Invader, el amigo del alcalde

25 May

No se hizo la miel para la boca del asno. Pero en este caso ni somos asnos ni la miel es tal cosa. Más bien sería miel-da. Un esperpento supuestamente salido de las entrañas del gestor cultural por antonomasia de la ciudad y con, supuestamente, el amparo y la connivencia de los que mandan. Así aparecieron Invader y sus azulejos de cuarto de baño por el centro de la ciudad.
De manera impune y con una facilidad surrealista, el francés colocó en un pispás azulejitos donde le salió del alma. Daba igual si era un solar, un edificio en ruinas, una fachada privada o un monumento protegido. Y los curiosos lo vieron. Y les llamaba la atención. Y se asomaron a balcones de edificios ilustres en horas poco oscuras y con toda la parsimonia del mundo para poner su porquería. Y la pusieron. Y nadie dijo nada. Y el silencio fue exquisito. Y la sonrisa del gestor era comparable a su silencio ramplón. Y siguió sin pasar nada.
Y así meses y meses. Y así semana tras semana de estupidez. Una campaña difícil de imaginar sin el apoyo de una cúpula, de los de arriba. En ese caso, sería muy grave: lo público apoyando al privado de manera descarada. Y usando como escenario la casa común de todos. Un chanchullo como La Invisible pero para los ricos. Pero el resultado es el mismo. Igual cantinela para los mismos perros. ¿Y nosotros, qué? Nosotros, nada. Callados. Impasibles ante el río de porquería que nos rodea. Los tres metros de lodazal revestido de contemporaneidad y malas artes. Y venga aplazamientos. Y venga silencios administrativos. Y venga ampliaciones de contrato sin querer. Y así hasta el infinito y más allá. Pero nadie dice nada. Nadie hace nada. Y eso es cosa del señor simpático y bonachón que rige la ciudad. Pero parece que no. Porque se camufla bien. Pero saben hasta en Lebrija que si Francisco de la Torre quisiera, ya iba camino de Santander el hombre del CAC. Pero no. Y le falta hacer como Piqué. Y poner una foto en Twitter junto a Fernando Francés y titularla con un: «Se queda».
Pero ha llegado un punto en el que, más de uno, ha puesto pie en pared -nunca mejor dicho- y ha dado pasos justos y honestos para saber por qué se le colocan esos artilugios en su fachada y no los puede quitar. Y ha sucedido que nadie lo esperaba. Y ha vuelto a cambiar todo. El listo del museo sigue ahí. Pero sus amigos se han escondido. Ya no asoman la patita ni miran hacia otro lado. Al revés. Ahora mandan misivas surrealistas a los propietarios de los edificios atacados por Invader y les dicen que tienen que quitar eso de ahí.
Sí. El que antes permitía aparcar en tu puerta, ahora te dice que quites ese coche que tienes delante aunque no sea tuyo. Pero hay más. Y es que, encima, tienes que hacerlo rapidito pues, de lo contrario, serán ellos los que lo retiren y te multarán y cobraran el coste de la retirada.
¿Se puede tener más poquísima vergüenza? Se puede. Porque siguen en las mismas. Y con silencio. Y han conseguido ayudar a su colega. Que haga lo que le dé la gana. Que su campaña acabe y -encima- a coste cero pues amenaza y amedrenta a los dueños de las paredes a que sean ellos quienes retiren la porquería ajena que les han colocado.
Una locura. Locura sin motivos. Pero siempre hay un alegato del tonto para rizar el rizo. Y ya se leen por ahí críticas y lamentos. «¡Qué poquísima vergüenza! ¡Qué cateta es Málaga! ¡Eso es arte! ¿Qué eso es arte?» Je. Arte de verdad es el que hay que tener para quedarse con el personal y vender como cultura el dinerito que se va a llevar el amigo con el asunto Invader. Eso sí es tener guasa de verdad.
Pero debe quedar claro siempre por parte del Ayuntamiento y las administraciones que la base fundamental de cualquier asunto es el respeto. Y aquí nos lo faltan a todos. Desde al que multan por aparcar donde no es hasta al niñato que pinta un cancel. Pues su estupidez se castiga. Pero la de Francés no. Y mientras tanto, nos invader los subnormales. Viva Málaga.

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