Veranos más agradables

30 Jun

Las cosas están así. Llega un tipo a una tienda de chinos, con la cara y la camiseta licuadas por el sudor, y dice:

Niño, porme un helao, aunque sea pa echámelo por lo alto.

Los clientes cunden en torno al frigorífico del establecimiento en busca de esa bebida fría que volverá a estar caliente al poco de salir de allí. En la calle el calor cae sobre las cabezas como cubos de fuego. Los sombreros protegen, pero llegan a estorbar como las gafas de sol, porque hasta su peso se hace pesadísimo a tropecientos grados de terral.

Todo cuerpo extraño sobra y hasta la propia piel se hace ajena.

En tales coyunturas, me llega a la memoria una coplilla de tiempos infantiles, que, en su momento, me parecía incomprensible y ahora, sin embargo, cobra toda su coherencia, “Juanito, el Esquimal, vive en una casita de hielo y no tiene frío, no le importa el dinero”. Ay, quién pillará esa casita de hielo de Juanito que, en estos momentos, es la perfecta utopía de la felicidad ¿Existirá todavía? Tal vez no si el iglú se hallaba en el Polo Norte donde, con el calentamiento global, sufren crisis de identidad hasta los pingüinos, que, en este momento, se creen gaviotas.

El tema del tiempo era un argumento intranscendente que antes se sacaba en el ascensor para no hablar, por ejemplo, de política. Sin embargo, dadas las circunstancias, ya ha cobrado también su gravedad hasta convertirse, como casi todo, en un tema político.

Admitir que no hace calor como siempre, sino como nunca es ir contra las tesis de Donald Trump, que niega el cambio climático.

-Un verano tan caluroso como éste no lo he pasado en mi vida.

-Ajá, con que tú eres demócrata…

En las librerías, que siempre han sido un poquito revolucionarias, regalan un ejemplar de “La balada del agua” de José Luis Sampedro; algo más que prologuista del ensayo de Stéphane Hessel “Indignaos”. “La balada del agua” recoge el diálogo de los cuatro elementos de la Naturaleza; agua, tierra, aire y fuego, personificados; tratándose de una larga diatriba contra los humanos que con su codicia saquean los recursos del planeta y destruyen así su propia vivienda.

Se trata de concienciar uno a uno a los ciudadanos del mundo para detener esta carrera suicida hacia el desarrollo insostenible, que es la ausencia de futuro. Cada cual puede hacer pequeños gestos que sumados son la salvación; abstenerse del consumo compulsivo, reciclar, restringir el uso del coche, llevar bolsas al supermercado y no pedir otras y, por supuesto, no arrojarlas en la playa junto a otros envases plásticos y demás basuras. Podríamos conseguir grandes cosas por las buenas, pero, como, por desgracia, la concienciación positiva suele dar pocos frutos y, en resumidas cuentas, si la culpa es de todos, no es de nadie, lo suyo sería penalizar las acciones incívicas con multas materiales. Esto, además de contribuir al equilibrio ecológico, aumentaría las cuentas de los erarios, a fin de que dichas cuentas sirviesen para afrontar gastos razonables a favor de todos; más limpieza y más zonas verdes.

Ando muy entusiasmada con un proyecto de peatonalización de la Alameda. Cuando el futuro se pone imposible, tal vez la única solución sea regresar al pasado y sería un auténtico logro recuperar para Málaga esa Alameda arbolada y sin polución del siglo XIX; lugar perfecto para recreo y encuentro de los ciudadanos, Por qué no, si hemos mantenido hasta hoy vicios de aquella época; desigualdades sociales, nepotismo, desidia y apatía, a qué viene privarse de las cosas agradables que tuvo aquella etapa decimonónica.

Me encanta la idea de la peatonalización de la Alameda como también la de la peatonalización de la calle Victoria. Siendo peatonalizada una amplia zona de la ciudad, la mayoría no tendría más remedio que usar el transporte público; un tranvía puntual y eficacísimo como el que hay en Montpellier, que liberaría también a la ciudad de malos humos, tanto materiales como anímicos.

Por lo demás, estimularía al tráfico de bicicletas. Nada que no se haga en ciudades del norte de Europa con muy buenos resultados para la salud humana y del ecosistema.

Conclusión; es muy bonito que las conciencias individuales actúen de una en una por sus propios buenos propósitos, pero como esto no pasa casi nunca, quizás haya que recurrir a la política de los hechos consumados y poner normas inesquivables y racionales. Todos actuaremos de la mejor manera porque no habrá más remedio. Y cuando la novedad sea ya costumbre, estaremos más felices. Y más fresquitos.

 

Una respuesta a «Veranos más agradables»

  1. Hace algún tiempo, un compañero mío, sumergido como estaba en la lectura de “El Médico”, levantó la vista del libro y, sin venir mucho a cuento, me dijo: “la naturaleza, lo que queda de ella, se tendría que haber quedado estancada en mil novecientos cincuenta y a lo mejor hoy habría alguna esperanza; pero la naturaleza, a más modernidad, más nos estorba…” Se me vino esto a la cabeza viendo el paisaje desolador que dejaron tras sí miles de aguerridos ecologistas, asistentes unas horas antes al festival de música de Glastonbury, para envidia de vertederos y basurales de México DF o Pekín. Es decir, la resaca sanjuanera malagueña, a su lado, fue una simple caquifuqui de un perrillo de aguas…pero fue, evidentemente.
    ¿Qué nos ha hecho la naturaleza para ser tratada de aquella manera…? Algo así, dicen, se preguntaba Trotsky a propósito del comportamiento de Frida Khalo con él. Pero son eso, señales de futuro que empezaron a verse partir de los cincuenta, cuando renacía la paz, la industria aceleraba y con ella los recursos económicos de la población; aumentaron las escopetas en la misma proporción que disminuía el número de piezas; las playas fueron perdiendo su eterno sabor marinero a coquinas o algas y en sus orillas, hoy, acechan medusas pendencieras; y en el horizonte, pateras…
    A principios de los sesenta, por recordar que no quede, vi caer a tierra hasta catorce buitres comunes, que ya habían alcanzado gran altura planeando, tras haber ingerido carne de vaca previamente envenenada y cuyo destino no eran los buitres sino el zorro. Hace muchos años que faltan los buitres en esas montañas. Más señales…
    Buena idea esa de peatonalizar la Alameda. Así no volverán a ocurrir casos como el del turista que cogió un taxi (negro con banda azul) y al ver, asustado, los bandazos que pegaba de un lado a otro, preguntó al taxista: – oiga, ¿en Málaga no guardan la derecha?
    A lo que respondió el paisano- mire usté, en Málaga, en verano y con terral, solo nos preocupamos de ir por la zombra…
    Pues andando.

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