Del descanso en un banco disuasorio

26 Abr

El parquecito a la entrada de Churriana cuenta con unos bancos en forma de parrilla metálica que invitan a que nadie vuelva a repetir.

Uno de los primeros parques públicos fue el Campo de Marte en Roma. Antes de que el emperador Augusto lo llenara de templos y monumentos era un lugar de esparcimiento bastante despejadito junto al Tíber al que los romanos iban a hacer gimnasia, a realizar sus ejercicios militares y a bañarse.

En todo caso, durante muchos siglos, los parques y jardines más fastuosos fueron patrimonio de reyes y nobles, poco inclinados a compartir escenarios tan bucólicos con un vulgo tan vulgar. Gracias a Carlos III, que permitió la entrada de los madrileños a su parque del Retiro, se inició una tendencia que resultó imparable y, poco a poco, las altas esferas fueron cediendo estos espacios, de los que se fueron haciendo cargo los ayuntamientos.

Aunque en nuestros días la mayoría de notables espacios verdes de Málaga sean públicos, con la (llamativa) excepción de la finca del Retiro en Churriana, eso no significa que sus usuarios no se merezcan unos equipamientos, como mínimo, tan dignos como los que pudiera tener un personaje de alta cuna.

Y no se trata de derrochar en volutas y fruslerías sino en contar con equipamientos que promuevan el descanso y el relax.

Toda esta introducción viene a cuento porque hace unos días, comentábamos la puñalada administrativa trapera, fruto de la falta de coordinación entre la Junta de Andalucía y el Ayuntamiento de Málaga, que ha permitido que, desde hace un año, la entrada a este antiguo pueblo, la calle Torremolinos, esté presidida por un par de postes de Telefónica, en mitad de una nueva zona verde. No se pudo retirar por la falta de permiso de la administración autonómica y ahí siguen, como monumento a la deslealtad institucional.

Este parquecito en cuestión acaba con un anterior cagadero de perros, una tierra de nadie que había que pisar con tiento. El problema, además de los dichosos postes, es que ahora cuenta con unos bancos imposibles. De hecho, cuesta creer que su diseñador los haya ideado para el descanso, pues consiste en una suerte de parrilla metálica para la espalda y las posaderas que se clavan en el cuerpo, salvo si el usuario lleva algún tipo de armadura medieval o, en su caso, el traje de buzo reglamentario.

El firmante, que no es tan pejiguera como la princesa del guisante, se sentó con unos vaqueros reglamentarios en uno de estos infaustos bancos y comprobó en su cuerpo el significado de la palabra incomodidad.

En los años 70 y 80 se pusieron de moda unos bancos curvos, sin respaldo, muy sólidos, cuyas variantes han llegado a nuestros días y pueden verse, por ejemplo, en la calle Larios. El objetivo claro es que los paseantes no se repantinguen y que descansen de forma breve, antes de continuar. Con los bancos-parrilla se da un paso más y lo que el diseñador parece buscar es que la gente, una vez lo pruebe, no vuelva a sentarse en ellos. Bancos disuasorios. Tremendo.

 

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