Por las barbas de Hipócrates

18 Nov
Hipócrates

Crecen los hospitales privados y se saturan los públicos. Sin dinero es difícil encontrar una cama donde caer enfermo. La salud es lo principal; un bien que no tiene precio, pero que empieza a salir muy caro. El afortunado paga por ella una fortuna, pero al pobre sólo le queda la esperanza y quien espera desespera cuando ha de aguardar que le toque su turno en una larguísima lista de pacientes con más paciencia que Job.

Las urgencias en la sanidad pública han dejado de ser urgentes, hay demasiados enfermos con prisa y poco el personal que los puede atender. Las urgencias hay que tomárselas con calma y, si es posible, con buen humor. El mal humor perjudica la salud del enfermo y también la de las enfermeras y enfermeros, quienes terminan cobrando y no en metálico la cólera del paciente impaciente, de natural irascible, dadas las circunstancias. Si hay personas ya con malos modales cuando se encuentran saludables, no se puede esperar sino que tengan los peores en un estado de crítica dolencia.

El problema de nuestros profesionales de la sanidad no es que no sean profesionales sino que no dan abasto. No es suficiente una enfermera para atender a toda una planta de enfermos que enferman pese a que sea verano y fin de semana. Las enfermedades no entienden de fechas clave y llegan cuando les parece. Y los accidentes más, para eso son accidentes. Lo ideal es que los pobres estuviesen todo el año saludables como un roble y, en especial, los fines de semana veraniegos bajo una palmera tomándose un daiquiri, ya les gustaría a ellos, pero ni las fracturas de huesos ni las crisis de órganos son modas de temporada. Tampoco los virus están por respetar los hogares de los más necesitados y, precisamente, es allí donde más se entrometen, los tíos. A perro flaco todo se le hacen pulgas, que dicen. Y en pleno siglo XXI también hay lugar para esto; para las pulgas, la sarna y los piojos. Donde no hay lugar es en los hospitales públicos y nos preguntamos ¿por qué no se amplían? ¿Por qué no se construyen más? ¿Por qué no se contratan a más médicos y enfermeros? Y, en suma, ¿Para qué pagamos el dinero de nuestros impuestos?

El dinero público tiene que ser para el público. Generar una buena oferta de educación y sanidad que no desmerezca de la empresa privada y cree tal agravio comparativo en la calidad de vida de las clases sociales. Los contribuyentes pagamos por un sistema democrático y no por favorecer a un despiadado capitalismo camuflado. Necesitamos creer que contribuimos a crear una oferta de calidad, una sociedad más justa e igualitaria. Es natural que seamos populistas a la hora de justificar el pago de nuestros impuestos, porque se supone que estos van a parar al pueblo y no a la mar, que es el morir. Morir, ya sabemos que moriremos todos, pero no tan pronto, me cachis. Si mejora el teléfono de la esperanza, que también mejoren las listas de espera de los hospitales y no desesperen más a los desesperados.

Escuchemos la voz de la experiencia y atendamos a ese consejo de médicos jubilados que se ofrecen a solventar la situación. Esa adorable corte de sabios con su edad de oro y su cabellera de plata que, fieles a los principios de Hipócrates, prolongan su vocación en sus más genuinos fundamentos. Son el areópago y el senado de la medicina

Digo esto, por supuesto, en relación al manifiesto “ jubilación no significa indiferencia” de los médicos jubilados de Málaga, que, por fin, han conseguido una cita con el consejero de salud, Aquilino Alonso, para introducir mejoras, mediante un compromiso integral, en la sanidad de la provincia.

Entre estos veteranos, el histórico doctor, Norberto González de Vega, ha criticado que desde hace décadas no se haya abierto un hospital público y, sin embargo, la sanidad privada se haya multiplicado por tres. Él no es de los que se rinden y parece que, según fuentes del Gobierno Andaluz, Ruiz Espejo ha tomado nota, ofreciendo al Colegio de Médicos “fijar un cauce permanente de trabajo y diálogo con el ánimo de recoger propuestas y estudiar su posible implantación”. Que así sea.

La nobleza de esta ciudad consiste en que en los momentos decisivos siempre encontramos ciudadanos brillantes y solidarios con iniciativas de los que nos sentimos muy orgullosos. Brindemos por su salud y por la nuestra. Bravo.

3 respuestas a «Por las barbas de Hipócrates»

  1. La que muchos prefirieron
    al Cuerno de la Abundancia
    metiéndole mano primero
    y haciendo cuentas después
    tendrá sus horas contadas
    en el tablero de ajedrez
    donde blancas son la pública
    y las negras, la privada
    posiblemente la única
    que quede tras la batalla
    dejando tras sí un reguero
    de instalaciones cerradas
    de médicos y enfermeros
    colgadas sus batas blancas
    y pacientes por los suelos
    que más no pueden bajar
    igualándose a los sueldos…
    Como en tiempos prehistóricos
    requerimos a los abuelos
    consejos de ancianos lógicos
    para curar del señuelo-
    paraíso que nos venden
    los chamanes del mercado
    neoliberal siempre en ciernes…
    Que esta buena y sabia gente
    tenga éxito en su lucha
    y el derecho que se tiene
    a tener sanidad pública…

    Sirva como precedente
    y ejemplo de evolución:
    Salud, amor y educación
    si no se cuidan, se pierden…

  2. Llega fría la Navidad,
    qué será de los sintecho
    con la lluvia torrencial,
    se quedarán en barbecho
    al enfermar
    suplicando ese derecho
    de encontrar
    la cama en el hospital.
    Esperemos el consejo
    de los sabios hipocráticos,
    porque tenemos gran pánico
    a engripar,
    con este frío esquimal
    ay, Sanidad, Sanidad,
    danos de hoy tus cuidados,
    que a poco que andemos mal,
    por lo menos resfriado,
    está todo el personal.

  3. Pasos se deslizan ágiles y rápidos
    queriendo ganarle al agua la vez
    sortean precisos canales y charcos
    mojándose a medias cabezas y pies;

    el rítmico brazo esquiva paraguas
    arriba, abajo, al centro y pa dentro
    un extraño brindis en la acera larga
    decirse “salud” deprisa y corriendo

    estos son los días lluviosos de Málaga
    y siendo tan pocos son muy divertidos
    destiñendo el rimel, saltando los niños…

    En los soportales alegran sus miradas
    mendigos de cartón, ausentes de cariño
    jugando con las gorgoritas del agua…

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