Los Toros: Actualización disponible

27 Jul

Opinar sobre las corridas de toros resulta un atrevimiento importante pues, con una probabilidad extrema, uno sufre los ataques de las partes interesadas sea cual sea el bando ideológico.

En mi caso, es aún más complejo puesto que a mi alrededor hay personas brillantes, buenas y con criterio de nivel que gustan de la tauromaquia, la practican e incluso viven de ella o su entorno siendo toreros, comunicadores o empresarios.

Y yendo aún más lejos, resulta que, un servidor ha participado de este mundo de diversas maneras incluida la de espectador. He sido abonado, he visto toros por televisión, he ido a la plaza muchísimas tardes, he pagado por verlo y he seguido la actividad de algunos toreros por interés y afición.

Jamás me he considerado anti taurino. Y sigo sin considerarme. Pero tampoco me he sentido un protector a ultranza de una fiesta tan compleja que tiene, por desgracia, a los defensores más malos del mundo mundial.

Habiendo dejado clara mi postura, vida y experiencia –con la que evitaré comentarios gratuitos- quisiera plantear algo que sigue sin arrancar pero que se va haciendo muy necesario.

De un tiempo a esta parte, la sociedad española va observando cómo los movimientos en torno a la prohibición de los espectáculos taurinos va en aumento. En general, este perfil de activistas vienen envueltos en un halo no muy bueno y basado en movimientos demasiado pobres usando actuaciones más propias de una performance cultural que de un grupo serio de presión social. Pero se salvan y mantienen porque el motivo fundamental de sus protestas tiene un razonamiento de lógica aplastante: matar animales de esa forma no es algo normal ni bueno.

De igual modo que avanza este movimiento social en los exteriores de la plaza, en los ruedos y los tendidos las cosas están cambiando a pasos agigantados.

Por una parte los asistentes a las corridas de toros cada vez son menos. El público no acude a las corridas con la misma asiduidad que lo hacía antes. ¿Motivos para ello? Un coctel: Es un espectáculo caro, la asistencia no asegura el éxito del show, no es especialmente cómodo y cada vez con más asiduidad los chascos son el pan de cada día en las corridas de toros.

Es raro acudir a una corrida de toros en las que no haya un petardazo por parte del torero, el toro, el público o la climatología. Esto conlleva que, en la sociedad actual en la que las personas miden al milímetro todo, no exista la misma cabida para un espectáculo así.

En el otro lado de la plaza, en el callejón, se sitúa otro ingrediente básico para la debacle de la fiesta: Los empresarios. Son una especie peculiar. Personas que se matan entre ellos, compiten con navajas y van al cuello del contrario con tal de conseguir la explotación de una plaza pero que, dos segundos después de haberla conseguido cambian su argumentario para decir sin cesar que, prácticamente, le pierden dinero a las plazas de toros y los espectáculos taurinos. Je.

Permítame que dude de que los empresarios palman dinero sin cesar en este negocio pues, de ser así, no lucharían de tal manera por ello. Supongo que habrá aditamentos no taurinos para que las plazas sean rentables pero, en cualquier caso, es evidente que el negocio mueve dinero pues en la puja sobran manos en alto.

Con este percal nos encontramos la gente normal. Personas que pagan sus impuestos y que sobreviven en la sociedad en la que se pixela un cigarro en una película para no dañar la sensibilidad de un menor y en el que las trazas de frutos secos son dinamita de la que protegerse.

Ante esta situación, resulta del todo difícil asimilar que a día de hoy se sigan celebrando festejos en los que se matan animales sin mayor motivo que la tradición, la cultura y el arte. Tres cuestiones reales. Tres cuestiones patentes e incuestionables. Pero que, antes o después hay que empezar a pulir.

Quizá hay que comenzar, por el bien de todos, a elevar la voz común y plural para buscar un destino digno a algo que es y ha sido seña de identidad de muchas generaciones y un país entero.

España ha avanzado y ya no es lo que era ni proyecta lo que antes proyectaba. Y por eso hay que cuidar a la tauromaquia para darle un sentido en nuestro siglo.

¿Cómo? No lo sé a ciencia cierta. Pero creo que hay elementos indispensables. Quizá haya que comenzar a eliminar las corridas de segunda y tercera. Y es que no es lo mismo ver el trabajo de expertos que de aficionados –con todo el respeto del mundo a ellos-. Porque está en juego la vida del hombre y el animal. Les aseguro que los esperpentos sangrientos que uno puede observar en un festejo malo de pueblo nada tiene que ver con la delicadeza que puede apreciarse en tardes buenas de Sevilla o Madrid.

A lo mejor hay que empezar por asumir que los toros deben pasar a ser algo muy exclusivo que garantice un mínimo de dignidad.

Partiendo de esa base habría que entender que la tauromaquia también evoluciona y que quizá haya llegado la hora de experimentar -aquí y no en Las Vegas– con fórmulas nuevas en las que no se dé muerte al animal. Puede ser raro. No cabe duda. Pero quizá ante la rareza lleguemos a la conclusión de que entre muerte y raro, nos quedemos con lo segundo.

No tengo claro absolutamente nada. Como el resto de los taurinos y no taurinos. Pero creo que va siendo hora de asumir todos la responsabilidad de algo que nos compete por ser algo propio de nuestra cultura.

El toreo no puede seguir estando defendido en gran parte por corrientes de pensamiento pobres y con un argumentario repetido y sin sentido. Basta ya de teorías extrañas de que el animal no sufre. Basta ya del parapeto del arte como justificación de la existencia de un maltrato animal. Hay mil y una formas útiles y necesarias de defender los toros y ninguna pasa por ahí.

Pero basta igualmente la protesta cutre de aquellos que no hacen nada salvo pitar en la puerta de una plaza de toros o descubrirse el torso, tirarse al suelo y entender que así están consiguiendo algo.

Seguramente ninguna de las dos partes sean las que acaben cambiando esta historia porque ambos están contaminados y son cerriles de primera clase.

Esta fiesta mueve cultura, belleza, esplendor y sensibilidad. Esta fiesta consigue cuidar a los animales durante toda su vida como ningún otro ser vivo a cambio de media hora de batalla en desigualdad de condiciones.

¿Qué prefieres? ¿Un toro de lidia viviendo en una dehesa en unas condiciones maravillosas hasta que llega el día de la lucha o una vaca lechera que nace vive y muere sin ver la luz del sol? Como preferir no prefiero ninguno de los dos.

Pero comer está siempre antes que el ocio. Toca trabajar para que todo mejore en ambos casos. Ojalá un toro de lidia con esa vida para siempre. Ojalá una vaca aportando su fruto en las condiciones más dignas.

No soy vegano protestón pero tampoco soy un borrico con la copita y el puro barato despotricando desde su tendido al sol. Hay que tener la cabeza bien puesta para que esto prosiga, mejore y evolucione. De lo contrario cada vez serán mayores las contradicciones hasta que esta historia desaparezca.

A la fiesta nacional le ha salido una notificación: “Actualización disponible”.

Es nuestra responsabilidad. Por la vida del animal. Por la vida de la tradición. Por nuestra historia. Por el arte y por la cultura.

De lo contrario, ya sabemos el final de la tauromaquia: morir por seguir matando.

Viva Málaga.

 

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