La Desbandá "La masacre de la carretera Málaga-Almería"

“Los bombardeos se hacían cada vez más continuos, aquello se estaba poniendo imposible y cada vez se aproximaban más. Así que mis padres pensaron que debíamos irnos a Almería”.
Este miércoles, 6 de febrero se cumplen ochenta años del inicio de la que fue la mayor masacre que ha conocido Málaga en tiempos modernos. 300.000 personas se lanzaron a la carretera con lo puesto para huir de una muerte que presuponían segura. Los gobernantes sabían que localidades cercanas habían caído ya en manos nacionales. Tropas italianas, españolas y alemanas se acercaban a la capital y milicianos y ciudadanos decidieron huir. Aquella carretera era la única salida posible y también la más fácil como objetivo para la aviación del bando nacional. Afirman algunos historiadores que aquello fue una emboscada, una forma de sacar a miles de ciudadanos de la capital para bombardearlos con libertad, a sabiendas de que no hallarían refugio.

“Los bombardeos se hacían cada vez más continuos, aquello se estaba poniendo imposible y cada vez se aproximaban más. Así que mis padres pensaron que debíamos irnos a Almería”. Así recordaba Ángeles Vázquez León su salida de Málaga en febrero de 1937, cuando las tropas nacionales tenían prácticamente sitiada la ciudad, que tomarían definitivamente el día 8. Como ella, miles de ciudadanos comenzaron el día 7 el éxodo hacia Almería para huir del conflicto. Pero no todos corrieron la misma suerte. Ella lo pudo contar, otros se dejaron la vida en uno de los acontecimientos más cruentos de la Guerra Civil y que muchos han comparado con el bombardeo de Guernica. Con una sola diferencia: la muerte de miles de civiles atacados sin previo aviso fue un episodio olvidado y silenciado durante muchas décadas.

Aviones alemanes e italianos atacaron sin miramientos a estos miles de refugiados, también bombardeados desde el mar. Entre ellos, niños, madres recién paridas, ancianos… El propio general Queipo de Llano hizo referencia a estos hechos en una de sus famosas alocuciones radiofónicas. Era el 9 de febrero: “Un parte de nuestra aviación me comunicaba que grandes masas huían a todo correr hacia Motril. Para acompañarles en su huida y hacerles correr más a prisa, enviamos a nuestra aviación que bombardeó, incendiando algunos camiones…”.

Al cinismo mostrado por el polémico general se ‘enfrentó’ la prensa internacional, que se hizo eco de la masacre en crónicas enviadas por sus corresponsales. ‘The New York Times’ recogió en un escalofriante artículo las vivencias del doctor Norman Bethune, que ayudó a los refugiados. “Contamos al menos 5.000 niños menores de diez años, miles de ellos descalzos… Decidimos volvernos y empezar a transportarlos para ponerlos a salvo”. Bethune, afectado por lo que halló en esa carretera de la muerte, se hacía una pregunta: “¿Cómo elegir entre un niño muriendo de disentería o una mujer que llevaba contra su pecho descubierto a su bebé nacido dos días antes en el camino?”. Los medios nacionales, sin embargo, sólo mostraban el regocijo por la toma de Málaga. Nada sobre los varios miles de muertos.

Y casi nada se supo durante más de 70 años. Sólo el recuerdo de los que se salvaron, la memoria escalofriante de una larga huida. “Días y días andando, rodeados de muertos y restos humanos por todos lados”. El comienzo de una tragedia de muchos días que por fin ha encontrado memoria y reconocimiento.


Unos 300.000 evacuados por el bombardeo de Málaga

Las cifras sobre el número de evacuados tras el Guernika del sur de España han variado en los últimos años gracias al trabajo de varios historiadores que han arrojado luz sobre la masacre que sufrió el pueblo malagueño a manos del bando nacional. Es el caso de los historiadores Andrés Fernández y Maribel Brenes, que confirman con documentos que fueron más de 150.000 los que salieron hacia Almería en la ruta de la muerte, elevando la cifra a unos 300.000 afectados.

Avanzaban con temor. En un silencio acuchillado, pedregoso, a punto siempre de quebrarse por la evidencia atronadora de los disparos. Hasta ahora, se sabía que habían sido miles de personas. Miles de habitantes del infierno, como diría la prensa internacional, que no dudó en calificar la huida como la peor masacre cometida nunca contra la población. La Carretera de Almería, el precedente sanguinario de episodios de locura como los de Siberia o los campos de concentración hitlerianos, ha sido abordada en los últimos 80 años con muy distinto rasero y ambiciones; desde el mutismo intencionado del franquismo a la avidez científica de finales del pasado siglo, que ya despojada de retórica ideológica, trató de acercarse, desde la penumbra bibliográfica, a los hechos exactos. Casi siempre tropezando con zonas de oscuridad, prácticamente irresolubles. Fue tanta la saña con la que se atacó a los refugiados, la concentración de brutalidad en apenas cuatro días, que por todas partes surgen incógnitas. La primera y más repetida es saber cuántas personas participaron en el exilio.

Las aproximaciones más aceptadas, extraídas de los cronistas europeos y, sobre todo, de Norman Bethune, el médico canadiense que asistió a los heridos, hablan de alrededor de 150.000 seres humanos. Una investigación pionera, a cargo de los historiadores Andrés Fernández y Maribel Brenes, revela por fin, y contrastando fuentes oficiales diferentes, la verdadera magnitud de la diáspora, que fue mucho más populosa, y presumiblemente más cruenta, de lo que sugerían hasta el momento todos los indicios.

El libro . '1937. Éxodo Málaga Almería. Nuevas fuentes de investigación' se fundamenta en un barrido documental que recorre archivos, militares y de ambos facciones, que nunca previamente, dada su dispersión, habían sido objeto de publicación y de consulta. Sus páginas son un compendio paciente que reconstruye todos los aspectos visibles y soterrados relacionados con la catástrofe, incluida la descripción hora por hora de todas las operaciones que intervinieron en el genocidio.

En el estudio de las víctimas, una de las principales aportaciones se circunscribe en torno a la cifra. Brenes y Fernández, este último responsable también de la inhumación de los restos de San Rafael, reproducen tres notificaciones militares oficiales que señalan a diversos recuentos en los que se multiplica la población huida; eran, al principio de la marcha, muchos más de los que contabilizó Bethune: unas 300.000 personas, el doble de los habitantes con los que contaba Málaga en 1937.

El cómputo revelado por la investigación encaja perfectamente con el relato numeral que va desgranando el propio libro. En los primeros días de febrero, con la pérdida de terreno del frente republicano, cientos de familias fueron sumándose a la riada que buscaba desesperadamente protección; de los municipios desguarnecidos tras la ruptura del cinturón de trincheras, bajaron a la capital un total de 80.000 huidos que se incorporaron a la caravana. Un convoy sucio y empobrecido, integrado sin meditación alguna por familias de muchos lugares de Andalucía, con la única ambición de escapar de la leyenda negra, y fatalmente veraz, con la que iba tomando cuerpo la expansión de los nacionales.

Los ataques comenzaron muy pronto. Ya a la altura de Torre del Mar, y con Málaga vencida, la aviación italiana empezó a secundar con toda su crudeza la consigna de Queipo de Llanos, que había dado orden de aniquilar, sin concesiones, a todas las personas que se encontraran por el territorio. Familias desarmadas y sin experiencia, acosadas por el aire y por el mar, con tres poderosos buques –Canarias, Cervantes y Almirante Cervera–, preparados también para torpedear en toda la franja. A mitad de camino, como recoge otro de los registros recogidos por el trabajo, el número de refugiados se había reducido siniestramente. Fueron 200.000 los que siguieron la ruta hacia Almería a partir de Adra. El resto se reparte entre los que dieron marcha atrás y los que fueron asesinados, lo que da buena cuenta de las dimensiones del drama.

En cuestiones balísticas, el trabajo de Andrés Fernández y Maribel Brenes, cuyo material de campo se exhibirá a partir de finales de mes en el Archivo Histórico Provincial, también arroja nuevos datos. Muchos fundamentales para disipar incertidumbres históricas. En el libro se trasluce el papel, oficialmente opacado, que tuvieron los nazis en la matanza. E, incluso, se incluyen puntualizaciones milimétricas sobre la distancia desde la que dispararon los cañones. El salvajismo de las acciones militares queda patente hasta en las comunicaciones internas de los sublevados: soldados que dudan si apretar el gatillo, aviadores que reaccionan con pavor y con incredulidad al mandato de sus superiores. En la ruta de la antigua N-340, la lengua de costa de Almería, no se veía ni rastro de lo que la propaganda rebelde reconocía como marxistas asesinos y armados; ni siquiera milicianos. Sólo mujeres, hombres y niños, la mayoría con los pies hinchados hasta alcanzar dos y tres veces su tamaño, tirando a duras penas de mulos exhaustos. En Almería, y nada más llegar, murieron algunos de los supervivientes. El informe del hospital de campaña, también incluido en el trabajo, refiere la llegada de 1.700 unidades familiares, algunas integradas por diez hijos. Las búsquedas se sucedieron. Muchas sin suerte. El texto contiene varios documentos que esclarecen el destino de los refugiados. Una remesa de 50.000 personas que fue diseminada en poblaciones de Cataluña; huidos que decidieron continuar con el avance hasta Francia. La memoria vista con lupa. El suceso, sin duda, más calamitoso de la historia de Málaga.


Recuerdos de la infamia

Los éxodoos son una de las más crueles consecuencias del siglo XX, el siglo de la barbarie. Uno de estos éxodos forzados por el miedo a la guerra y a la represión, es el de la Carretera de Almería. "La oleada de gente no cesó durante toda la noche, susurrando y gimendo como si fuera el viento a través de los árboles".

Hacia las dos de la tarde del sábado 6 de febrero de 1937, escribe Arthur Koestler, comienza el «éxodo de Málaga». Un río «de camiones, coches, mulas, carretas, de personas atemorizadas», un río «que chupa y se lleva consigo todo», que «chupa de las arterias de Málaga todas sus posibilidades de resistencia, su fe, su moral».

Los éxodos son una de las más crueles consecuencias del siglo XX, el siglo de la barbarie. Durante la Segunda Guerra Mundial –de la que la Guerra de España forma parte como preludio– 50 millones de personas fueron expulsadas de sus hogares. Uno de estos éxodos forzados por el miedo a la guerra y a la represión, es el de la Carretera de Almería, mostrado al mundo en primer lugar por el médico canadiense Norman Bethune. Sir Peter Chalmers-Mitchell, otro de los testigos de la guerra en Málaga, recuerda el «miedo y la tristeza» de las procesiones de gentes que pasaban cerca de su casa hacia la salida de Málaga. «La oleada de gente –escribe– no cesó durante toda la noche, susurrando y gimiendo como si fuera el viento a través de los árboles».

Un informe militar republicano confirma estas impresiones: «la población enloquecida por la acción del enemigo, se marchaba, abandonando la capital». Una huida apresurada y caótica, desordenada, en la que se mezclaban la población civil y las tropas milicianas. Desde Almería, el ejército republicano informaba de aquel río humano que llegaba desde Málaga, «dándose el espectáculo de mujeres y hombres que se morían de completo agotamiento, y otros muchos que se suicidaban, aumentándose así el cuadro de horror que se producía a nuestra vista».


La Desbandá

El libro y el documental Yo estaba allí (Fernando Arcas–director–, C. Fernández, A. García, M.A., Melero, P. Mellado, L. Sanjuán, C. Sarria, M. Tello, editorial Sarriá, 2011) realizado por investigadores de la Universidad de Málaga recoge testimonios de los jóvenes y niños que sufrieron esa huida dramática que se convertiría para algunos en un viaje sin retorno, en un exilio definitivo. El pánico al rumor de que «los moros de Franco» –un enemigo ancestral– y los fascistas venían cortando cabezas y pechos a las mujeres en su camino imparable hacia Málaga llevó a cientos de familias republicanas malagueñas y venidas de otras provincias a mirar a la capital y luego a Almería como salvación. «De los que se quedaron, fusilaron a un montón de hombres sin haber hecho nada malo, –dice José Pacheco, de Humilladero­–, sólo por capricho de la gente y por cosas del fascismo». En Cañete la Real, los abuelos lo advertían: «hay que huir de los fascistas que cortaban los pechos a las mujeres que iban fusilando». «Llegamos a Monda, luego llegamos a Coín –cuenta Ana Guerrero, una niña entonces, de Istán–, mi padre como era arriero, a una casa a la que llevaba carbón y fue al dueño y le dio la llave y allí estuvimos una pila de días». Huir era la única esperanza – «el anhelo de todo el que iba por la carretera era ese», dice Francisco Tirado, miliciano del batallón Stalin de la capital–, y sobrevivir con la ayuda de organismos del gobierno de la República, y con la solidaridad de familias de la zona republicana.

«Mi padre llevaba a mi hermana, a la más chica, en los hombros siempre porque mi hermana no podía correr, ésta agarrada a un lado de mamá, y la otra agarrada del otro lado de mamá, de las faldas de mi madre, y sin comida, y sin agua. Las cañas de azúcar las más buenas que yo he comido en mi vida, porque como era tanta hambre? ¡Las cañas dulces nos las comíamos!», recuerdan Isabel y María Reyes, de Málaga.

«Eso era la desesperación más grande, eso no se te podrá olvidar jamás en la vida, eso no se te puede olvidar nunca», afirma Ana Escudero, de Álora. «La carretera –prosigue– era todo eso: aviones por arriba y barcos por abajo, y eso era cañonazo para arriba, cañonazo para abajo, niños llorando, madres llorando, viejecitos abandonados», y «ya por la carretera mi hermano tenía cuatro años y la mayor ocho. La mayor se perdió y el más chico también, y el que llevaba mi madre, no se acuerda ni donde lo enterró. Ella dice que le puso Lenin, porque ¡como mi padre era tan comunista! Le llamaron como a mi abuelo: Lorenzo y Lenin también». Mariano Podadera, de Villanueva de Cauche, que tenía 12 años, afirma que «a cada instante encontraba uno a un muerto en la carretera».

En Málaga ya ocupada por los franquistas, los hospitales recibían a las víctimas de la carretera. Una joven enfermera ­–Laura León– recuerda los hechos: «Estaba yo en el hospital Miramar, estaba yo allí en el hospital de sangre y llegaban allí las mujeres todas, desde los barcos tiraban y las herían, y llegaban allí muy malheridas, yo lo sé porque teníamos que preparar en la farmacia muchos medicamentos, ya estaban las tropas aquí, los que llegaban eran los heridos de eso, que eran casi todos, porque ellos iban por la costa y los barcos les tiraban desde el mar, aquello estuvo muy mal, estaban los mejores médicos de Málaga».

A Juan Muñoz Frías, un joven miliciano del Batallón Andrés Naranjo de la FAI, no se le olvida el espectáculo de la muerte: «íbamos buscando una alcantarilla para pasar un vado a resguardo de los disparos, pero no pudimos pasar, estaba llena de heridos y de muertos». Desde la salida de Málaga sólo tenía una determinación: «yo la idea que tenía fija es que a mí no me cogían».

La tropa se dispersaba entre la multitud. «Iban diez por aquí, diez por otro sitio, ­–dice Juan Muñoz– pero con el objetivo de Motril o Almería, de reunirnos por ahí. No podíamos marchar en pelotón porque iban los barcos matando gente, ¿sabes? Nosotros la mayoría del tiempo lo pasábamos al otro lado de la carretera, de cuando en cuando nos aventurábamos». El miliciano del batallón Stalin afirma que desde la carretera «ocurrían cosas bárbaras porque yo he visto submarinos alemanes metidos en el rebalaje, yo decía ¿cómo pueden estar esos tíos pegados a la costa, cómo no encallan por ahí?». Los soldados como él «íbamos monte arriba y monte abajo una pila de trecho» para evitar el fuego de los barcos nacionales. El paso de los ríos era una epopeya trágica. En Motril, este joven soldado cuenta que «cogimos camiones y los metimos en el río, hasta que hicimos como un puente de camiones y por ahí pasaba el público, había personas, mujeres y gente mayor que daban lástima, no podían, muchos de ellos se caían, se ahogaban, niños, en fin aquello fue morirse».

Al llegar a Almería el espectáculo trágico de los refugiados constituía además para el ejército republicano «el peligro grande de la enorme desmoralización que se llevaba a las poblaciones civiles y la posibilidad evidente de que esta desmoralización se proyectara a los combatientes que habían de llegar a este frente». El mismo desarme de la milicia anarquista que llegaba desde Málaga y que se resistió a él fue un problema para las autoridades almerienses.

Francisco Gutiérrez, un joven de 17 años de Vélez Málaga, estaba entre los refugiados: «entonces salía un tren para Barcelona. En el tren no se cabía». Comenzaba un nuevo éxodo sin horizontes seguros. Mariano Podadera recuerda que «nos metieron en un camión y nos llevaron a Hellín en la provincia de Albacete y allí nos tiramos el tiempo de la guerra». Los jóvenes milicianos volverían a los frentes de guerra. Francisco Tirado, por ejemplo, se fue voluntario a las Brigadas Internacionales, una tropa de élite: «habían mayormente franceses, ingleses, alemanes, había americanos, checos, había de todas clases, pero ángeles, se podía decir, gente de muy buen corazón, una cosa magnífica».

María Muñoz recuerda que «nos pusieron un tren y nos llevaron a Lérida». No se olvidaría nunca del potaje de lentejas que les pusieron en Alcázar de San Juan, «que no le encontramos ni chinos de hambre que llevábamos». Recuerda que la estancia en Lérida, la acogida de los vecinos, fue buena después de tantos sufrimientos. Francisca Lara, de Villanueva de Tapia, también fue acogida en un pueblecito de Cataluña como refugiada. Su tío moriría en un campo de concentración francés. Francisco Romero, de Totalán, que estaba en edad militar, cuando cruzó la frontera sin embargo, volvería a combatir al frente en España.

«Yo pasé la frontera el 16 de febrero de 1939 –escribe Juan Muñoz Frías–, nos encontramos a los gendarmes que nos desarmaron y nos llevaron al campo de Argelès sur Mer. Allí empezó otra vida, otro episodio de nuestra pena». Clotilde Vega, una joven de 17 años, sería acogida con un grupo de niños en Bélgica. Allí comenzó un largo exilio.

La historia de los grandes acontecimientos y personajes había olvidado a quienes la sufren en silencio, a las personas corrientes. La Guerra de España tiene otros protagonistas, que son la inmensa mayoría, a los que hemos llegado a través de los recuerdos, de la memoria personal y colectiva. Estos recuerdos de la infamia de la Carretera de Málaga a Almería restituyen la injusticia de ese silencio.

"Cavaban para proteger a los niños"

Salvador Guzmán, un niño entonces de 8 años de Coín, recuerda que las tropas mezcladas con la población civil «tenían palas y picos y ellos hacían agujeros en el terreno del corte e iban metiendo allí a las criaturas». para protegerles de los bombardeos. En una ocasión se refugió entre unas cañas, «y en esto llega un viejo y se mete conmigo y cada vez que caía un proyectil yo me movía y el viejo me decía ?de esta nos hemos escapado?».


Crónica: Málaga acorralada y bombardeada

El New York Times dio buena cuenta de la batalla de Málaga durante la Guerra Civil. El periódico "Los insurgentes encontraron la principal parte de la ciudad, en el lado este del Guadalmedina, virtualmente quemada. Las casas que permanecían en pie había sido saqueadas. Las paredes estaban llenas de carteles en tinta roja". Contaba el diario estadounidenso. El 10 de febrero, el diario Whastington Post publicaba: "La captura de Málaga es la más importante desde la caída de Toledo".

A comienzos del año 1937 el Frente Sur se encontraba estabilizado desde hacía cuatro meses aproximadamente y, salvo algunos contactos locales, no había tenido lugar ningún combate importante. Su línea se extendía desde el sur de Granada y Sierra Nevada hacia el oeste, siendo el pueblo de Órgiva el más avanzado hacia el este así como el más próximo al Mediterráneo. Seguía el Frente hacia el oeste, adentrándose en la provincia de Granada, apoyándose en Loja, Archidona, Antequera y Ronda para, desde este último punto –entre la Sierra de Ronda y Sierra Bermeja- alcanzar el Mediterráneo pocos kilómetros al oeste de Estepona.

El sector republicano ocupaba una zona rodeada de un frente en forma de arco, cuyo centro aproximado era Málaga, formando como una gran bolsa fácil de cerrar por el Sector de Órgiva – Motril.

Para el almirante nacionalista Francisco Moreno, las operaciones de la ocupación de Málaga se dividían en dos fases principales de ejecución: 1ª Ampliación de las bases de partida en los Sectores Ronda-Estepona y Alhama de Granada; 2ª Cierre de la pinza entre Órgiva y Motril, con la ocupación de este último puerto.

El 14 de enero de 1937 el Jefe de la Base Naval de Cartagena recibió un teletipo de la Jefatura de la Base Naval de Málaga por conducto de Almería: «A las 07.20 horas se acercan a Estepona los Cruceros Canarias y Cervera, un cañonero y tres pesqueros».

Seguidamente, se daba confirmación desde los mandos republicanos. A las 7.35, el Crucero Canarias, Cervera, cañonero Cánovas y seis guardacostas hacían fuego sobre Estepona, al tiempo que 10 hidros nacionalistas bombardeaban Málaga.

A las 8.20 continuaba el bombardeo sobre Estepona. A las 8.40, hora de la última comunicación recibida, Estepona seguía siendo hostigada, quedándose incomunicada telegráficamente y continuando así a las 9.15 horas hasta ser ocupada finalmente por el ejército nacionalista.

El 25 de enero, Hidalgo de Cisneros expuso al Ministro y Jefe del Estado Mayor del Ejército la situación de Málaga; el ministro advirtió la importancia del asunto ya que había columnas de Granada que iban, por un lado, en dirección a Málaga, y por otro, en dirección a Motril. Mientras tanto, la aviación republicana había puesto en Málaga «todos los aparatos disponibles» con el objeto de neutralizar los aviones nacionalistas e incluso de «atacar a los barcos».

La segunda fase, catalogada así por el almirante Moreno, comenzó el 4 de febrero. Desde Marbella, ocupada pocos días antes, saldría una columna en dirección Málaga, siguiendo la carretera del litoral. Otras tres columnas, procedentes del interior, debían converger sobre Málaga, Vélez Málaga y más al este.

El coronel republicano José Villalba, sabedor de que su flanco izquierdo se encontraba ya muy quebrantado por los triunfos de las columnas nacionalistas que habían ocupado Marbella, y amenazado por las unidades que se hallaban concentradas en el sector de Ronda, es consciente de que le acecha «un ataque violentísimo» del que deberá defenderse a toda costa, puesto que la resistencia de este flanco es esencial para la defensa Málaga. De otro modo, el arco que describe el Frente en la Sierra del Norte se desplomaría fácilmente. Las órdenes dictadas a los batallones que cubrían la línea republicana son muy rigurosas: «Hay que defender el terreno metro a metro y dejarse matar en los parapetos antes que retroceder».

Ese mismo jueves día 4, el Dornier nº 4 con una dotación compuesta por el capitán Meléndez y alférez García Amor como pilotos; el alférez Sánchez Vidal como observador; el sargento Ojeda, como bombardero; el sargento Arellano, de radio; y el cabo Contreras de mecánico, efectúa un vuelo de protección antisubmarina a los barcos de la escuadra sublevada en el Frente de Málaga, con una duración de 1 hora 35 minutos.

Al mismo tiempo, las concentraciones de las brigadas legionarias en Antequera y Loja anunciaban operaciones de gran importancia. Confiaban los republicanos en «detener a los atacantes en los intrincados y fragorosos pasos de los montes de Abdalajis y de Alhama»; una primera línea de resistencia se apoya en las cumbres del Torcal; pero los apoyos mejores quedan situados en los sectores de las Venta de los Alazores y de las Ventas de Zafarraya.

El día 5 de Febrero a las 14.45 horas salieron de Cartagena los buques Libertad, Mendez Núñez, Escaño, Valdés, Gravina y Ciscar para efectuar una expedición por el Mediterráneo hacia el Sur y con la orden de abatir al enemigo encaso de encontrarlo. Mientras tanto, los cruceros nacionalistas bombardean en esos días la costa comprendida entre Marbella y Motril retirándose al anochecer hacia el Estrecho.

La defensa de Málaga se hacía cada vez más inviable, como demuestra el radiograma que se le envía al ministro republicano de la Marina al que se le comunica, que la escuadra nacionalista estaba bombardeando «comunicaciones entre Almería y Málaga cortando hilos telegráficos telefónicos». «Cuando cese bombardeo de artillería enemiga intentaré que se restablezcan estas comunicaciones. Municiones infantería de 7mm. no llegan y actualmente solicitan éstas algunas columnas. Aviación prometida tampoco llegó», completa. El dispositivo adoptado por el almirante nacionalista estaba integrado por los cañoneros Cánovas y Canalejas y las dos lanchas torpederas, Falange y Requeté. Estas últimas, que habían sido adquiridas poco antes en Alemania y puestas temporalmente a las órdenes directas del almirante, apoyarían el avance de la primera columna, desde Marbella a Málaga, en unión del crucero almirante Cervera. El Canarias y el Baleares tendrían por misión impedir la llegada de refuerzos procedentes de Almería, por la carretera de la costa, e inutilizar ésta en varios puntos que el mando terrestre iría determinando.

La presencia de la escuadra republicana en Cartagena y las primeras noticias sobre su próxima salida para impedir la acción de la flota sublevada sobre Málaga, obligaron al almirante a prever la concentración de los tres cruceros en cualquier momento; por lo general, el Canarias y el Baleares se reunían en las amanecidas, siempre a levante de Málaga, y el Cervera estaba listo para incorporarse.

Los días 4, 5, 6, 7, 8 y 9 la flota despegó una intensa actividad, llena de incidencias. El 5, un hidroavión nacionalista chocó en el aire con otro bimotor. Uno de los tripulantes, capitán de aviación, resultó muerto, embarcando el cadáver a bordo del Canarias. En las primeras horas del día 6, el almirante, ante la noticia de la salida de Cartagena de cinco destructores con rumbo SW, ordenó retirarse a Ceuta a los buques menores y tomó las medidas oportunas para enfrentarse a la Escuadra republicana con los tres cruceros: Canarias, Baleares y Cervera. El día 7, el Canarias corrió serio peligro en un ataque aéreo llevado a cabo por la aviación republicana, mientras maniobraba alrededor de un buque mercante inglés fuera de las aguas jurisdiccionales. El día 8 entraron en Málaga las tropas nacionalistas; a las 9:30 horas de la mañana penetraban en el puerto los cañoneros, protegidos por el Cervera, mientras el Canarias y el Baleares batían con sus fuegos la carretera a levante de Málaga.

¿Por qué se llama La Desbandá?

El diario británico The Guardian calificó a La Desbandá como "el peor éxodo que se había visto en la Historia de Europa" hasta la fecha.
A la masacre que cometieron las tropas del bando nacional en la carretera que une Málaga y Almería le faltaba un nombre: 'La desbandá'. Luis Melero acuñó el término que se han popularizado desde 2005. El autor recuerda que el nombre se lo comentó un viejo pescado de La Araña, que le contó, que "esa noche salió su padre a fumar un cigarrillo y le dijo, mira la Desbandá que viene de Málaga". Hasta hace apenas 12 años, los sucesos ocurridos en los capítulos finales de la toma de Málaga se conocían como el 'Crimen de la carretera de Almería' o 'La huida de la carretera de Almería'. "Lo que pasó en Málaga fue mucho peor que lo de Guernica, porque sólo en la primera noche murieron más de 10.000 personas", recuerda Melero.

La novela 'La desbandá' (Roca Editorial) recrea cómo la Málaga de los años 34 al 37 se convierte en auténtica protagonista, con el horror de la guerra como inevitable escenario a través de los ojos de un niño. Durante los primeros cinco meses desde su publicación, fue la novela más leída en Málaga, lo que da cuenta del interés que este triste eposodio de la historia despierta entre los malagueños. A través de un niño de 11 años, Luis Melero recrea en 'La desbandá' la Málaga previa a la Guerra Civil y los acontecimientos que llevaron a la huida de miles de personas en 1937. Un relato que llevaba en la cabeza de Melero desde niño, cuando "oía contar la historia de brazos de niños desparramados por la carretera, ríos de sangre donde resbalaban... una auténtica novela de terror que escuchaba con 3, 4, 5 años. Se me quedó en la memoria pero llegué a convencerme de que eso no podía ser verdad. Después de muchos años, cuando tenía 29 o 30, un día que estaba en Nueva York entré en la hemeroteca del New York Times -en esos años, Melero trabajaba como publicista en Estados Unidos-, busqué febrero del 37 y descubrí que era verdad lo que me contaban de niño. En Málaga intenté enterarme de algo, aquí no había nada y el misterio se me fue agrandando. Tampoco en Madrid encontré noticias del éxodo. Traté de hablar con la madre de un primo y me dijo que me olvidara de eso. Me di cuenta de que había un tabú. ¿Por qué? porque realmente un 90 por ciento de la culpa la tuvo Largo Caballero, que a Cayetano Bolívar –que le pidió armas tres meses antes– le dijo que a Málaga ni un fusil ni una bala más. Los frentes fueron cayendo y la noche del 7 de febrero la gente ya se iba en bicicleta, en carros, en burros... como fueran".

En el año 1981, Melero alquiló un Dogde Dart y se fue por la carretera N-340, parando por todos lados y grabando testimonios. "Conté 270. La gente estaba loca por hablar y una cosa curiosa: maldecía más al PSOE que a Franco. En todo caso el descubrimiento de la culpa de Largo Caballero me llegó después de mucho reflexionar", recuerda el autor.

Olvido:

Para entender lo que pasó en Málaga en la Guerra Civil hay que remontarse al año 31, cuando se quemaron más iglesias que en el resto de España. Málaga siempre fue una ciudad muy revolucionaria, la primera que dio un diputado comunista y una gran barrera para el avance del franquismo en el conflicto.

"Ahora parece que se habla más de este asunto. Pero hubo un tiempo en que me desesperaba que no se hablara más de ello. En cuanto a aquellos hechos, hablar sólo de la carretera de Almería es empequeñecer lo que pasó, porque la 'desbandá' de Málaga llegó hasta Frantremenda para toda la ciudad y la hecatombe llegó mucho más allá de la carretera de Almería. Es cierto que durante un tiempo hubo una especie de pacto de silencio, porque causaba mucho dolor hablar de aquellos acontecimientos. Ahora me da alegría que se hable de nuevo de esos momentos, porque hay muchos muertos que recordar, una memoria que honrar. En Málaga hubo grandes heroicidades y eso hay que recordarlo sin ira, sin necesidad de revancha y con cierta unidad".

La novela:

La novela muy real, muy cercana, llena de sentimientos, con un cierto sabor agridulce y acaso un pequeño halo de triste esperanza en el futuro. Así es 'La desbandá', última obra del escritor malagueño Luis Melero, que vuelve a su lugar de origen para recrear una historia trágica con el escenario de fondo de unos acontecimientos que marcaron a la ciudad en febrero de 1937, cuando las tropas nacionalistas tomaron el poder en Málaga. Desde la mirada inocente de Mani, un niño de 11 años, Melero va trazando un retrato muy completo de la sociedad malagueña de la época, en una ciudad 'dividida' en cierto modo entre las clases altas del Paseo de Reding y los barrios obreros: la Trinidad, el Molinillo, el Perchel... Mani, especie de ángel de la guarda de su madre, y sus cuatro hermanos asisten como testigos, y como parte implicada a veces, en unos hechos que desembocaron en el estallido de la guerra, una guerra en la que la brecha abierta entre dos mundos muy distintos se hizo más que evidente. Desde 1934 hasta la toma de la ciudad tres años después, Mani se ve obligado a madurar a la fuerza. Sus vivencias y sus impresiones sirven al lector como eje para comprender cómo puede llegar el horror, cómo la tristeza, la desolación y la soledad se pueden adueñar de unas vidas antes alegres.

En 2015, la segunda parte:


Luis Melero publicó en diciembre de 2015 la segunda parte de la novela, 'Después de la Desbandá', que explica qué pasó con ese niño y su amigo dejaron de serlo. "Empieza cuando los dos chicos vuelven de la desbandá y termina hacia el 44", matiza Melero. Una segunda parte en la que hay más recuerdos que trabajo de hemeroteca y testimonios, como ocurría en la primera parte.

Testimonios

Fueron los protagonistas de una de las escenas más violentas y fatales de la historia de España. Durante más de cuatro décadas se les negó la palabra. En febrero de 1937, hace exactamente 75 años, participaron en el éxodo. Eran niños, pero ninguno ha olvidado los pormenores de la marcha, en la que fallecieron miles de personas. La carretera de Almería discurría entonces por un trazado más estrecho, que bordeaba la montaña. En los días previos a la toma de Málaga, se convirtió en la única vía no gobernada por las tropas nacionales. Muchos de sus tramos permanecían helados. Los ataques obligaron a los refugiados a guarecerse en los socavones del terreno, e, incluso, a probar fortuna por el interior.
Junto al silencio de la mayoría de los lugareños, se yerguen también testimonios que hablan de grandes y anónimas heroicidades. No sólo la del médico Norman Bethune. Algunas familias, pocos, auxiliaron a niños heridos, extraviados, incapaces de reincorporarse a la marcha. El miedo persistía. En la carretera de la muerte hubo heroicidades, la de los supervivientes. Ellos son los héroes.

Testimonio de Remedios

Remedios Martín Roca / Mezquitilla (Algarrobo)
Remedios Martín está a dos años de cumplir el siglo de vida. En pleno bombardeo de la carretera que atraviesa el litoral de Algarrobo tenía 22 años. Sus recuerdos aún perduran: «Recuerdo que había un desastre enorme. Nadie podía tener dos pesetas juntas al empezar la Guerra. Por aquí pasaban familias enteras de Málaga, huyendo hacia Levante. Entre tanta confusión, mi hermano acogió a un niño que se encontró y estaba perdido; del que no se conocía quiénes serían sus padres». Lo tendrían muchos años, hasta que el pequeño decidió independizarse y emprender de nuevo el camino, sin pensar en sus familiares adoptivos. Remedios recuerda que para Almería pasaban caravanas enteras, repletas de «bestias, personas mayores subidas y niños». Alguna familia intentaba esconderse, pero «por miedo» las puertas estaban cerradas. - Fran Extremera

Testimonio de Juan

Juan Lahoz Gil / El Morche (Torrox Costa)
Al torroxeño Juan Lahoz, la carretera Málaga-Almería le arrebató a su padre para siempre. En aquel fatídico episodio de la Guerra Civil, con apenas cinco años de edad, emprendió el camino hacia tierras almerienses en compañía de sus padres, de dos hermanos mellizos de sólo nueve meses (Paco y Carmen) y de un cuarto hermano, Pepe. «Cuando llegamos a Motril, mi padre se empezó a encontrar muy mal. Tenía las fiebres de maltas y tuvo que venir a socorrernos, con un burro, mi abuelo materno». Así es como la familia, a pie, volvió sobre sus pasos. Juan recuerda que en el animal sólo podían ir su padre, aún enfermo, y los más pequeños. Pero todo se torció al llegar al término torroxeño: «En Calaceite nos pararon y subieron a mi padre en un camión. Se lo llevaron al cementerio y allí lo mataron». Sin padre, Juan se vio obligado a dejar la escuela con nueve años «para trabajar» y ayudar a su madre. - Fran Extremera

Testimonio de Manuel Borge

Manuel Borge López / Vélez Málaga
A sus 84 años, Manuel Borge López, de Vélez Málaga, mantiene el recuerdo de los cuatro días que duró el periplo desde la capital axárquica hasta Almería. «Me fui junto con mi tía y mi tío, ya que éste era republicano. Yo en aquel entonces tenía unos 11 años». Fue así como iniciaron un trayecto duro y peligroso, «donde los bombardeos eran continuos», por lo que en principio evitaron la costa y se desviaron hacia el interior, cerca de Cómpeta. De allí, retomaron la carretera por Almuñecar, hasta llegar a Almería. «Dormíamos en los cementerios, porque sabíamos que allí no iban a dispararnos los aviones». Durante el trayecto, en uno de los bombardeos perdió a sus tíos por lo que tuvo que seguir el trayecto solo. Los volvió a encontrar en Alicante, tras viajar en barco desde Almería. No regresó a Vélez Málaga hasta seis años después de la huida, reencontrándose con sus padres. - Juanjo Zayas

Testimonio de Manuel Muñoz

Manuel Muñoz Robles / Vélez Málaga
Manuel Muñoz tuvo que huir de Vélez Málaga junto con sus padres y sus tres hermanos. En aquel entonces, a sus catorce años, comenzó la huida «que empezamos el 7 de febrero y llegamos a Almería el 14 de febrero», rememora Muñoz. «El bombardeo era continuo y hubo tres o cuatro momentos en los que estuvimos bastante cerca de no poder contarlo». Su familia hizo la ruta muy cerca de la costa, «donde el peligro estaba por los barcos», pasando por Almuñecar y Motril hasta llegar a la capital almeriense. Otro de los momentos más peligrosos que recuerda fue atravesar el puente del río Guadalfeo, a su desembocadura en el litoral granadino «ya que lo habían volado el día antes y estaba casi derribado, había muchos que no querían seguir por ahí». Afortunadamente, tanto Manuel Muñoz como el resto de sus familiares consiguieron llegar con vida a su destino. - Juanjo Zayas

Testimonio de Jose

José Alarcón García / Vélez Málaga
José Alarcón nació en Lucena (Córdoba) pero se trasladó a Benamargosa, donde vivió su niñez. Fue a la temprana edad de seis años cuando tuvo que iniciar la huida junto con su familia, en la que iba su padre, que precisamente había sido secretario del Partido Socialista Unificado en el pueblo. Optaron por la ruta del interior hasta llegar a Motril. No seguirían hasta Almería, porque así lo decidió su padre. «Le dijo a su hermano y a su cuñado, que él no seguía adelante, que no había hecho nada y no le podían condenar a muerte», por lo que decidieron volver a Benamargosa. Sin embargo, le esperó a su regreso un trágico final al ser apresado y siendo posteriormente fusilado. «Volvimos al pueblo y allí nos quedamos como los vencidos durante muchos años, donde no podíamos ni llorar por nuestros familiares muertos», recuerda. - Juanjo Zayas

Investigación

La Desbandá afectó al doble de evacuados: 300.000

El trabajo, que reconstruye hora por hora la persecución, también despeja interrogantes sobre los nazis Avanzaban con temor. En un silencio acuchillado, pedregoso, a punto siempre de quebrarse por la evidencia atronadora de los disparos. Hasta ahora, se sabía que habían sido miles de personas. Miles de habitantes del infierno, como diría la prensa internacional, que no dudó en calificar la huida como la peor masacre cometida nunca contra la población. La Carretera de Almería, el precedente sanguinario de episodios de locura como los de Siberia o los campos de concentración hitlerianos, ha sido abordada en los últimos 79 años con muy distinto rasero y ambiciones; desde el mutismo intencionado del franquismo a la avidez científica de finales del pasado siglo, que ya despojada de retórica ideológica, trató de acercarse, desde la penumbra bibliográfica, a los hechos exactos. Casi siempre tropezando con zonas de oscuridad, prácticamente irresolubles. Fue tanta la saña con la que se atacó a los refugiados, la concentración de brutalidad en apenas cuatro días, que por todas partes surgen incógnitas. La primera y más repetida es saber cuántas personas participaron en el exilio.

Las aproximaciones más aceptadas, extraídas de los cronistas europeos y, sobre todo, de Norman Bethune, el médico canadiense que asistió a los heridos, hablan de alrededor de 150.000 seres humanos. Una investigación pionera, a cargo de los historiadores Andrés Fernández y Maribel Brenes, revela por fin, y contrastando fuentes oficiales diferentes, la verdadera magnitud de la diáspora, que fue mucho más populosa, y presumiblemente más cruenta, de lo que sugerían hasta el momento todos los indicios.

El trabajo, que verá la luz próximamente en forma de libro, se fundamenta en un barrido documental que recorre archivos, militares y de ambos facciones, que nunca previamente, dada su dispersión, habían sido objeto de publicación y de consulta. '1937. Éxodo Málaga Almería. Nuevas fuentes de investigación' es un compendio paciente que reconstruye todos los aspectos visibles y soterrados relacionados con la catástrofe, incluida la descripción hora por hora de todas las operaciones que intervinieron en el genocidio.

En el estudio de las víctimas, una de las principales aportaciones se circunscribe en torno a la cifra. Brenes y Fernández, este último responsable también de la inhumación de los restos de San Rafael, reproducen tres notificaciones militares oficiales que señalan a diversos recuentos en los que se multiplica la población huida; eran, al principio de la marcha, muchos más de los que contabilizó Bethune: unas 300.000 personas, el doble de los habitantes con los que contaba Málaga en 1937. El cómputo revelado por la investigación encaja perfectamente con el relato numeral que va desgranando el propio libro. En los primeros días de febrero, con la pérdida de terreno del frente republicano, cientos de familias fueron sumándose a la riada que buscaba desesperadamente protección; de los municipios desguarnecidos tras la ruptura del cinturón de trincheras, bajaron a la capital un total de 80.000 huidos que se incorporaron a la caravana. Un convoy sucio y empobrecido, integrado sin meditación alguna por familias de muchos lugares de Andalucía, con la única ambición de escapar de la leyenda negra, y fatalmente veraz, con la que iba tomando cuerpo la expansión de los nacionales.

Los ataques comenzaron muy pronto. Ya a la altura de Torre del Mar, y con Málaga vencida, la aviación italiana empezó a secundar con toda su crudeza la consigna de Queipo de Llanos, que había dado orden de aniquilar, sin concesiones, a todas las personas que se encontraran por el territorio. Familias desarmadas y sin experiencia, acosadas por el aire y por el mar, con tres poderosos buques –Canarias, Cervantes y Almirante Cervera–, preparados también para torpedear en toda la franja. A mitad de camino, como recoge otro de los registros recogidos por el trabajo, el número de refugiados se había reducido siniestramente. Fueron 200.000 los que siguieron la ruta hacia Almería a partir de Adra. El resto se reparte entre los que dieron marcha atrás y los que fueron asesinados, lo que da buena cuenta de las dimensiones del drama.

En cuestiones balísticas, el trabajo de Andrés Fernández y Maribel Brenes, cuyo material de campo se exhibirá a partir de finales de mes en el Archivo Histórico Provincial, también arroja nuevos datos. Muchos fundamentales para disipar incertidumbres históricas. En el libro se trasluce el papel, oficialmente opacado, que tuvieron los nazis en la matanza. E, incluso, se incluyen puntualizaciones milimétricas sobre la distancia desde la que dispararon los cañones. El salvajismo de las acciones militares queda patente hasta en las comunicaciones internas de los sublevados: soldados que dudan si apretar el gatillo, aviadores que reaccionan con pavor y con incredulidad al mandato de sus superiores. En la ruta de la antigua N-340, la lengua de costa de Almería, no se veía ni rastro de lo que la propaganda rebelde reconocía como marxistas asesinos y armados; ni siquiera milicianos. Sólo mujeres, hombres y niños, la mayoría con los pies hinchados hasta alcanzar dos y tres veces su tamaño, tirando a duras penas de mulos exhaustos. En Almería, y nada más llegar, murieron algunos de los supervivientes. El informe del hospital de campaña, también incluido en el trabajo, refiere la llegada de 1.700 unidades familiares, algunas integradas por diez hijos. Las búsquedas se sucedieron. Muchas sin suerte. El texto contiene varios documentos que esclarecen el destino de los refugiados. Una remesa de 50.000 personas que fue diseminada en poblaciones de Cataluña; huidos que decidieron continuar con el avance hasta Francia. La memoria vista con lupa. El suceso, sin duda, más calamitoso de la historia de Málaga.

1937. Éxodo Málaga Almería. Nuevas fuentes de investigación, de Andés Fernández y Maribel Brenes, publicado por la editorial Aristipi, con presentación de Francisco Espinosa, estará disponible en las librerías en las próximas semanas.