Constituciones

23 Abr
Fue un marco de libertad para la Europa de la época e inspiró a los nuevos países de la América española. La España electoral de hoy se pregunta si necesita cambiar la Constitución de 1978

 

Hace 207 años de la Constitución de Cádiz, la Pepa. Fueron tiempos convulsos. Los de ahora, tan diferentes, convocan otra crisis constitucional

Carlos Pérez Ariza

El siglo XIX no acabó bien para España. La Pepa, que tuvo una escasa vigencia de dos años, fue derogada por Fernando VII, un Borbón de infausto recuerdo; Deseado y Felón al mismo tiempo. Ocho Constituciones fallidas recorrieron ese siglo de trompicones. La de Cádiz fue guía de liberalismo democrático para Europa, especialmente para la América española, que dejó de serla para abrirse a la independencia de la madre patria. Aquellas Cortes de Cádiz, único territorio libre de la invasión napoleónica, establecieron las reformas políticas, sociales y económicas para fundar un nuevo orden social en España. En eso se parece a la Constitución Española 1978 (CE78), que es la que aún nos rige como Ley Magna. Ambas marcaron el inicio de una nueva era, ambas abrieron horizontes de libertad. Aquella no lo logró. La de ahora está en ello desde hace 40 años. Aquella decía: “La Nación Española es libre e independiente, y no es, ni puede ser patrimonio de ninguna familia, ni persona”. Se ponía fin al Antiguo Régimen. Contenía los principios básicos de un Estado liberal democrático, que para la época fue una guía progresista. Fue norte para el constitucionalismo liberal europeo del siglo XIX. Sin embargo, para España abrió el camino para un período de enfrentamientos, que no cesaron hasta bien entrado el siglo XX. Viene al recuerdo en este momento electoral español, donde corrientes subterráneas miran hacia cambiar la Constitución actual para desenrollar la afrenta separatista catalana y otras que se incuban al socaire independentista.

Una Constitución es la referencia de un Estado de Derecho, por eso Fernando VII no la aceptó, el Estado era él. Esas Cartas Magnas tienen la virtud de centrar las leyes, pero molesta mucho aplicarlas al pie de la letra. Si los epígrafes que indican su texto no se compagina con la realidad, el camino fácil es cambiarla, para que todo aparezca dentro de la mayor y nueva legalidad. Es lo que parece avecinarse, tras las elecciones del próximo domingo, si la coalición de la llamada izquierda progresista se forma con los partidos que propugnan ser independientes en una nación de naciones. Iglesias lo ha dicho: “Estas elecciones son constituyentes”. En esa corriente están los que afirman que el proceso de la Transición española y su Constitución de 1978, están caducados. Explican que hay que darle la vuelta porque los tiempos han cambiado. Aspiran a una Constituyente para pergeñar una nueva Ley Suprema. El Federalismo les agrada más. Una Monarquía Parlamentaria, no tanto. Un Jefe del Estado no electo, les parece cosa de la Edad Media. Tal vez sea que la CE78 no se haya aplicado a plenitud.

La derecha en liza electoral, acepta que habría que adecuar algunos ítems, pero sin entrar a saco en un proceso constituyente. Creen que está en peligro la actual forma de Estado. Una fórmula que, con sus evidentes claros/oscuros, ha servido para que este país levantisco avance en apreciable paz, pese a todos los años de plomo de la ETA. Por esta situación larvada de las CCAA, que no están cómodas en esta fórmula, podría ser una catástrofe mayor cambiar radicalmente el rumbo constitucional hacia una República, que dejaría un mapa de España bien distinto al actual. España no ha tenido buena fortuna en sus etapas republicanas. En estas elecciones se juega mucho más que un nuevo gobierno, tal vez lo que está a las puertas es una forma de secesionismo al gusto de los que proclaman su independencia.

Lo más probable es que los debates, de ayer lunes y de esta noche del martes, no hayan resuelto este dilema. La subasta del voto tiene un objetivo inmediato, cual es hacerse con el sillón del Ejecutivo. Sea cual sea el bloque que pueda formar gobierno el problema principal de España, en esta hora, es por dónde encaminar el proceso catalán y el vasco, que mira hacia el mismo rincón. No es hora apacible para ninguno de los dos bloques contendientes. La responsabilidad es enorme. Por eso el voto del próximo domingo vale más que nunca antes. Votar es compartir ese compromiso. El resultado inclinará la balanza hacia una reforma constitucional; sin duda necesaria para que esta democracia, aún incipiente, avance; o a un proceso de cambio radical, cuyos resultados pueden ser un remedio peor que la enfermedad.

Tenemos el voto, que es la voz que emite el ciudadano. No es un sistema perfecto, ni mucho menos. Aquí hay aún mucha tela que cortar para que el mantel alcance para todos. Los políticos, que son los que tejen, tienen alta carga en esto. Todos ellos. Los votantes lo único que esperan es que no los defrauden una vez más. Esta vez no hay espacio para la indecisión. Conjurar el fantasma de la abstención, que se pregona alta, es más necesario en esta ocasión que nunca antes. Ojalá el espíritu de la Pepa, les sirva, oriente e inspire. Por los momentos, vaya y vote que el domingo 28 es fiesta de guardar para la democracia española.

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