Un estereotipo desterrado de Málaga

3 Dic

Ayer hablábamos entre otros asuntos de los estereotipos y cómo cada año, una caterva de políticos y empresarios interesados o ignorantes (seguramente ambas cosas) se permite el lujo de exhibir ante toda España que son un saco de prejuicios recurriendo a los tópicos más reiterados sobre los andaluces.

La juerga, la vagancia, la vida subvencionada y la mala pronunciación son el corsé de estereotipos que a su pobre juicio tenemos asignados.

En Málaga también sabemos de tópicos, aunque al ser un reflejo deformado de la realidad, van cambiando con el tiempo. Sin ir más lejos, durante buena parte del siglo XIX tuvimos la mala fama de estar entre las ciudades más peligrosas de España. A juicio de muchos visitantes, había algo en la forma de ser del malagueño que le empujaba a la carrera delictiva, esa que, según Woody Allen, entre sus ventajas está la de que no tienes horarios.

Si repasamos los testimonios de extranjeros en Málaga, sobre todo en los dos primeros tercios del XIX, veremos la narración de algunos intentos de asalto y el consejo de que cuando se vayan a tener invitados se guarde la vajilla buena por temor a sustracciones.

De todos ellos, la narración más estremecedora es la del barón D´Avillier, que recorrió España acompañado por el gran dibujante Gustavo Doré. Influenciados por la fiebre romántica, lo que a la pareja le llamó más la atención de Málaga fue el manejo de la navaja y derivados por los autóctonos.

Esta mala fama, sin embargo, estaba sustentada en datos que desmentían que los malagueños nacieran con una faca de Albacete debajo del brazo, en lugar del tradicional pan.

En aquellos tiempos el sistema penitenciario no se andaba con chiquitas, aunque no llegaba a los extremos de dureza de Gran Bretaña, un país en el que, por robar una oveja, te podían deportar a Australia o a la temida isla de Norlfok a pudrirte al sol y si es posible, trabajando con grilletes.

En España, los presidios del norte de África funcionaban bien porque facilitaban el alejamiento del penado. Sin embargo,cuando los presos terminaban la condena se les solía dejar a la buena de Dios, muchos de ellos llegaban al Puerto de Málaga con una mano delante y otra detrás y por esas circunstancias, la vida les empujaba de nuevo a delinquir.

La llegada de ex presidiarios a Málaga sin más expectativas vitales que la bolsa o la vida (o el contrabando) incrementó la inseguridad y de paso, fraguó ese tópico que convertía a todo malagueño en criminal en potencia.

La literatura de viajes y el afán por la aventura de estos viajeros románticos fue fraguando ese estereotipo de peligrosidad genética que todavía muchos malagueños aplican a sus vecinos por el hecho de vivir en un barrio determinado.

Conocer más a fondo aquello que encorsetamos desmiente cualquier tópico. Las acémilas políticas que cada año nos deleitan con su ignorancia sobre Andalucía deberían hacer un esfuerzo y justificar su sueldo aunque sea recibiendo clases nocturnas. Ánimo.

2 respuestas a «Un estereotipo desterrado de Málaga»

  1. ¿Cuántos estereotipos quedan aún por desterrar de Málaga? Un saludo, señor Alfonso

    PD
    Creo que los estereotipos no se pueden cambiar (ni desterrar).

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