Bailando bajo la lluvia

12 Ago
El Diluvio Universal
El Diluvio Universal

No existe nada nuevo, ni siquiera el cambio climático, si bien, al principio de los tiempos se llamaba cólera de Dios. Del Dios siempre cabreado del Antiguo Testamento que arrojaba de continuo catástrofes naturales en venganza contra la maldad de los seres humanos, aquel invento suyo que pareció salirle algo averiado por algún mal cálculo de los ingredientes de la receta, según la cual, las susodichas criaturas habrían de conformarse “a su imagen y semejanza” y, muy al contrario, por su naturaleza rebelde y propensa a coqueteos recurrentes con su eterno rival, el diablo, no paraban de darle disgustos y arduos trabajos. Sacudió los cimientos de la ciudad de Sodoma, degenerada por la práctica de hábitos homosexuales, con un rugiente terremoto hasta su completa destrucción, toda vez que sus perversos habitantes intentaron incluso violar hasta los dos bellísimos ángeles salvadores que allí envió a fin de liberar a los únicos diez ciudadanos buenos que en aquella oscura ciudad quedasen y, puesto que ni aún así la restante raza humana desistía de su maldad desde aquel célebre pecado original que dio a luz a la nefanda estirpe de los hijos de Caín, fraguó el proyecto del Diluvio Universal, arrepentido como estaba de haber creado a aquellos seres violentos, crueles y egoístas que vivían como endemoniados reyes casi un milenio con todo lujo de comodidades agrícolas y biológicas –después de una sola siembra, la cosecha duraba cuarenta años y los fetos pasaban únicamente unos días en el vientre de la madre antes del parto, mientras, en el más completo ocio, la entera población se refocilaba en un festejo continuo de música incitante, bailes lascivos y carnalidad desenfrenada-. En semejantes condiciones, contra aquella caterva de silvestres antediluvianos completamente idos de las manos del Creador al supremo artífice no le quedó otra que anegarlos en una tremebunda cólera pluvial que casi no deja títere con cabeza, si no es por el arca de Noé y sus parejas de animales.

Pues a día de hoy, nuestro querido y maltratado planeta parece hacer aguas de nuevo- menudean en pleno estío las trombas en Toledo, Guadix y la más cercana Ronda- nos queda pensar que la cosa sea cíclica, según una interpretación científico-atea- positivista o que la cólera de Dios haya vuelto a desatarse, siguiendo el parecer de los testigos de Jehová que hace un rato nos preparan para el Apocalipsis a base de octavillas bajo la puerta. Si existiese un Dios homófobo al estilo del Antiguo Testamento no le faltarían razones para la cólera divina; acaban de celebrarse múltiples festejos que enardecen el orgullo gay por todos los puntos de la geografía mundial y, de otra parte, la cultura del desafuero amoral campa por sus anchas con sus ídolos de pies de barro en primera plana del escándalo –y del éxito de audiencia- a lo Paris Hilton o Amy Whitehouse. Lo de Sodoma y Gomorra fueron fiestas de cumpleaños infantiles si uno las compara con las desaforadas farras nocturnas de Ibiza y compañía. Si bien, puestos a este catastrofismo que alimenta el morbo colectivo y tanto vende en verano cuando adelgazan los noticieros de eventos políticos, la hipótesis del cabreo divino no es la única plausible –que sepamos, China no es un foco de maldad específico para que el airado creador la azote a base de terremotos y tifones cada dos por tres- de modo que podríamos decantarnos por creer que sea la propia Madre Naturaleza quien, con justo cabreo padre tome la venganza por su mano contra el ser humano, tan maltratada y super-explotada como está por el susodicho. En ese caso también habríamos de tachar a la Madre Naturaleza de arbitraria, pues sería lo justo que hiciera caer su tromba justiciera sobre aquellos hijopuchis que siguen quemando el monte por no apagar bien sus barbacoas o los recalificadores de terreno sin escrúpulos o los que se resfrían con el aire acondicionado bajo cero o los conductores de automóviles ultra-contaminantes o los moteros garrulos a todo gas, antes que contra aquellos laboriosos trabajadores del campo o pacíficos usuarios de un transporte público, léase AVE, que tenían, para más inri, como objetivo culminar sus vacaciones en la Feria de Málaga, empleando el contingente de sus merecidas pagas extra en el saneamiento y ganancia de nuestra variada oferta hostelera y de los cuales, algunos se han quedado en tierra, disuadidos por la alternativa de realizar su viaje a ninguna velocidad y medio en tartana. Esperemos que RENFE, supliendo esperas e ineficacias, nos los traiga sanos y salvos y lo más rápido posible. Contra la cólera divina o la Madre Naturaleza va a ser más difícil poner hojas de reclamaciones. Habrá sido cosa del cambio climático o que, como siempre, nunca llueve a gusto de todos o de casi nadie. En último caso, pórtense bien, no sea que nos pasemos estas fiestas bailando bajo la lluvia.

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