Salto hacia atrás en la calle Marqués de Valdecañas

6 Feb

La que podía ser una de las calles del XIX más bonitas de Málaga es un grotesco escaparate de los grafiteros más obtusos.

Quienes hayan disfrutado de la película El Reino, una brillante visita a los tugurios menos recomendables del poder, aparte de constatar que su protagonista, el malagueño Antonio de la Torre, se hace el Camino de Santiago visitando despachos y saraos, quizás saquen otras conclusiones igual de peregrinas.

Una de ellas quiere compartir el autor de estas líneas y es la intuición de que quien fuera poderoso gobernador de Málaga en el XIX, Antonio María Álvarez, no desentonaría en ese mundo de conexiones subterráneas, por haber pasado a la historia más que como hábil gobernante, como supremo promotor inmobiliario de su tiempo.

Compaginar autoridad política y gestión de activos inmobiliarios no estaba tan mal visto como ahora, así que don Antonio hizo pingües negocios, uno de los cuales, por cierto, continúa entre nosotros: el Pasaje de Chinitas.

Dejó también este doble gobernador, civil y militar, su impronta en los alrededores de la plaza de San Francisco, que urbanizó con denuedo, pues allí levantó una plaza de toros que luego mandó demoler en 1864 y que tenía fama de ser tan bonita o más que La Malagueta. En su lugar levantó un pequeño barrio cuya calle principal, cómo no, lleva su apellido.

Justo donde se encontraba la plazade toros, la calle Marqués de Valdecañas, que forma parte de promoción gubernativa, es donde perviven los restos de otro de sus negocios, unos baños públicos a los que les puso el nombre de Las Delicias, con un templete oculto pero preservado en un veterano aparcamiento.

No es la primera vez que esta sección recorre, de la mismas manera que Antonio de la Torre -con el alma encogida y estresada- esta calle que ha sido literalmente destrozada por esos seres que, hace miles de años, bajaron de los árboles para evolucionar hasta el actual Homo sapiens grafitensis, individuos que utilizan sus manos prensiles para guarrear las paredes con su firma que, vaya por delante, no es la de Rubens ni la de Frida Kahlo.

Se observan, sin embargo, destellos de actividad neuronal en algunas pintadas como «Aburrida Idolatría Paganista Procesional» o «Tú eres mi mejor día», mensajes de crítica cofrade y amor, respectivamente, ensombrecidos porque su tarugo autor eligió para plasmarlos el muro de los antiguos baños. Lo mismo ocurre con otra de gran tamaño y de color plata perpetrado por un tal Koof, un creador todoterreno cuya sensibilidad por el patrimonio de Málaga es la misma que la de Kim Jong Un por la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Sin embargo, el edificio más castigado es un precioso inmueble decimonónico que hace esquina con la calle Álvarez, con la planta baja cubierta por completo por una colección de firmas insulsas. Un inmerecido cascajo pictórico.

¿No será el grafitero garrulo, como los políticos corruptos, un salto atrás de la Humanidad?

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