Regresan las pintadas al túnel de la Alcazaba

20 Ene

Entre los asuntos que serán pasto de la investigación de los arqueólogos, las pintadas ocuparán un lugar primordial en su campo de trabajo.

Si en algún siglo futuro la ciudad actual se convierte en un cascarón vacío bajo una nueva Málaga, las pintadas que hoy tanto denigramos como producto de sandios integrales que ensucian las fachadas privadas, los monumentos y si se dejan, la madre que los trajo, serán un valioso testimonio de cómo nos la gastábamos en estos balbuceantes comienzos del siglo XXI, así como para detectar el nivel intelectual de los firmantes.

De enorme valor son las pintadas encontradas en las paredes de las casas pompeyanas, muchas de ellas de un alto nivel erótico-cazallero y sin embargo, el paso de los siglos las ha convertido en piezas arqueológicas de primera categoría.

De igual manera, el Ayuntamiento de Málaga debería comenzar a preservar las pintadas más originales y chuscas, con vistas a esos siglos venideros en los que tendrán el valor que se merecen. Es el caso de las pintadas que en el último octubre picassiano todavía jalonaban el monumento a Picasso de Berrocal –en los jardines dedicados al pintor– algunas de ellas con motivos fálicos bastante grandilocuentes que entroncan, en la simpleza mental de su trazo –y en el de sus autores– con las pintadas de Pompeya.

Por eso, desde el punto de vista histórico-vandálico, que no el patrimonial, supone un motivo de orgullo la reaparición masiva de pintadas en el túnel de la Alcazaba, templo de este tipo de chuscas ejecutorias.

En este sentido, una de las más hermosas es una pintada conmemorativa, fechada por su autor el pasado 27 de diciembre, que reza lo siguiente: «Por aquí pasó el Richard y el Nano Brother forever». Todo un canto a la amistad y al spanglish, no así a la correcta concordancia de los verbos.

Un contraataque en toda regla parece esta pintada, localizada también en el túnel: «La chusma nos trae la anarquía». El problema es que su autor nos trae por la calle de la amargura, pues quizás no sepa que su obra de arte deberá ser retirada con dinero público.

Pero sin duda, el que entra de lleno en el terreno del insulto escabroso y chusquero es un tal Decrepit, cuyas pintadas plasman a la perfeccion la decrepitud intelectual de nuestros días. Por higiene mental no reproduciremos aquí los insultos que dedica al gremio de los políticos, pero para que se hagan una idea, están a la misma altura que la verdulería televisiva del programa Sálvame. Es decir, a la del betún.

A pesar de su casposidad, salvemos estas pintadas para que las generaciones futuras, las del siglo XXXIX, sean conscientes de lo poco que el mundo evolucionó desde los romanos a nuestros días. Como testimonio arqueológico no tienen precio y, en efecto, hoy nadie daría un duro por ellas.

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