El chulo de museo

8 Jun

Málaga por sus características frescas y turísticas, ha sido terreno asiduo para lo que se denomina un chulo de playa o chulo piscinas. Se trata de un personaje altivo y altanero que, por lo general, pasea por los litorales con el pecho bien salido, la mirada penetrante y el cuello rígido, mirando siempre hacia arriba, sabiéndose superior al resto de la humanidad de tal manera que el desprecio se convierte en su tarjeta de visita.

 Nuestra ciudad, con el tiempo, se ha cuajado de museos para enriquecer nuestra oferta turística con un resultado excelente. De aquí han salido grandes petardazos pero también ejemplos constructivos de arte asumible por la sociedad local más allá del chancletero forastero.

El Centro de Arte Contemporáneo se ha convertido en casi quince años en un espacio interesante y bueno por el que pasan colecciones con interés para el público en general. Bien es cierto que suelen tirar de colecciones e instalaciones con gran tirón comercial que hacen que los números salgan redondos. Así es el caso de Mark Ryden que hizo que estallaran las taquillas y con su explosión el que gestiona aquello se marca un tanto fuerte de cara al dueño real del museo.

Pero resulta que, el dinero público, debe ser gestionado con claridad y sobre todo con calidad. En una ciudad con infinidad de apuestas por proyectos culturales, resulta asombroso que se permita la gestión de un espacio público a personas que demuestren de manera repetitiva actitudes que reflejan modos poco serios e incluso algo pasados de frenada.

 Fernando Francés, oriundo de Torrelavega, en Cantabria, es el responsable de gestionar y explotar el CAC. Famoso en ciertas instancias por su actitud –en negativo-, su aptitud –en positivo- y su falta de escrúpulos en ciertas ocasiones para gestionar o asumir las informaciones al respecto de algo que pase por sus manos.

Málaga es pequeña para ciertos asuntos y es raro no haber escuchado el clásico comentario de alguien que, escaldado, haya salido de aquellas paredes. Y oye. No pasa nada. Personajes hay muchos. Y dan buenos resultados en sus trabajos. Pero siempre que sea privado. El Mourinho de los museos no funciona si se trata de una nómina pagada con dinero público.

Hay que controlar quién gestiona nuestros espacios y el veneno que pueda desprender pues, al fin y al cabo, resulta ser un servidor público que representa en parte a la propia ciudad y sus habitantes.

Con la polémica de Invader, que por cierto no hay cosa más fea en toda la ciudad, se ha visto de nuevo la cara B del gestor. Y ha salido, incluso, ese aspecto del enterado de las piscinas del que hablábamos al principio.

Partiendo de la base de que el asunto huele un peste enorme y suelta un tufo muy sospechoso se mire por donde se mire, resultaron curiosas las declaraciones de Francés al respecto de la gitana pegada a la pared del Palacio Episcopal.

En estas simplonas declaraciones, Francés, cuestionaba que el valor de la obra podría ser incluso mayor que el del propio palacio. Es decir. Este señor, que vive de nuestro dinero, considera ante un medio de comunicación nacional que, probablemente esos azulejos cutres formando un dibujo simplón bien valen más que el Palacio Episcopal.

Sí. Que dice Francés que el edificio de Bada, Antonio Ramos, Martín de Aldehuela y Guerrero-Strachan vale un comino comparado con esos azulejos de piscina pegados –literal- a las paredes de ese edificio catalogado como monumento y bien de interés cultural.

Esta afirmación tan pobre solamente puede entenderse de dos formas: o las hace un inepto o las hace un enterado. Partiendo de la base de que inepto no es el individuo, solamente nos queda hilar para saber que, ante un patinazo protagonizado por un altanero, solamente se puede esperar un caño de ataques impropios para justificar el estropicio.

Quizá sucede que, al ser de Torrelavega, tenga poco atino a la hora de reconocer la valía de los monumentos históricos pero ya ha tenido tiempo de entender la fisonomía y el valor artístico de la ciudad como para no plantear dichos atrevimientos.

Y se puede ir más allá en la torpeza cometida y es intentar plantear una casa obtusa de la Iglesia sobre el patrimonio y el arte con el clásico “Claro, como los Curas no entienden de arte contemporáneo y solamente saben de niños de Dios y Vírgenes…”. Pero sería un grave atrevimientos pues demostraría, de nuevo, un gran desconocimiento sobre el asunto.

El Palacio Episcopal desarrolla una actividad cultural de primer nivel y expone colecciones de arte contemporáneo de valor mundial pasando por sus paredes obras de coleccionistas como el internacionalmente conocido Roberto Polo y la comisaria Bárbara Rose.

Hay Vírgenes y Cristos, faltaría más, pero también obras de Mil Ceulemans, Joris Ghekiere, Bernard Gilbert, Marc Maet, Werner Mannaers, Xavier Noiret-Thomé, Bart Vandevijvere y Jan Vanriet, Walter Darby Bannard, Karen Gunderson, Martín Kline, Melissa Kretschmer, Lois Lane, Paul Manes, Ed Moses y Larry Poons, Miki Leal, Daniel Canogar, Secundino Hernández, Eduardo Arroyo, José Manuel Ballester, Juan Uslé o el malagueño Rogelio López Cuenca.

El Palacio Episcopal acoge arte. De la mano de muchas entidades, incluido el Ayuntamiento de Málaga –que es el que paga a Francés- o la Fundación Coca Cola –que le pagó en su momento-, pero siempre con sentido común, orden y respeto por el espacio que es cultura igualmente.

Hay que parar los pies a quien se considera rey del mundo disparando con pólvora ajena. Se entienden los nervios pues se acerca el desembarco de nuevas opciones para explotar el centro de arte contemporáneo de Málaga. Se entienden los movimientos, las peticiones para que sea gestionado por un patronato público consolidado y no por la mano privada de quien compra y vende a la vez. Se entiende que esta ciudad precise de gente eficaz pero con la categoría suficiente para no ser un chulo de museo.

Dios los cría y ellos se juntan. Muy pronto la foto no se hará en el Palacio. Se hará en esa famosa venta de la que tanto hace alusión el Yuyu de Cádiz en la cadena Ser.

Id reservando mesa.

 

Viva Málaga.

 

 

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