Volverse a enamorar

5 Nov

CRBR003438El divorcio es cosa de ricos, a los pobres no les queda otra que buscar el amor eterno. Y tomarse bien en serio esa fórmula de iglesia de “hasta que la muerte nos separe”. Pongamos que, si la pasión dura poco, la hipoteca, sin embargo, te ha de perseguir más allá de la muerte y que los hijos, contra la leyenda popular que asegura que traen un pan debajo del brazo, en caso de separación, normalmente acarrean pensiones que no siempre se pueden pagar. El precario de bolsillo –casi todos en los tiempos actuales- ha de optar por un único matrimonio para toda la vida como antiguamente o bien por la soltería que permite los amores fugaces sin costes posteriores. Ser millonario o soltero o ambas cosas son las únicas condiciones que permiten la frivolidad sentimental sin mayores consecuencias en la cuenta bancaria. Ya decía Oscar Wilde, “los solteros ricos deberían pagar más impuestos, no es justo que algunas personas sean más felices que otras” o “Hay que estar siempre enamorado, por eso no hay que casarse nunca”. El amor y el matrimonio casan raramente, pero de eso los pobres se dan cuenta cuando se han hipotecado hasta las cejas con el pisito y han de cargar con los gastos de uno o dos chiquillos que ya no se conforman como antaño con unos zapatos gorila y un buen plato de olla para ir tirando. Ahora, entre las necesidades básicas de los chavales, anda la nintendo, el ordenata y, por lo menos, un móvil de última generación, cuyo precio supone un pellizco al cuello de un salario modesto o la desesperación y agonía totales cuando, además, el progenitor en cuestión se ha quedado en paro. Estando así las cosas, quién paga una comunión de hoy día con banquete de tropescientos cubiertos y espectáculos en vivo al hijo-a de su madre, que tampoco anda precisamente sobrada. Y quién es el niño maduro que, comprendiendo los sensatos argumentos que han expuesto en este diario compañeros míos como Rafael Ordóñez y Juan Gaitán, no exijan para sí tal dispendio por más que la religiosidad católica –o la que sea- les importen una higa. La Primera Comunión para estas criaturas educadas falsamente en el consumo y el lujo por ser, sin duda, la única –a qué ir más a misa- requiere el mismo despliegue de medios que la de su primo.
Recuperar los valores perdidos; la sobria religiosidad o los matrimonios para siempre es una necesidad no ya tanto de moral como de simple economía; de mera supervivencia. Dado lo cual, resultará que hay que fiarse de algo más que de la mariposilla en la barriga cuando uno-a decida acogerse al vínculo conyugal que, en los tiempos que corren, cuesta un Potosí de ser fallido. Formalizar compromisos tibios sin aspiraciones de culebrón de telenovela o peli americana –el matrimonio de conveniencia puede ser inquebrantable por partir precisamente de su falta de pretensiones y como también decía Oscar Wilde, “un hombre puede ser feliz con cualquier mujer con tal de que no la ame”- o buscar esa unión sólida que, basada en los vínculos de la comunión de gustos, la empatía espiritual y el compañerismo haga placer de la rutina y resista a los embates del tiempo, más allá de la carnalidad inmediata. De esos raros matrimonios en los que no pesa cadena ni desgracia sino la muerte, nos habla la biografía del sabio y recién fallecido poeta Mario Benedetti quien dejó de escribir tras el fallecimiento de su mujer, su compañera, su guía, su apoyo, su gran razón o la del magno doctor Severo Ochoa que, al preguntarle por el efecto que le había causado recibir el premio Nobel, declaró que, después de haber muerto su esposa, ése o cualquier otro asunto le traían al fresco. Más o menos lo mismo se podría decir de Juan Ramón Jiménez que duró bien poca cosa después de haber sido galardonado con el Nobel y sufrir a la vez el imbatible azote de la muerte de su Zenobia el mismo año. Pero, puesto que la posibilidad del matrimonio perfecto es rara como ya he dicho y la soltería imposible para quien, de modo irremediable, se encuentra tiempo ha infelizmente casado y cansado, propongo otra tercera alternativa más barata y cómoda que la del divorcio y las pensiones. Ésta es; recuperar el amor de y por la misma persona con la que uno-a se ha casado, lo cual es factible si no es de esos amores que matan o pegan. Se ahorra mucho en copas y horas de internet y, en cierto modo, se va ya a lo seguro, pues, aunque, en ciertos momentos de la fastidiosa rutina parezca imposible –por ejemplo, cuando el interfecto-a se arranca con las pinzas los vellos de la nariz o ventosea en el baño- en alguna ocasión a ese individuo-a le encontró usted algún puntito y, con buena voluntad, no es difícil que vuelva a encontrárselo. Y, si necesita misterio, invite al susodicho-a a cenar como un extraño a casa –hablamos de amor no de dispendios innecesarios- y suéltele el guión empezando por el “¿estudias o trabajas?” que, al fin y al cabo, es lo mismo que va a usted a preguntarle a otro-a para darse aún, quién sabe, si un batacazo mayor. Cómodo, económico y con cierta garantía; si quiere volverse a enamorar, hágalo en casa. A ello le ayudarán la crisis y la primavera.

2 respuestas a «Volverse a enamorar»

  1. Enamorarse sale muy barato, por más que, si te llevas calabazas, digan los despechados que pueda salir caro. Lo suyo es aprender a seducir…Estoy en ello.

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