Sánchez el escurridizo

4 Sep
Sin sintonía con Chile y Colombia sobre Venezuela, Sánchez ha prometido ayuda económica europea para aliviar la crisis humanitaria

Injerencias no. Diálogo sí. Es el mensaje que ha repartido el presidente parlamentario de España, Pedro Sánchez, al referirse al drama venezolano

Ponerse de perfil ante la debacle que sufre el pueblo de Venezuela es escurrir el bulto. Se acomoda a una postura que la historia conoce como ‘lavarse las manos’, hace un Pilatos.  Invocar retomar un diálogo, que ha fracasado en varias ocasiones, cogiendo el testigo que Zapatero esgrimió con artera pericia, es desconocer el Estado de terror que gobierna en Venezuela. España, esa llamada con respeto, admiración y cariño, ‘Madre Patria’, se coloca con Sánchez en una madre postiza, en una patria miserable. Venezuela ha sido patria adoptiva, amplia y generosa, de cientos de miles de españoles. Allí viven aún muchos. En este minuto aciago para los hermanos venezolanos, que el presidente parlamentario español, Pedro Sánchez haya hecho tales declaraciones: ‘No injerencia, sí diálogo’, remiten a una pose contraria, ajena al papel que debería jugar España ante la peor crisis de la democracia en el continente suramericano.

La historia política está llena de traidores. Aquellos gobiernos de Francia e Inglaterra que miraron para otro lado sin prestar ayuda a la República española en 1936. Que sí dieron la Alemania nazi y la Italia fascista. Cuestión de ideologías. Por el contrario, aquel México que abrió sus brazos a los exiliados españoles, sus hermanos, en las horas más oscuras de su historia. Ahora, por motivos ideológicos la NO injerencia es dar un apoyo tácito al gobierno represor, corrupto y vil, que encabeza Maduro y sus socios castristas. La política internacional es cauta, sobre todo cuando quien la representa es un tibio político recién llegado a ese escenario. Los compromisos con sus apoyos en los hijastros españoles de los bolivarianos, Podemos y sus marcas, le indican la agenda, también y especialmente, en el caso de Venezuela y Nicaragua.

Sánchez ha expresado su escaso compromiso en Chile, y ante el presidente Sebastián Piñera. A éste le ha gustado más bien poco esa pose blandengue del español. Deseaba el chileno que España jugara un papel definitorio en el caso venezolano. No va a ser así. Sánchez tiene suficiente con hacer equilibrios en el delgado alambre democrático propio. Entre accionar medidas para recoger los votos perdidos hacia la extrema izquierda podemita; hacerse con unos presupuestos generales; enfrentar la inmigración subsahariana; entenderse con la parte más áspera de la UE; decidir, ‘¿pa cuándo?’, las elecciones generales; controlar a sus barones autonómicos; solventar el process catalán, entre otros menesteres urgentes. Su pose política ante Venezuela/Nicaragua forma parte de ese equilibrio, que le obliga sus socios locales.

Piñera lo tiene claro: “Nosotros creemos que Venezuela dejó de ser una democracia”. Sánchez cree que aún no, que todavía hay espacio para llegar a acuerdos gobierno-oposición. Algo similar opina del régimen opresor sandinista. Desconoce que, como avisó Winston Churchil, no se puede meter la cabeza en la boca del tigre, esperando que dialogue, porque te la arrancará. La ‘vocación’ del presidente parlamentario español de no intervenir, sino como observador en un diálogo, es dar un espaldarazo a Maduro y a Ortega. Ambos estarán contentos. En estos tiempos, y en este tema, no se puede ser tibio. Hay que adoptar posiciones con valentía, con miras de estadista puestas en el horizonte. Por ahora ni hay tal estadista, ni tiene horizonte claro, ¿o sí?

Cifras de la ONU estiman en unos 2,5 millones, que han huido de su país caminando, con lo puesto. El mayor éxodo ocurrido en esas tierras jamás. La vida se ha hecho imposible, el presente aturde cualquier atisbo de futuro digno. El presidente parlamentario español se ha reunido con dos acérrimos defensores (Piñera y Duque) de una intervención humanitaria internacional, que ayude, al mismo tiempo, a restaurar la democracia en Venezuela. A España no se le espera. Le hace coro a Sánchez, Evo Morales, bolivariano indigenista y contento de haberse conocido. Tal crisis humanitaria está traspasando los precarios sistemas asistenciales de Colombia, Ecuador y Perú, que ponen trabas al ingreso masivo de venezolanos. Brasil, en la línea más dura, ha blindado militarmente su frontera norte con Venezuela. La xenofobia brota en esos países. Nada acostumbrados a recibir una inmigración masiva. Olvidan su propia historia. Fue un venezolano, criollo de Caracas, Simón Bolívar, quien traspasó aquellas fronteras para liberarlos de la Corona española del siglo XIX. A esos países, incluido Brasil, les toca ahora demostrar altura humanitaria con sus hermanos venezolanos. El mundo espera eso.

Piñera achacó a Sánchez su bisoñez. “Quiero desearle suerte porque se le ve en la cara que sólo lleva dos meses de presidente. Gobernar es una actividad motivante, pero deja huella”, dijo el chileno. Tal vez sólo sea una cara inocente, pero sus palabras son una pose ideológica, si considera que su no injerencia es darle una oportunidad más a un gobierno, que los demócratas del mundo consideran indefendible. La gira de Sánchez tiene una agenda en la sombra, cuyos picos álgidos son las situaciones de represión en Venezuela y Nicaragua. Destacan en su visita, Colombia y Costa Rica, ambos países limítrofes con la catástrofe de esas dos revoluciones fracasadas.

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