Paraísos perdidos

10 Jun
Paraíso encontrado
No hay paraíso tan perdido que, al final, no acabe descubriendo todo quisque y termine siendo ese infierno multitudinario, caótico y ruidoso que se da en llamar lugar vacacional. Para descansar a (casi) todos nos gustan los rincones idílicos y solitarios, lo que conlleva que, a la postre, siendo tantos y no tontos, dejen de ser solitarios e idílicos y se masifiquen, perdiendo el encanto primigenio. De uno en uno, cada criatura humana puede resultar encantadora, pero, sumados unos a otros, nos convertimos en ese aterrador fenómeno social que es el mogollón. El mogollón rompe la armonía silenciosa de la Madre Naturaleza, poniendo comandas de calamares fritos y paellas, música de pachanga a todo decibelio y charlas festivas a grito pelado donde antes no hubo sino trinos de pajarillos y el ritmo exacto de las olas. Nadie se considera mogollón en sí mismo, pues llevados por esa vanidad ególatra, también constante del género humano, tendemos a creer que, siendo cada cual la pera, el mogollón son los otros. Para nosotros los demás son “gente” e incluso “chusma”, pero lo mismo piensan de nosotros los demás. Para nosotros “los otros” son los demás, mientras para los demás nosotros somos “los otros”. Como en la película de Amenábar, al final todos somos unos fantasmas, sólo que ocupamos algo más que una sombra translúcida y, si acaso, una sábana, pues arrastramos con nuestra demanda de ocio, además del cuerpo serrano, alineaciones de bares, restaurantes, hoteles, gasolineras y comercios que dan en hacer del antaño espacio recoleto, una improvisada sucursal de la urbe, bien embadurnada de cemento. La clase media, en gran parte la clase veraneante, aliada con las solícitas empresas inmobiliarias, acaba con la estética de cualquier lugar a poco que decida instalar allí su residencia de vacaciones. Los veraneantes, tan apacibles y amables de uno en uno, en masa, devienen en esas hordas o jaurías que arramblan con la paz y la belleza del entorno; cualquier entorno. Nadie quiere ser veraneante o turista, que son términos tan vulgares como desprestigiados, pero me temo que no hay otro nombre para quien pasa sus vacaciones en temporada alta por imposición laboral. La diferencia entre el viajero y el turista, decía Paul Bowles, es que el turista sabe cuando va a volver y el viajero no. Para ser viajero hace falta tener mucho dinero o no tener ninguno ni falta que le importe. Como los hippies, cuya falta de necesidades materiales, les permiten armonizar con el paisaje, ocupando tan sólo lo que su manta, su perro y su porro. Hasta hace poco más de una década, Cabo de Gata, era un paraíso de pueblos y aldeas, pobladas por pintorescos pescadores y hippies afables y naturistas. Así recuerdo San José como ese lugar de tranquilidad solitaria e inaudita en pleno mes de julio. Las hordas veraneantes parecían haberle respetado del mundanal ruido, en tanto que esperaban se urbanizasen esas playas magníficas, “Los genoveses” y “Monsul”, a las que, declaradas como parque natural, había que acceder por incómodos carriles, careciendo a su vez de chiringuitos, necesidad primaria para la masa vacacional. No obstante y, por fortuna, aquella esperanza, pese a los persistentes intentos de las codiciosas constructoras, se frustró una y otra vez, aunque no el deseo común de tener lo más a mano posible, esas raras playas de arenas aún inmaculadas y aguas cristalinas, cuya existencia, a día de hoy es todo un prodigio. Ganaron, pues, las playas, pero perdió San José que, siendo el punto habitable más cercano, de delicioso y recoleto pueblo de pescadores pasó a ser lugar de veraneo, con todas sus consecuencias de hormiguero humano, oferta superabundante de restaurantes y bares ruidosos y abominables hoteles pseudo-lujosos, erigidos con el mal gusto proverbial de los ricos del pelotazo. Después de casi dos décadas, que dan para idealizar aún más los lugares con la magia propia del recuerdo, volver a San José, mi San José, y verlo convertido en “Las Vegas”, me resultó un mazazo de impacto tan cruel como para salir huyendo con la firme intención de negarme incluso lo visto y considerarlo una simple pesadilla. Pero tal vez, haya que perder un paraíso para encontrar otro como sólo es lícito empezar otro capítulo de la vida, cuando otro acaba. Carretera adelante, sin demasiado rumbo ni expectativas a la búsqueda desesperada de alojamiento en plena noche, el coche ya casi exhausto de gasolina abordó una aldea, cuyo nombre arranca de una trágica historia de viudas que perdieron a sus hombres en el mar. Allí es posible alquilar una encalada casita de pescadores con una terraza que da al embarcadero y que te fíen, pues todavía no hay cajeros automáticos, y dormir del tirón, cuando el sueño enmudece las calles, sobre las doce, mecidos por el ritmo exacto de las olas. De buena mañana, la lancha te lleva a esa cala de arenas blancas y agua cristalina donde no existen los relojes. Para qué – me dijo el hippie- si quieres saber la hora, mira el sol. Y entonces sabes que has vuelto a encontrar tu paraíso.

P.D: En la entrada “Inventario de corazones rotos”, seguimos esperando tu historia de desamor. Anímate y piensa que un fracaso puede ser, al fin y al cabo, una victoria. Éste es el momento, cuéntanos…

13 respuestas a «Paraísos perdidos»

  1. No sé si lo fomentas o no -a juzgar por la foto, yo diría que sí- pero a usted le salen más enamorados que lectores. ¿Por qué será?

  2. Yo quiero apuntarme al “mogollón” de enamorados de Lola!…

    Habrá algún día un:

    “Inventario de pretendientes, novios y amantes”…

    En cuánto al artículo en cuestión…:

    ¿Paraísos perdidos?…¡muchísimos!…pero…¿no es éste Planeta(¡mal llamado ó mal bautizado “Tierra”, ya que es casi todo “Agua”!) en su totalidad un paraíso perdido?…y si miramos al cielo ésta misma noche…; también podremos pensar si es que las condiciones del tiempo lo permiten y la fase en cuestión no deje verla…; en nuestra inspiradora “Luna” los yankees también dejaron “basura” en la superficie lunar, haciendo de ella un “Paraíso perdido” con los restos de la porquería que cuándo en 1969 alunizaron, allí dejaron…, su bandera…, etc…, eso sí…, si fué verdad y no teatro lo que nos hiceron creer!…risas!…

    Nota:A recuperar “Paraísos perdidos” con la simple acción de no dejar nuestra “basura” desperdigada por cualquier sitio(¡mucho mas ahora que llegan las vacaciones!), simplemente recogerla(¡si es que la hemos tirado por ahí!), introducirla en una bolsa(de basura u en otra), acto seguido, en el macuto(la mochila) y llevarla hasta los contenedores de basura y depositarla allí…¿es fácil, no?…; también en muchos lugares hay papeleras…¿les explico como usarlas?…

    ¡Bendiciones y saludos para todos!…

    ¡Lola!…

    ¡¡¡BESOS!!!…

  3. estos enamorados no son nada si valoramos el que aún no apareció hoy por aquí.llegará.ea,suerte.
    paraisos y horizontes perdidos no regresan jamás(battiato o batiatto,qué más dará,dijo cantando)

  4. Yo sé de muchos lugares maravillosos y solitarios, pero no voy a dar pistas para que no se llenen hasta los topes. Una pista; están cerca, muy cerca. Incluso a menos de media hora de coche…

  5. ¿Te refieres a algunas playas o montes de Málaga? Horacio Eichelbaum ha publicado un libro sobre un delicioso pueblo de la Axarquía, Comares. Otro tanto han hecho Garriga Vela y Pablo Aranda con Casares y Villanueva de Tapia. Me atrevo a recomendarlos -los libros y los pueblos- pese al riesgo de masificación. Los editó la Diputación; una pista.

  6. Conozco un lugar maravilloso en los montes de Málaga (una antigua casa en ruinas): las vistas, el silencio, el olor, la deseada soledad, la dulce melancolía, los árboles, el agua,…; lo tiene todo. Ideal para ir corriendo (haciendo footing), está a unos 15 Km. de la venta “El Boticario” y, el trayecto se hace paradisíaco. Si alguien quiere ir, o la ruta precisa, me lo dice (paga) y ya está. ¿Te atreves Lola?
    Un saludo

    PD
    Lo de “paga” es broma.

  7. Lo cierto es que, afortunadamente, el paso está prohibido (cortado, no todo el trayecto pero sí la mayor parte) para los vehículos a motor; sólo se puede ir andando, corriendo o en bicicleta. Pero ir en coche sería perderse (casi) lo mejor, “el camino” es una gozada, una alfombra verde y roja con olor a pinos y amapolas. Dicen que no debe recomendarse a nadie que corra, ni hablarle de la gozoso que es, que eso no sirve para nada y, que un caballero nunca debe hablar de esas cosas; pero como yo no soy un caballero puedo hacerlo, así que te recomiendo, Lola, que vayas corriendo, y si aún no gozas del estado físico recomendado, pues puedes hacerlo andando, el disfrute es distinto pero también mucho. Yo podría acompañarte (sutil detalle desinteresado, eh), ¿Qué me dices? Ah! podríamos llevarnos algún libro para leer en la vieja casa (Neruda, Rimbaud o Keats no estarían mal ¿Has leído “Confieso que he vivido”, viste como habla de la naturaleza, cómo la ama?) y, hacer noche allí sería una aventura maravillosa, esta época es ideal ¿Qué me dices, princesita (esto ya es de nota)? Tampoco es obligatorio que vayamos solos, eso sí, ese sitio no se lo enseño a cualquiera. Un beso

    PD
    ¿“Bota viajera”? Sí, te equivocas.

  8. Sabía que dirías que sí (mediaironía). No tienes de que preocuparte, si el problema es mi nombre, parafraseando a Groucho puedo decirte: “Ése es mi nombre, pero si no le gusta, tengo otros”. De cualquier manera, ¿Qué es una vida sin riesgos? Yo no tengo problemas con las fechas, ¿Cuándo nos vamos, princesita? (preferible luna llena) Un beso

  9. Así no se juega, Lobo. Yo sí tengo nombre:
    A) Me llamo Paco
    B)Estaba antes.
    Pero si es por colmillos, me los afilo y me pongo vampirete2010@com
    C) Menos lobos, Caperucita.

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