La cuesta de Barcenillas y los efluvios callejeros

27 Oct

Si los paisajes bonitos tienen la particularidad de elevarte el alma, con otros el alma se te cae a los pies hasta alcanzar los niveles freáticos.

Sensación parecida de espiritual viaje subterráneo es lo que el paseante experimenta cuando, subiendo por la cuesta de Barcenillas, en lugar de seguir hacia Pinosol decide meterse por algunas callejuelas que aparte de carecer de calzada, tampoco tienen nombre.

Si pasan la calle Monte, en honor al vecino cerro de Gibralfaro, localizarán justo enfrente este reducto, en el que se acumulan restos de muebles de factura bastante inestable. Es este pasaje, cruzado al final por una segunda calle sin salida, un importante depósito de cacas perrunas.

Mejor no imaginemos los efluvios que estos kilos de nutrientes para plantas pueden soltar, una vez recalentados por el sol del verano. Quienes lo sabrán mejor que nadie son los vecinos que se fueron a vivir a estos bloques previendo que los encargaos no les dejarían todo manga por hombro.

Y no falta, en todo entorno degradado que se precie, una ristra de pintadas tribales que deja en pañales al congreso de las mentes brillantes. Una de ellas, bilingüe, define a la perfección la filosofía de los grafiteros que se limitan a guarrear las paredes: «Idiotas you know» sin olvidar una consigna clásica de los bajos fondos, «Esther la xula».

Pero si de pintadas hablamos, ni siquiera una dedicada a un tal Ivan Gotic, con la calavera de rigor, impacta tanto como el dibujo de un gigantesco y humeante canuto, acompañado por el siguiente texto explicativo: «El poorro (sic) calentito».

El reducto de Barcenillas, además de estar tomado por las cacas de perros y por un porro gigante, tiene un suelo de hierbas que ya lo quisieran en los Alpes. A lo lejos, entre los bloques, pueden verse los pinos de Gibralfaro, felizmente a salvo de este cutrerío urbano.

Hace muchos años, la finca de Barcenillas era una de las más bonitas de Málaga, en ella estuvo el primitivo colegio de la Asunción y también vivió el pintor Bernardo Ferrándiz, que invitaba a muchos colegas a pasar las tardes de los domingos. La calle que lleva su nombre es un homenaje a estos domingos artísticos, igual que el Camino Nuevo, que pasaba por terrenos de la finca primitiva.

Cualquier tiempo pasado no fue mejor pero para mejorar el presente, la urbanización de Barcenillas o el Ayuntamiento, según a quién competa, deberían plantearse acabar con este reducto de cacas y pintadas que tanto desencajan el alma, la vista y el olfato.

Sanitarios

Ustedes disculpen que la crónica de hoy no sea muy glamurosa, pero es lo que hay. Aunque para falta de glamour, los diferentes tipos de váteres que pueden verse en un solar abierto de la calle Fuentecilla, muy cerca ya de la calle Mármoles. Ni el señor Roca tiene tantos (el de los sanitarios, no el ex gerente de Marbella, claro).

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