Del doctor Grissom y el rastro de los leones

10 Jul

Misteriosos rastros de porquería copan la placita de la Virgen de las Angustias, en El Palo, que en los días previos al 16 de julio suele alcanzar
su cénit anual de gérmenes.

La moda de las series sobre equipos de forenses, que arrancó con fuerza a comienzos de este siglo, ha puesto sobre la mesa todo lo que hace falta para una clase de anatomía, aunque a veces el contenido no esté para pasar revista.

Si a eso añadimos hitos del cine como la saga sobre Hannibal Lecter o un tío bastante feo armado con una sierra eléctrica, habrá que concluir que la aportación de los americanos a esta rama del cine y la televisión ha sido visceral.

Quedaron atrás, pues, los tiempos en los que en el último segundo, rodeado por todos los sospechosos, los protagonistas de las novelas de Ágatha Christie desemascaraban al culpable, que en el peor de los casos había envenenado a la víctima con una tacita de arsénico o le había pegado un tiro sin apenas manchar la alfombra persa.

Ahora prima el espurreamiento, de ahí que en las series del siglo XXI, intuye el firmante, se gasten ingentes cantidades de colorante rojo y a partir de ahí, lo que quieras.

Al hilo de este cambio de gustos, la placita que hay delante de la iglesia de las Angustias, en El Palo, da la impresión estos días de que ha sido el escenario de algunos de estos rodajes purulentos o bien una manada de leones se ha pegado un festín de gacelas. Todo pudiera ser.

Y es una pena, porque hace pocos años que el Ayuntamiento eliminó la escalinata homenaje a la película El acorazado Potemkim y hoy, dos suaves rampas escoltadas por setos, algunos cipreses y lantanas permiten a los malagueños más veteranos entrar en la iglesia sin dejarse el menisco.

Por eso, resulta descorazonador comprobar que se encuentra tomada, desde hace bastantes semanas, por rastros de porquería, como si alguien en pleno rodaje hubiera arrastrado algún objeto pesado y grasiento.

Precisamente, una de las teorías sobre el origen del famoso Rastro de Madrid señala que la palabra se refiere al rastro de sangre que lucían las calles, ya que desde finales del siglo XV se establecieron por la zona.

Todo cuadra pues, entre el origen del Rastro y los numerosos rastros de microbios -y váyase usted a saber qué cosas- que luce esta plaza del Palo.

Como aseguraba hace unos días el párroco de la iglesia, se acerca el día de la Virgen Carmen, y por tanto, la ansiada limpieza cíclica de este espacio que realiza el Ayuntamiento.

Lo cierto es que cada primera quincena de julio alcanza su cénit de porquería y el olor a meado de alguno de sus rincones hace que incluso los malagueños más cansados desistan de tomar la sombra en uno de los bancos resguardados por las hojas de las higueras.

No se ve al doctor Grissom por ningún lado ni asoman leones por el entorno. Cualquier investigador concluiría que el Consistorio debe pasar la mopa con más frecuencia por aquí.

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