En el seno de las hipótesis : la luz (1)

5 Oct

Si decimos que “cosas” como las que significamos con las palabras “luz” y “vida”, pongamos por caso, constituyen por sí mismas auténticos espacios de una enorme complejidad, no estaremos diciendo nada absurdo ni, paradójicamente, algo que sea o pueda ser interpretado de una manera unívoca por todos aquellos a los que situemos ante estas palabras, esto es, ante los conceptos que tales palabras nos pueden transmitir. Ambas cosas, la que llamamos “luz” y la que designamos con “vida”, tienen una amplia posibilidad de sentidos. Ahora, en este texto, vamos a centrarnos en sólo dos  sentidos del término primero, de lo que llamamos “luz” : primero, lo vamos a relacionar con el otro término, “vida”; y en segundo lugar atenderemos a lo que en lo que llamamos “luz” pueda ser considerado como misterioso. Y en ambos casos nos vamos a mover en el seno de ciertas hipótesis, que trataremos de desarrollar de una manera mínima : escuetamente, porque ese ese uno de los principios que guían estos textos, pero a la vez de manera que sea accesible a la compresión de un máximo de lectores.

Antes de entrar en la materia de hoy, -que por cierto tendrá que prolongarse en otros textos, pues lo que abordamos ahora aun cuando sea de una manera muy escueta es asunto de hondo calado-, debemos anticipar algo : nos vamos a mover entre las páginas de tres libros fundamentalmente, y los citaremos siempre que tomemos párrafos de ellos. Como verán los lectores que tengan paciencia para seguirnos hasta el final de estos textos, nuestra tarea no dará de sí un “corta y pega” acá y allá, sino que trataremos de invitar a la reflexión a quienes esto leyeren. Los libros antes aludidos y que citaremos son : “El ratón, la mosca y el hombre”, de François Jacob (Premio Nobel de Medicina en 1965); “El Universo Inteligente”, de James Gardner; y “Sapiens. De animales a dioses”, de Yubal Noah Harari. El libro de F. Jacob se publicó en español en 1998; el de J. Gardner en el 2008; y el de Y. Noah Harari, en su undécima reimpresión, en 2018.

En una obra que podemos considerar casi como “fundacional” de nuestra cultura occidental actual, y que es La Biblia en su primer capítulo, por así llamar al libro que conocemos como “El Génesis”, se dice que en el principio de los tiempos todo era oscuridad o caos y que sobre ese mar informe revoloteaba el espíritu divino, hasta que Dios dijo “Hágase la luz. Y la luz fue hecha”. Así comienza ese libro la historia de la humanidad, y desde entonces, e incluso desde antes, no han cesado de aparecer textos que tratan sobre el mismo tema : quiénes somos y de dónde venimos. Hay otras obras, como el “El poema de Gilgamesh”, (que es la más antigua obra literaria que conoce la Historia : las tablillas donde está escrito ese primer poema de la Humanidad datan de entre el 2500 y el 2000 antes de nuestra Era, esto es : unos más de mil años antes que el Génesis), y la temática de fondo es la misma : el misterio de la vida, el misterio del ser humano, el meollo de la Humanidad. Pero vamos al territorio de nuestro tema de ahora.

Vean lo que escribe François Jacob en la pág. 125 de su obra citada :

“Todos los seres vivos, del más humilde al más complejo, son por consiguiente parientes. Todos estamos emparentados en un grado mucho más cercano de lo que nunca pudimos imaginar.” Ya había advertido el autor de “El ratón, la mosca y el hombre”, desde el principio casi de su obra, esta idea, que vamos a ver circular por todo el libro : esa certeza de la esencial identidad de todos los seres vivos y que nos es básica. En la página 10 escribe : “Surge así en la actualidad una fantástica paradoja : organismos que presentan formas muy diferentes están constituidos por idénticas baterías de genes.”

Más adelante se ocupa F. Jacob de una tema también muy interesante : compara “lo que hacen los científicos” con lo que hace el arte, lo que hacen los creadores, los artistas. Y nos dice esto : “… constatamos con sorpresa que la investigación científica supone en realidad dos aspectos que alguien ha denominado ciencia de día y ciencia de noche. La ciencia de día pone en juego razonamientos que se articulan como engranajes, como resultados finales que tienen la fuerza de la certeza /…/ La ciencia de noche por el contrario marcha a ciegas. Dudando de todo, se investiga a sí misma. /…/ Lo que guía entonces al espíritu no es la lógica. Es el instinto, la intuición.” Estas y otras cosas de gran fuerza de persuasión las leemos ya en el capitulo 7 de su libro, que es el último y antecede a lo que llama ya “Conclusión”.

En sólo una ocasión se refiere F. Jacob de forma muy especial a lo que aquí estamos tratando : la hipótesis de la Luz. En la pág. 163, en ese capítulo que trata de artistas y de científicos, escribe de pronto :

“En el inacabable diálogo interior, entre las innumerables suposiciones, aproximaciones, combinaciones, asociaciones, que sin cesar atraviesan el espíritu, un trazo de fuego rasga a veces la oscuridad, e ilumina súbitamente el paisaje con una luz cegadora, terrorífica, más intensa que mil soles.” Me parece claro que ahí el ilustre científico ( por cierto, hombre en quien puede percibirse una honda formación poética ) que es el Nobel de Medicina de 1965, François Jacob, acaba de relatarnos una experiencia personal que puede haberle asaltado más de una vez a lo largo de su vida de investigador tenaz y lúcido.

Por ahora, dejamos aquí las cosas. De los otros dos libros y autores, en muy próximos textos nos ocuparemos. Sólo debemos aclarar que esa imagen, que arriba pueden ver, reproduce un fenómeno muy extraño y aún carente de explicación absoluta : ven de nuevo ( pues en un texto anterior ya me ocupé de ello ) esas luces que aparecieron en algunas ocasiones en salas de la Cueva del Tesoro y que no eran visibles a los ojos despiertos de los que recorríamos la gruta, sino que sólo en fotografías hechas allá en el interior, una vez revelados los carretes, se veían las esferas luminosas. Ahí, también, la luz nos es un misterio. Desde hace años busco explicación a estos hechos, y algún día, sin duda, tendré  ante mí la causa de esas luminosas esferas flotantes.

 

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