Cuando un cartel no nos deja ver el bosque

14 Abr

El precioso jardín en el arranque del puente de Juan Pablo II, por la parte de la Cruz del Humilladero, está semioculto por un desvaído cartelón.

Escribir una crónica diaria sobre Málaga hace necesario, además del uso de las piernas, el establecer unos ritos que, casi siempre, suelen ser semestrales o anuales. Puesto que esta ciudad no es el Oeste americano y cada día no nace una urbanización, no existe impedimento en volver de forma cíclica a los mismos lugares – ya lo puso en práctica Ulises­-.

El caso es que el autor de estas líneas tiene una querencia por un rincón de la Cruz del Humilladero que durante muchos años simbolizó la Málaga más olvidada y zarrapastrosa. Afortunadamente, ya no es así y la mejoría del enfermo ha sido tal, que ya corre los cien metros valla.

Hablamos de una pequeña zona verde entre las vías del tren y el reciente puente de Juan Pablo II, el de los coches y peatones solitarios, porque por alguna razón no es muy transitado, pese a unir los dos distritos más poblados de Málaga.

Esta zona verde fue antes patito feo que cisne y los vecinos más mayores la recordarán como el terrizo por el que los vecinos salían a estirar las piernas, en un barrio asolado por la masificación urbanística y la ausencia de parques y jardines.

Hoy, acompañado por la acertada calle Poeta Muñoz Rojas, es un jardincito muy bien condimentado en el que no faltan ni el parque infantil ni un parque canino y está presidido por un par de ficus de raíces aéreas portentosas, si no fuera porque algún alma insensible (no sabemos si vecinal o municipal) se ha dedicado a cercenar muchas de ellas. En todo caso, el mayor de todos sigue ofreciendo un porte espléndido, con una copa que se recorta en el cielo. Pero para contemplarla tendremos que convertirnos en contorsionistas, pues no se sabe desde cuándo, un enorme cartel agrietado, plantado delante del ficus, tapa las mejores vistas del árbol y del jardín.

El cartel en cuestión, cuando todavía era legible y no había sido comido por el sol, ofrecía una lista de comercios de la zona. Desde luego el lugar elegido no pudo ser peor pero, pasados los años, y cuando sólo se aprecia una superficie descolorida y llena de grietas, ¿por qué el distrito, Parques y Jardines o a quién competa no quita este cartelón?

Ahora mismo es una gigantesca sábana blanca tapando el árbol más bonito del entorno. Una cosa es apoyar el comercio y otra, prolongar la vida de un mensaje publicitario solo detectable con instrumentos ópticos de la Nasa.

Así pues, el paseante tendrá que hacer de tripas corazón, obviar este obstáculo publicitario y echar un vistazo a un campito de petanca junto a los enormes contrafuertes de una construcción de la que sólo quedan estas recias defensas, pues detrás se levanta un bloque. Hay además tres bauinias ya florecidas, el árbol que más reluce en abril, y que ofrece lo mejor de sí en la calle Eduardo Domínguez Ávila de Capuchinos, pero que aquí nos regala un esplendoroso aperitivo.

Lo dicho, si no fuera por el dichoso cartelito…

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