Acerca del sentimiento identitario en Lagunillas

25 Nov

La nueva República Victoriana, surgida en Twitter para azote satírico del nacionalismo identitario, debería reconocer a la mayor brevedad posible el hecho diferencial lagunillero o atenerse a las consecuencias.

Los aficionados al casticismo y la antropología hemos disfrutado en diferentes momentos del glorioso alzamiento identitario en Cataluña, Rufián y hackers rusos aparte. En especial, con el número del bosque de varas de mando de los alcaldes soberanistas en Bruselas que, con música del maestro Chapí, debería incluirse en toda antología de la zarzuela.

Traten de imaginarse a Francisco de la Torre, vara en alto en la Grand Place, reclamando la libertad para una fugada Susana Díaz que acabase de delinquir. Pues eso.

Esta sonada puesta al día de la España de Berlanga ha tenido su respuesta satírica en Twitter, en una forma que muchos ya conocen: la brillante e inigualable República Victoriana (@repvictoriana) que como todo nacionalismo que se precie, vive de los agravios provocados por una mala malísima, la «Málaga imperialista», sin olvidar un tirito de vez en cuando al «Distrito Centro opresor».

Con su propio Palau del Parlament y presidente molt honorapla y achuchapla, la República del barrio de la Victoria exhibe en su cuenta de twitter a 200 presidentes de comunidades victorianas con sus varas enhiestas -con perdón- y por supuesto, botellín de cerveza Victoria en mano.

Sin embargo, y sin querer dárselas el firmante de aguafiestas unionista, en la delimitación de la Nova República se aprecia que, como los chicos de la CUP con sus Paisös Catalans, hay cierta tentación imperialista al definirse como la Gran Victoria y convertir en victorianos barrios más antiguos que El Tato como Capuchinos o la zona de la Alcazaba y Gibralfaro, lo que privaría a los botelloneros malaguitas de uno de sus principales zonas de bebercio y espurreo de botellas.

Pero incluso una zona históricamente considerada de toda la vida victoriana como Lagunillas tiene hoy una identidad propia, reforzada por el trato discriminatorio que históricamente ha recibido de la calle de la Victoria.

El hecho diferencial lagunillero, sustentado en tantos años de agravio por la forzada convivencia con solares con matas y desconchones que ha habido que disimular con grafiti, ha creado en sus habitantes un sentimiento identitario diferenciado que, más pronto o más tarde, les animará a reclamar el derecho a decidir.

Y así, se podría producir con la República Victoriana la misma paradoja que con el borrador de Constitución Catalana que, sorpresivamente, no reconoce el derecho a decidir su futuro a ninguna de sus cuatro provincias.

Por eso, en aras de la buena marcha del nuevo sujeto político, lo más sensato sería definir la Victoria como una «república de barriadas nacionales» y a continuación, negociar con Lagunillas un referéndum pactado o, en su caso, un cupo fiscal que a los lagunilleros les hiciera sentir diferentes y, qué quieren que les diga, más guapos y ricos que el resto.

De eso trata todo nacionalismo, de pasta y sentimiento de superioridad. Ánimo y hasta La Victoria siempre.

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