han salido a flote: la muralla de Cortina del Muelle, las piletas del rectorado, las villas como la del Palacio de Villalón, las distintas necrópolis. Y, sobre todo, el teatro, cuya restitución, no exenta de polémica, es ensalzada por Corrales, que la pone de ejemplo de la capacidad de la arqueología para enriquecer y metamorfosear el urbanismo y la economía de las ciudades. «Antes de eso no existía el Museo Picasso, ni ninguno de los ejes actuales. Fue el inicio de la transformación», señala.

La fuerza de Malaca en la cultura romana se mide, mientras tanto, en un relato inconexo en el que aparecen por todas partes testigos de la riqueza económica y el poder del puerto. Una fama que continuaría en época bizantina, con el emperador Justiniano, que situaba la importancia de la ciudad a la altura de la antigua Cartago. La verdadera dimensión de lo que fue está todavía bajo tierra. Una Málaga latina, con sus patricios orgullosos, sus hacendados, sus libertos, sus actores, sus poetas.

 

Un teatro singular con un futuro a punto de dormir sepultado

Hubiera rugido, bajo el suelo de madera, el eco de risas, de textos, de rituales. Un submundo encajonado, un monumento contenido por otro edificio, que finalmente retrocedió, vencido por la jerarquía turística e histórica. A pesar de su historia centenaria, el Teatro Romano de Málaga no empezó a emerger hasta 1951, cuando las obras de los jardines de la que iba a ser la Casa de la Cultura sacaron a la luz una parte de la grada. En 1995, y tras mucho debate, se llevó a cabo la decisión juiciosa de derribar la construcción y excavar a pleno rendimiento lo que quedaba del espacio romano, que es mucho, salvo la parte modificada en el siglo III para acoger una factoría de salazón de pescado. El edificio que hoy se puede admirar es, según Manuel Corrales, su arqueólogo director, de especial singularidad; sobre todo, por su adaptación original a la colina, que lo acerca más en su apariencia a un odeón que a un teatro clásico. El especialista da algunas nociones de su uso en la Málaga romana, que dista mucho de las obras de Esquilo y de Sófocles que se representan en los ciclos actuales. Corrales hablan en este sentido de espectáculos menos exigidos, pantomimas que se compaginaban con ritos religiosos y de exaltación política. Con un graderío, eso sí, con espejo sociológico y sitio específico para nobles, esclavos y tribunos que hacían donaciones.

 

 

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