El humor

22 Jun

El humor es un don codiciado, sobre todo, porque sirve para ligar. El gracioso liga más que el guapo. En todo jolgorio que se precie, veremos al guapo petrificado en la barra, cubata en mano, mientras el gracioso se lo curra en la pista con las nenas, haciendo estragos a golpe de ocurrencias de su pico de oro. Obviamente, hay también guapos graciosos, aunque son raros, rarísimos ejemplares. La naturaleza es sabia y, en ocasiones, justa, y no está por concentrar todas las cualidades en una sola criatura, eso diría poco de su equidad y resultaría un auténtico oprobio para el resto.

Lo normal es que el guapo sea soso y el feo simpático. Esto último exige esfuerzo, pero, a la larga, se traduce en recompensa. La chica explosiva se va con él, si no se cree, remitiremos al ejemplo de la película ¿Quién engañó a Roger Rabbit? Ante la sorpresa de todos, la curvilínea Jessica ama de veras al conejo bocazas, porque, como declara, le hace reír. Eso sí que es una fábula con moraleja.

Hay quien se anima a aprender este don por sus efectos, que es como aprender a ser guapo; imposible. Ni el humor ni la belleza se intentan; se tienen o no se tienen. En tal coyuntura, al guapo no le conviene contar chistes, pues perderá la dignidad y el atractivo y si es juicioso, se quedará pétreo en la barra observatoria para, con boca cerrada, parecer interesante.

No hay que envidiar al gracioso, sin embargo, pues la gracia en el carácter es una desgracia. Quien tiene una cara bonita la tiene siempre las 24 horas del día, pero es imposible ser gracioso las 24 horas de todos los días de la vida, sin caer en horas bajas.

Por eso se le recomienda al gracioso que no se vaya con la mujer que ame, si es que ésta lo ama por su humor, ya que, sin duda, va a decepcionarla o a morir de estrés si quiere siempre dar la talla. En su intimidad, el gracioso, el humorista, suele ser tristón y melancólico. Eso casi nunca falla.

El humor, por lo general, es un arma que da la naturaleza al pesimista para sobrellevar los bajones, por eso no es nada raro que aparezca muerto un humorista de cualquier forma en la precaria soledad de su domicilio. Juan José Relosillas, un humorista malagueño, que tuvo gran éxito en el XIX a nivel local, pues no salió de Málaga, ha sido el más certero, creo yo, al escribir sobre la amargura del gracioso.

Sus textos son los más leídos, pero los menos valorados, pues se supone que un texto con lenguaje diáfano es de menor mérito y que el farragoso es poseedor de mayor enjundia, aunque no haya por dónde cogerlo. Sin embargo, suele ocurrir que la sencillez es sólo una complejidad bien trabajada y que, se diga lo que se diga, el talento literario reside en llegar a todos; los doctos y los indoctos. Echarle la culpa al público por no ser sensible a lo escrito es admitir públicamente una incapacidad. Todo el mundo entiende a García Márquez, por ejemplo.

Otra cosa es también, según dice Relosillas, que a lo trágico o lo melancólico se le atribuya un mayor valor que a lo cómico, cuando requiere un mucho menor ingenio. Ser cenizo es mucho más fácil que ser divertido, porque la vida está más por dar sinsabores que alegrías y el que es, por oficio, humorista, ha de vérselas muy negras cuando tiene que sacar chispa a las cosas en esos momentos luctuosos de los que nadie se libra; ya sea por crisis personales o enfermedad.

Con anginas, con fiebre, con almorranas, el humorista ha de ser chispeante, un sobreesfuerzo que le valdrá la indiferencia a sus males. Quien hace reír a los demás, se supone que es ajeno al dolor, que siempre está pletórico y saludable. No produce la más mínima compasión, que es la clave de la simpatía al prójimo. Quien no da pena, da rabia.

En definitiva, al gracioso le va mal, igual si hace mal su trabajo que si lo hace bien. La capacidad para el humor es la mejor forma de crearse enemigos, declaraba Relosillas, y él era un entendido en el tema. Cuando la parodia por fina y atinada da en el blanco, los parodiados se ofenden más que si hubieran recibido un grueso insulto y los demás, aunque se rían, empiezan a odiar al parodiador en el temor de ser objeto de la próxima sátira.

Un autor satírico parodia tipos, o sea, caracteres que se repiten en el género humano, por lo cual multiplica las posibilidades de ofender a mucha gente, pues ninguno queremos admitir que somos parte de un genérico, que lo que somos ya lo fue alguien antes y lo será también alguien después.

La revista Litoral ha sacado un número sobre el humor, tan presente en nuestra literatura. El humor acompaña nuestras letras actuales, aunque nunca ha dejado de hacerlo. El secreto de todo ello es que este país siempre ha estado muy jodido y que los jodidos o se suicidan o escriben sátiras. O sea, que si hoy día eclosiona el humor, anótese el porqué.

Por lo demás, si descartamos el humor en España, nos quedamos sin clásicos, desde El Libro de Buen Amor, La Celestina, El Lazarillo, y El Quijote, la poesía de Góngora y Quevedo hasta Delibes y Camilo José Cela, toda nuestra tradición está llena de humor, aunque sólo se declaren meramente humoristas unos pocos como Jardiel Poncela.

El humor no es un eco de la alegría, sino un antídoto del sufrimiento, así que nuestra tradición no corre peligro de ser interrumpida. Larga vida al humor.

4 respuestas a «El humor»

  1. Sin dudarlo y sin dudar
    aunque no seas un guayabo
    a veces se da en el clavo
    cuando se trata de ligar
    a base de chistes malos
    y algo de malafollá;
    quiero decir que se daba
    mas no era lo corriente
    en la gente inteligente
    que su carácter guardaba
    volviendo al lugar común
    como si fuera un atún
    riéndose de la almadraba,
    yendo y volviendo al círculo
    al son de una carcajada
    camuflando, más que nada
    un ridículo sentido
    del sentido del ridículo
    que siempre nos acompaña
    y nos impide asimismo
    reírnos de nosotros mismos
    en cualquier lugar de España:
    Si te pasas, vaya vaya
    vaya tonto, si no llegas
    y si se tocan la oreja
    para eso mejor te callas…

    Buena noche de San Juan y que no decaiga tu buen humor, Lola.

  2. En la noche de San Juan
    acabé en un hospital,
    después de pedir deseos
    a la orillita del mar,
    se me torció la fortuna
    pues la suerte no es mi fuerte
    que me llega inoportuna,
    y siempre se me da fatal…
    Es mi vida un erial,
    flor que toco se deshoja,
    que en mi camino fatal
    alguien va sembrando el mal
    para que yo lo recoja…
    Ay, mísero de mí, ay infelice (etc, etc…)

    • Que se tuerza la fortuna
      la mañana de San Juan
      como noche infiel e ingrata…
      ¡por los cuernos de la luna
      que ya es tener mala pata!
      Aunque hubo más de uno
      que, tomando por zaguán
      los dominios de Neptuno,
      una vez fuera del agua
      cantaba “paloma blanca”
      creyéndose en Tetuán…
      Mas era una rotonda
      donde se hacen los controles
      de alcohol en tiempo real,
      repartiéndose aguinaldos
      al socaire del terral,
      como no vio el Conde Arnaldos
      en mañana similar…

      Siempre avanti, Lola, aunque sea a la pata coja. ¡Y arriba ese ánimo!

      • Primero me quedo coja
        y luego pierde La Roja,
        este verano ha llegado
        muy chungo, muy malhadado…
        Sería cosa patética
        peregrinar a Santiago
        con esta bota ortópedica.
        Sólo me queda ver Francia
        ganar de cabeza a Bélgica
        y que triunfe, creo yo,
        Croacia contra Inglaterra.

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