Volver a clase a los 70

El refranero tiene una sentencia precisa para la mayoría de las ocasiones. La más adecuada para describir la educación de adultos es, probablemente, que «nunca es tarde si la dicha es buena». En pleno siglo XXI, el concepto del pensionista, postrado y sin ganas de subsistir ha dado paso al de entusiastas que representan verdaderos ejemplos de superación en un mundo que cada vez vive más rápido. Ya no es seguro ver a la abuela en su sillón tejiendo, sino que a medida que pasa el tiempo cobra más fuerza la idea de encontrarla plantando cara al reuma en sus clases de pilates, o bien agotando las últimas gotas de su cantimplora en una excursión junto a cientos de pensionistas ardorosos.

Una vez liberados de responsabilidades laborales y familiares, algunos se decantan por compartir mesa en clase con jóvenes estudiantes para continuar su formación académica. Es el caso de Rafael, exfotógrafo de prensa y uno de los alumnos que ha querido aprovechar la jubilación para volver a las aulas después de 40 años de ejercicio profesional.

A sus 59 años, reconoce haber salido airoso de su debut en la Facultad de Bellas Artes de la UMA, donde ha aprobado el primer curso «con muy buenas notas». «Estoy encantado con mi experiencia, pero si la duración de la carrera fuera de ocho años en lugar de cuatro sería todavía mejor», bromea.

A pesar de los más de cuarenta años que los separan, Rafael asegura que la relación con sus compañeros de clase es estupenda. «Hacemos fiestas y nos divertimos siempre que podemos. Sentarse de nuevo en las mesas rejuvenece y abre la mente, aunque hay que tener la cabeza bien amueblada», explica.

Tras varias décadas sin estudiar, alcanzar el ritmo del resto de alumnos es el principal hándicap con el que este veterano de la fotografía se encuentra, por lo que intenta no olvidar que está ahí por placer y que su única meta es ampliar conocimientos. La atención que recibe por parte de los profesores es, según cuenta, inmejorable. «Son estupendos y muy comprensivos al saber tratar a los que ya no tenemos 18 años», manifiesta.

Para algunos mayores, la edad se aprecia únicamente en las arterias. Un ejemplo de ello es Pilar que, a punto de cumplir 70 primaveras, es otra de las pensionistas que pretende demostrar a la vida que nunca es tarde para retomar los estudios, aunque, en su caso, de pintura.

Madre de cinco hijos y abuela de ocho nietos, confiesa que siempre le ha gustado dibujar, una asignatura pendiente a la que no ha podido dedicarse hasta ahora porque tenía que cuidar de su familia. «Somos un grupito de ocho personas que damos clase en casa de la profesora. Algunos de los jubilados, todos ellos de la misma quinta, son más decididos que otros, pero hay que perder el miedo a coger el pincel y a mezclar. Pintamos al óleo y hasta hacemos trabajamos manuales», afirma Pilar, quien recomienda a los más mayores que busquen un hobby que les llene lo suficiente en un momento de la vida «que sólo es de ellos».

El secreto para conservarse en tan buen estado es, en opinión de esta ama de casa, que vivió durante 35 años en Las Palmas de Gran Canaria, «salir, caminar, moverse, para evitar que el organismo se deteriore, y trabajar mucho».

La edad ya no es un impedimento para acercarse a las computadoras, que se perfilan como un herramienta educativa también para los mayores.

Con 72 años «y muchas ganas de aprender cosas nuevas», Carmen disfruta junto a su marido de un curso de informática, ofrecido por el Área de Bienestar Social del Ayuntamiento de Málaga. «Tenemos un montón de direcciones almacenadas en el correo electrónico. Me encanta comunicarme con los demás y hacer nuevas amistades», comenta esta campillera, que hasta es capaz de diseñar presentaciones en Power Point y añadirles música y animaciones.

Pese a sus «muchos dolores», Carmen, que detesta «pasar el día tumbada en el sofá y quedarse estancada», se ha aficionado a la fotografía digital gracias a su profesor Paco Olaya. Además, ha participado en talleres de radio, donde tuvo la ocasión de entrevistar al alcalde de Málaga durante la semana del mayor.

La artesanía y la cerámica son también unas de las actividades más demandadas por el colectivo de la tercera edad, como es el caso de Ana, quien a sus 73 años, compagina estas tareas con el ejercicio físico que realiza tres veces a la semana en el polideportivo de El Palo. «Hacemos máquinas, aerobic y corremos», cuenta con entusiasmo.