Piedra, nombre, número

3 Jul

Esta piedra, que ahí arriba ven, tiene una historia cuya raíz yo no conozco. De esa historia, a la que accedo a través de un curioso libro que trata de los petroglifos, no es de lo que ahora quiero escribir para quien tenga ante sí la opción de leer estas líneas. De esa piedra que ahora ilustra este texto, en otro posterior les hablaré, así como también les hablaré del libro a que me acabo de referir.

Ahora, dejando que sobre-vuelen en nuestra mente qué surgió antes en la Historia de la Humanidad, si los nombres, esto es, lo lingüístico en sí, o si los números, es decir, lo matemático, nos vamos al tema que venimos tratando con más frecuencia en nuestros últimos textos : las pinturas rupestres de las cavernas. Digamos que del mismo modo que existe una inteligencia que podemos llamar lingüística, y otra que podemos llamar lógico-matemática, hay también una inteligencia naturalista y otra de carácter artístico : el hombre de las cavernas poseía las cuatro modalidades de inteligencia, y los restos que  nos han llegado de su paso por la Historia de la Tierra dan, a nuestro juicio, razón y cuenta de ello. Esto es algo que tendremos que justificar, como es obvio.

Pero lo que vamos a hacer hoy es recapitular algunos aspectos generales, unos ya tratados y otros no, y ver de dar algunos pasos más hacia nuestros (aún) lejano objetivo : una mejor comprensión de esa tan significativa actividad de nuestros antepasados, los hombres de la prehistoria, esos que dejaron en cavernas y abrigos abiertos al aire libre o en cantos de piedra sus “señales”, sus pinturas, “su” arte.

¿Por qué decimos “… esa tan significativa”? Muy simple : porque lo que llamamos “arte” es algo que sólo hace, en la historia y a lo largo de todas las manifestaciones de la vida en dicha historia, ese “animal que posee polis” (pongo entre comillas la manera de definir al hombre que se le ocurrió a Aristóteles) que es el ser humano, el hombre, según sabemos. Y aclaro algo más : dije al inicio de este texto que la piedra que lo ilustra “tiene una historia cuya raíz yo no conozco”. Quédense con la idea de que las cosas, y las historias de las cosas, poseen sus raíces. Las cosas y los hechos y las palabras, cada cual a su manera, tienen sus propias raíces. Los países, las lenguas que se hablan en ellos, las razas que los pueblan…, todo tiene su propia raíz.

Y llegados aquí, nos orientamos ya hacia el meollo de nuestro tema de hoy : ¿cuál es la raíz del arte de las cavernas, de las pinturas rupestres de los hombres en la prehistoria? Contamos con teorías al respecto, pero no tenemos, aún, una respuesta definitiva a esa crucial pregunta. ¿Eran chamánicas, las raíces del arte prehistórico? ¿Eran de un naturalismo simbólico que luego derivó hacia una simbología abstracta? ¿Se buscaban lugares de difícil acceso para representar a los bisontes y ciervos y caballos, o a las danzas e incluso los juegos o las “guerras” de etnias, porque pintar era un acto prohibido y el pintor no sólo tenía que ocultar su obra, sino sobre todo estar él oculto en tanto realizaba su obra? Hay teorías para todos esos posibles modos de explicar las raíces del arte prehistórico, pero ninguna es definitiva.

Las respuestas que han dado eminencias como Jean Clottes, o David Lewis Williams, o como Brian Fagan, por no citar ahora a más autores de largo recorrido y de renombre sólidamente asentado, siguen siendo aún provisionales. Es posible que pase mucho tiempo hasta que logremos esclarecer la realidad de este misterio que atañe de lleno a nuestra especie, pero siempre nos será posible continuar indagando sobre estos temas, y tratando de arrojar algo de luz sobre ellos, en tanto se dibuja en nuestro horizonte conceptual la real naturaleza del singular “puzzle” que aún sigue siendo el origen, la raíz, la naturaleza total y plena del arte del hombre de la prehistoria. Piedras, nombres, números : todas estas cosas tendrán su definitivo lugar en la historia cultural del extraño ser que llamamos “humano”.

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Una respuesta a «Piedra, nombre, número»

  1. El libro de Brian Fagan que he utilizado hasta ahora se titula “Cromañón”, su autor lo publicó en el 2010, y en Gedisa se tradujo al español al año siguiente, en el 2011. Esa es la primera edición castellana que tengo y utilizo. De los otros autores creo haber dado en anteriores textos datos orientativos, cosa que seguiré haciendo siempre que esté en mi mano, de manera que nunca nadie pueda creer que las cosas que afirmo se deben únicamente a mi personal visión de estos temas.

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