Ladrones sin guantes

24 Nov

ladrones2013El mangante malagueño no es un ladrón de guante blanco. Ni de guante negro. Lo suyo es no llevar guantes, dejando huellas por doquier. El desaliño de la chapuza toca a todos los oficios por estos lares, desde el sector servicios a los cargos municipales, sin dejar atrás las actuaciones delictivas. Los ladrones malacitanos, pues, suelen ser mangantes chapuceros que, lejos de cuidar el detalle del disimulo, van dando pistas a lo bestia en el plan más cantoso. Como primera muestra; el caso reciente del policía de Coín quien, fingiendo un registro domiciliario, asaltó una casa mata de Vélez-Málaga, con un escándalo de mil demonios y el exiguo botín de dos mil euros, y huyó, olvidando en su fuga el móvil por las inmediaciones de la vivienda expoliada. Móvil que cae, de inmediato, en manos de la Guardia Civil, quien, sin necesidad de grandes pesquisas, descubre al delincuente, que, por supuesto, ha dejado registrados en el aparato un montón de mensajes que lo delatan como autor de la fechoría. Vamos, que, por poco más, el torpísimo bandolero no se deja en el camino el carné de identidad como el ex –policía corrupto que encarna Santiago Segura en su primera versión de Torrente. El latrocinio malacitano tiene cierta vocación de Rufufú y, en muchas ocasiones, más que indignación, da risa o pena. Sonado fue el golpe que protagonizaron unos jóvenes rateros el pasado noviembre en el Puerto de la Torre. Un desastre en toda regla, propio de figurar en el inventario del legendario Rompetechos de Ibáñez o sus “Pepe Gotera y Otilio”. Cuentan las fuentes informativas que el cerebro de la operación, un tal Rafael Jesús R.P, natural de Málaga, junto a dos compinches, se introdujeron en una vivienda del susodicho barrio con la intención de hacerse de oro, vana expectativa que quedó en agua de borrajas, dado que el único botín que encontraron sobre el poyo de la cocina ascendía a veinte euros. Pero, ya que estaban allí, con la despensa a mano y una hambruna de madrugada, se pusieron cómodos y como Pedro por su casa cogieron un Actimel de la nevera para matar el gusanillo y se llevaron una lata de paté para el camino. Así, tras el frugal piscolabis, y la satisfacción de la misión cumplida, huyen los salteadores por la ventana con un estrépito tal al punto de despertar al propietario de la casa y darle tiempo a pillarlos in fraganti y hacer la correspondiente denuncia a la Policía local, que, finalmente, hubo de trasladar al cerebro de la operación no a Comisaría sino al Hospital Clínico, ya que el hábil delincuente terminó su intrépida fuga cayendo desde el tejado y partiéndose la crisma. De modo que el tal Rafael, marcando un nuevo hito en la historia del latrocinio chapucero malacitano, acabó dando el gran golpe pero en su propia cabeza. De robos con tan poca y mala fortuna se alimenta la crónica diaria de esta ciudad, protagonizada por ladronzuelos de entusiasta vocación, pero con poco oficio y menos beneficio. Veo esta tarde, desde el taxi, salir a un individuo del Mercadona a la carrera. Bajo el destartalado abrigo, el objeto de sus prisas y su robo; una botella de vino. Que nunca se llega a beber porque, a la primera de cambio, da un traspié y cae sobre los vidrios rotos del cuerpo del delito, haciéndose de camino alguna herida entre las mal contenidas carcajadas de los viandantes. Lo ayuda a levantarse del suelo el propio vigilante del supermercado, más conmovido que indignado. Hay hombres pobres que además son pobres hombres, qué desgracia. Otra gran injusticia social; a los pequeños ladrones desgraciados los pillan enseguida, sin embargo a los que roban a lo grande, los pillan cuando ya se han forrado. Pese a ser igualmente chapuceros en el arte de mangar sin arte. Ni disimulo. Mangaron los malayos a placer años y lustros dejando la pista de sus lujos sospechosos a la vista gorda de las autoridades. Bien cantaban sus yates, sus chalés, sus colecciones de arte, la fauna disecada en el jardín; que allí había poco guante blanco y mucha mano negra y alargada. Vale, que, al final les pusieron el pijama a rayas, pero nadie ya les quitará lo bailado. Entre los ladrones sin clase, también hay clases y a algunos les toca sólo un bote de Actimel y unos cuantos chichones. O una botella de vino, sin comerla ni beberla. Porca miseria.

3 respuestas a «Ladrones sin guantes»

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