Campo dejado y minado junto a Juan XXIII

2 Mar

La zona en la que las vías del tren vuelven a la superficie, junto al polígono de La Princesa, es una enorme extensión de terreno ideal para que los perros campen a su aire entre escombros y pérgolas abandonadas.

En 2011, la Gerencia de Urbanismo ordenó la demolición de un buen puñado de naves industriales en el polígono de La Princesa.

La crisis las había vaciado de materiales y llenado de indigentes, una situación que había provocado la denuncia de la asociación de vecinos de La Princesa, porque el trapicheo de drogas había hecho su aparición con algunos de los nuevos inquilinos.

Tras los derribos, el enorme solar resultante convive con naves todavía funcionando, más pegadas a la avenida de Juan XXIII, con calles con nombres recogidos todos del santoral: Santa Águeda, San Lucas, Santa Matilde, Santa Rufina y en la confluencia de buena parte de ellas, la plaza de San Fermín.

El enorme terreno sin naves confluye a su vez en la zona en la que las vías del AVE reaparecen para desembocar en la estación María Zambrano. El resultado es un lugar que esta sección visita de forma periódica porque se trata del mayor parque canino de Málaga, y quién sabe si de toda Andalucía.

Porque esta extensión de tierra se puebla de dueños con perros cuando arranca la mañana y al caer la tarde, con el único fin de que obren y meen, con perdón. Así que ayer, hacia las 9 de la mañana, abundaban los vecinos con mascotas y cualquier incauto que paseara por esta gigantesca explanada sin mirar al suelo, muy probablemente se llevaría de recuerdo en la suela algo nunca deseado. En este sentido, es un enorme campo minado (de cacas, claro).

Con los bloques del Carril de la Cordobesa de fondo, lo más inquietante de este vacío estructural en mitad de la ciudad, además de su aspecto desértico, es una pareja de pérgolas que escoltan la parte no soterrada de las vías del tren, hasta la altura de la calle Dulce Chacón, por la parte de la Cruz del Humilladero, y la calle Velasco, por la de la Carretera de Cádiz.

Se trata de unas estructuras dejadas de la mano de Dios y que posiblemente lucieran en perfecto estado de salud cuando llegó el AVE a Málaga a finales de 2007. Pero doce años más tarde, su aspecto se asemeja al de esas naves industriales que hubo que demoler. No puede ser más desastroso, salvo para rodar alguna película o serie ambientada en alguna catástrofe postnuclear, provocada por Trump, Putin o cualquier otra melón pluricelular.

Pintadas de gran tamaño copan estas estructuras oxidadas, apoyadas en unas vigas que en la parte inferior exhiben un deterioro todavía mayor, por la acción diaria de tanto perro alzando la pata.

Como no parece que Renfe, Adif o la administración competente echen cuenta de ellas, llegará el día -confiemos en que muy lejano- en que, para sorpresa de todos, se vayan al carajo por falta de mantenimiento.

Lo dicho, es un paisaje fascinante para los amantes de las series con escenarios decrépitos.

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