El hotel ARTS de Málaga

21 Sep

Hay una lucha continuada y bastante efectiva para que no se desactive el proyecto de construcción del rascacielos del puerto. Huelga decir que hay un perfil común en el apoyo a este objetivo como lo había al fracasado invento de la plaza de la Merced o al asunto eterno de La Mundial -que están dejando morir con sopor con tal de no reparar el edificio y meter dentro un hotel pegado al cubo que ellos deseen sin necesidad de tocar un pedazo de historia de la ciudad-.

En el caso de la torre del puerto hay algo que no logro entender por más que lo leo en mil y un sitios y es el carácter enriquecedor que tendrá para nuestra ciudad. En líneas generales lo que se plantea es que, la construcción de un edificio de esas características en el litoral de la capital traerá más dinero de diversas formas.

Habrá ingresos por el número de puestos de trabajo que se crearán en la ciudad: camareros, limpiadoras de piso –que trabajan en unas condiciones laborales más que reprobables-, el que lava los platos o los recepcionistas… En total podemos hablar de un número bastante limitado de puestos de trabajo como para cambiar por completo la fisonomía de la ciudad para los restos.

Pero podemos seguir. Hay quien afirma que el hotel hará que la ciudad sea más potente. Una capital más importante. La gente rica vendrá al calor del hotel. Pero… ¿Esa gente dónde está ahora? ¿Va a preferir alojarse en aquel pico del puerto perdido antes que en Cortesín o Padierna? ¿Será más interesante toparte a dos pasos con los restaurantes más caros del mundo o el matrimonio adinerado vendrá para tomarse un jamón serrano malo cortado a máquina y un cubito de botellines de cerveza?

Es extraño pensar que un cartel de “Zona de ricos” hará efecto llamada para que la gente potentada aparezca por arte de magia.

Solamente hay que asomarse al hotel Miramar para entender que la cosa no va por donde dicen puesto que no hay lista de espera para acudir a la llamada del lujoso hospedaje histórico y que, además, los precios no son para nada elevados en comparación con cualquiera de los hoteles potentes de Andalucía.

Málaga no tiene un flujo de turismo de lujo como para disponer de un hotel de esas características en pleno fotograma de la ciudad. Y todo apunta a que, de construirse el pirindolo, el futuro pasa por un hotel más que, pasado un tiempo respetable, acabará siendo lugar de paso, de terraza para foto en Instagram y poco más. Ningún turista de crucero va a hospedarse en ese hotel, ningún turista que busque algo clásico se va a quedar ahí –ya está el Miramar para ello aunque tenga cierto velo de chancleteo que le roba parte de la magia anterior-, en ese hotel difícilmente acudan las masas ricas porque a treinta minutos en coche tienen todo, más, mejor, más grande y rodeado de sus iguales.

¿Para quién es ese hotel? Pues no lo sé. Supongo que, especialmente, para quienes lo promueven y construyen que serán los grandes beneficiados del negocio. Y me parece fenomenal porque el mercado es así. Y si se decide apostar por Málaga y su capacidad hotelera es de aplaudir y más en época de invasión de pisos turísticos pero… ¿Tiene que ser precisamente ahí?

¿Se tiene que señalar para siempre la bahía de Málaga con ese palitroque innecesario? No hay justificación alguna que convenza ante tremendo ataque visual. Ni el forraje linguistico del dinero, la riqueza y los puestos de trabajo van a contribuir a que eso se levante pues si lo hace habrá sido simplemente por el interés privado, las ganas de ganar y el dinero que es capaz de mover montañas y tapar cielos celestes.

Que Málaga no es Barcelona. Que no es el nuevo hotel Arts. Que no. Y basta de una vez de atacar a quien no le convence un proyecto tan atrevido con acusaciones de pensamientos pobres o falta de ánimo inversor y de crecimiento para la ciudad.

¿Si no te gusta que construyan una torre negra fea en mitad del puerto de Málaga a pocos metros de la farola es que no quieres que crezca la ciudad ni mejore ni sea más próspera y rica?

No hombre no. Eso lo deseamos todos. Pero qué casualidad que, por lo general, aquellos que hablan en tercera persona del crecimiento de todos suele tener un interés personal y un crecimiento privado canalizado del común.

Esto sucede ahora en Málaga. Y parece que ha dividido a la ciudad en dos grupos considerables que piensan muy distinto. Nada nuevo. Es lo de siempre. Aquí y en el mundo. Están los que construyen, promueven y plantean por el bien de todos –que es su bien personal siempre- y los que no quieren que se hagan ciertas barbaridades si no respetan ciertos límites. Los mismos que los de las terrazas de los bares. Los mismos que los de las ferias mercantilistas. Los mismos que privatizan hasta la cabalgata. Los de los cachés de los conciertos inflados. Los mismos que los de La Mundial como porquería. Los mismos que enfrentan a las provincias pero después se van a disfrutar de ellas en privado. Los mismos que aplauden el todo vale para según quien. Los mismos de siempre. Los mismos de aquí. Que no de fuera. Porque hay ciudades en las que las élites culturales y económicas –importante hacer esa diferenciación- no juegan en la misma liga siempre. Y son capaces de paralizar proyectos importantes si no son acordes con la ciudad a la que quieren y respetan.

Y no siempre aciertan. Porque Sevilla dejó de tener una estupenda bibilioteca de la difunta Zaha Hadid. Pero es que nosotros ni eso. Que aquí viene todo del mismo sitio. Que últimamente en todos los berenjenales salen los mismos apellidos y los mismos aplaudidores oficiales.

Qué horror. Qué hastío. Pero no nos queda otra que aguantar, cruzar los dedos y esperar que haya suerte, encuentren otra cosa que les dé más dinero y se entretengan por otro lado y dejen en paz el mar. Lo único que nos queda limpio. Lo único que tenemos sin pervertir. Lo único, al fin y al cabo, que nos invita a seguí bien. Perdón. Quería decir seguir.

Viva Málaga.

 

 

 

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