Viejóvenes y tebeillos

5 May

Que la edad es un valor cambiante que incluso transciende a los clásicos de la Literatura Universal se puede entender porque hoy día sería inconcebible que Alonso Quijano (luego conocido como Quijote) fuese considerado anciano a los 50 años, como su propio autor, Miguel de Cervantes del que tomaba la edad y hasta el aspecto físico, además de su inclinación por las aventuras disparatadas.

Que “El Quijote” es una obra autobiográfica como casi todas, ya lo he dicho en muchas ocasiones, así que no tema el personal que lo castigue con la misma tarandilla.

La materia en cuestión es ahora decir que los años de ayer no son como los de antes ni como los de antesdeayer. En los sesenta, por ejemplo, un hombre de treinta años era un señor casadísimo y con un par de retoños a su cargo, que vestía traje de chaqueta y corbata en horas de oficina y hasta algún domingo para ir a misa y se había comprado a plazos los tropecientos tomos de la Literatura Universal encuadernados en piel con letras de oro en el lomo para exhibirlos en el mueble biblioteca del salón, comprado también a plazos por supuesto como todo lo que compraba. Los plazos eran una constante de los años sesenta para la clase media a la que debía enfrentarse el padre de familia de treinta años; edad a la que ahora los hombres son todavía hijos que viven en casa de sus padres, practicando el rollo adolescente en esa habitación propia, donde se relacionan con el mundo, buscando novia por Instagram y haciéndose youtubers para ejercitar la visión crítica de las cosas con mirada fija en el skype ”Mira tío, te lo digo una y mil veces, lo tuyo es una cagada ¿te enteras? Una puta cagada” y así…

Para hacernos una idea de lo que las edades van y vienen, podríamos decir que el padre de familia de 30 años de los sesenta podría ser el abuelo del chaval de treinta años de hoy día y el padre del padre de familia de cincuenta años que es usual en estos tiempos.

Veo a muchos de estos cincuentañeros, ataviados con camiseta estampada con algún divertido monigote y chaquetilla vaquera, pasear con sus hijos adolescentes o de corta edad en plan coleguilla total como es notorio por el trato del criaturo, “joé, papá, tío”…

Curiosamente, el padre de cincuenta años de hoy día es más cercano al hijo que aquel otro de treinta de los años sesenta; un señor de corbata y chaqueta, cuyos ataques de cólera bíblica eran temidos como las propias cornetas del Apocalipsis a la hora de entregar las notas.

Que los niños y adolescentes de ayer suspendiesen mucho menos no responde tanto a la estrategia psicopedagógica como a la atávica destreza del lanzamiento de zapatilla en el hogar,  las competencias dramáticas de los padres para desatarse en ira y los castigos ejemplares, reflejados en el cuarto de los ratones al que confinaba el ilustre don Pantuflo a Zipi y Zape.

Actualmente como suspender no es ya un delito, se suspende más que nunca. Lo mismo ha pasado con robar, me parece; cuando las conductas se generalizan pasan de ser transgresión a simple moda.

Ser padre de familia a los cincuenta es ahora lo normal si se piensa que el primer trabajo llega a los cuarenta en el mejor de los casos. Y, bueno es verdad que, a veces, los niños no se toman en serio a estos padres, pero se lo pasan genial con ellos, pues comparten gustos y aficiones. A los dos les gustan las chuches y los tebeillos. Los tebeilllos de mayores se llaman cómic en inglés para dignificarlos como género de culto y así disimular que son tebeillos, pero lo son, dado que comparten la misma sustancia; tienen viñetas, bocadillos y, en fin, muchos dibujos y poquísimo texto. En este mismo género, se encuadra la novela gráfica, que es todavía una etiqueta más rimbombante para lo que es también un tebeillo, e incluso la biografía gráfica.

El otro día, estando en una caseta  de la Feria del Libro, me pareció ver en un estante una biografía de Lorca en este formato. Tal fue mi impresión que, al irla a coger, se me cayeron, además del citado volumen, otros tantos sobre la cabeza y pasé bastante bochorno porque aquello se parecía a la escena de “La fiera de mi niña” cuando Katharine Hepburn le desmontó el diplodocus al insigne científico.

Pero mayor fue mi impresión al ojear aquellas imágenes en las que Lorca y todos los otros personajes de la preguerra civil, se representaban con la misma cuadratura muscular que aquellos tipos duros del cómic americano.

Advirtiendo el cariz que van tomando los libros, me preguntaba si el esfuerzo de tantos años por extender los textos no habría sido baldío y debería haberlo invertido en hacerme dibujante. Alguien me comentó que hasta mis cuentos para niños tenían demasiadas letras y me dio un poco de bajón.

Más le valió a Dostoievski nacer en el siglo XIX. Si no, no vende una escoba.

3 respuestas a «Viejóvenes y tebeillos»

  1. Obviamente, si en los sesenta, a los treinta aún no te habías casado, a partir de ahí ya pasabas a tener categoría de solterón, tardo…y ella emprendía la carrera de vestir santos. A partir de los treinta y tres, edad de Cristo, referente de tantas cosas, ya rebasabas prácticamente todos los límites de la soltería propiamente dicha y, al otro lado del Morrón, pasabas a tener consideración de mocito/a viejo/a, algo venerable, recogido y bien diferente del mocito feliz de nuestros días, salvo algún apañico in extremis que, si resultaba fructífero y condescendiente (con descendiente) la opinión de la gente se suavizaba y entonces decían que eras “tardo, pero cierto…”
    La verdad es que todo parecido de un mocosete cincuentañero de actualidad – que compadrea a diario con su igual, es decir, su hijo – con aquellos de hace cincuenta años, será pura coincidencia. Con cincuenta años, medio siglo atrás, ya se te habían marchado de casa, casados, todos, hijos e hijas. Si acaso te quedaba el más pequeño, soltero y suertudo, al que la ley libraba de la mili para que pudiese atender a sus ancianos padres…
    Pero lo que realmente me ha tocado la fibra es la zapatilla volando. Recuerdo una de aquellas cartas que mi madre me dictaba, dirigida a mi padre cuando trabajaba en Alemania, a principios de los sesenta. Uno de sus párrafos decía así: “mira de mandarme algo más este mes, que no doy abasto con las alpargatas ni con las chanclas…” El cielo ganado, eso.
    Mañana es su día, de las que están todavía y de las que siempre estarán. Va para ellas aquella canción de Eurovisión…

    • Obviamente, si la cuestión es jubilar a la gente a los 67, hay que crear la sensación de que a los 50, el cotizante está en la flor de la juventud…Y si al de 30 no le sale trabajo, hacerlo un chiquillo para que no desespere. Hay una cuestión perversa de fondo, económica, como siempre, en esta regresión de las edades y, por lo general, frente a lo que se cuece en las altas esferas, la edad de los ciudadanos de a pie es la edad de la inocencia, cómo no…

      • Hace más de veinte años, Sánchez Dragó, en uno de sus artículos titulado “Japón, viaje al pasado…mañana” ya esbozó algo de lo que, entonces, estaba por venir y que, evidentemente, ya ha llegado. Él consideraba que este país regiría el mundo durante el siglo XXI, porque allí “todo funcionaba como un Mercedes…”, aunque él se decantó, sobre todo, por hacerse con la joya de la corona oriental, el elixir de la eterna juventud, y allá películas…
        Luego está lo ilusorio; España, aparte de ser el país donde mejor se vive, desde los tiempos del ex ministro Fraga, es asimismo, según se lee en todos los medios, el cuarto del mundo en esperanza de vida, justo detrás de Japón y Suiza, que se dice pronto…Unos te dan una esperanza de ciento veinte años, otros de ciento cuarenta…Podrás perder la vida, pero no la esperanza (con perdón)
        El caso es que hoy, en Japón, los robots ya están tomando el relevo y mandando al paro a miles de trabajadores, ¿qué será de ellos ahora si, al fin y al cabo, siempre funcionaron como un robot y sus jornadas de huelga no eran sino de superproducción activa…? Otra injusticia más. O no, según se mire (por parte de algún patrón) porque, más que nada en occidente, se trata de ir sustituyendo, paulatinamente, el capital humano por el de los robots, de mucho menor coste, que no se cansan, enferman poco, no protestan ni reivindican nada y van a lo suyo. Y seguir manteniendo (por ahora) a las personas que vayan restando de las distintas fases del Baby Boom, en tanto se completa el relevo…
        Algo digno de espectadores cósmicos, que la lontananza siempre atenúa…

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