¿Nos hacemos demócratas?

16 Feb

Tres síntomas de que la democracia está en peligro de extinción: El nuevo líder laborista británico, Corbyn; el precandidato demócrata en Estados Unidos, Sanders; y el griego Varoufakis y su proyecto europeísta.

Aparentemente no tienen nada que ver entre sí Sanders y Varoufakis; o entre Varoufakis y Corbyn. Sin embargo, hay un denominador común: cada uno a su manera y en su contexto están pretendiendo abrir una brecha democratizadora en el Sistema. O bien, dicho de otro modo, los tres representan formas de asumir que Occidente necesita una gran reforma si no quiere dejar morir la democracia, hoy en trance de ahogarse, urgiendo un boca a boca, una irrupción activa y profunda de los pueblos para forjar nuevas instituciones y nuevos liderazgos.

Si nos preguntamos por qué nacen de modo repentino estas propuestas drásticas de cambio, la respuesta viene pegada: porque la realidad está empujando con una fuerza arrolladora, aparentemente nacida de la crisis económica. La crisis económica es una crisis sistémica que algunos quieren ver como un momento terminal del capitalismo. Pero eso no es una explicación, sino todo lo contrario: es una profecía, una adivinanza… Desde otro ángulo, la llamada ‘crisis’ admite hacer un corte transversal de la realidad que nos permite adjudicarle dos finalidades: despojar a los pueblos, como sujeto principal de la democracia; y despojar a los pueblos como sujeto principal de los los Estados-Nación, hoy en peligro de extinción, de sus materias primas y de su ‘mano de obra’.

Por eso se han estado operando, bajo la mirada ciega de las fuerzas políticas tradicionales (incluyendo las que se autodesignan como ‘izquierda’) los paralelos desmantelamientos de la ‘soberanía popular’, base de la democracia, y de la ‘soberanía nacional’, base de la existencia misma de los Estados. Son objetivos paralelos y ambos apuntan a la finalidad del despojo.

Los Estados-Nación sobreviven porque esto permite maniobrar con comodidad. Mantener sus fronteras deja hacer con ellos lo que en cada caso convenga: mantenerlos como compartimientos estancos en los que las mafias maniobran libremente: México, Brasil, Argentina, Suráfrica, Nigeria…y un largo etcétera; o soportar ensayos autónomos pero ‘encerrándolos’ dentro de un Estado, estableciendo a su alrededor un ‘cordón sanitario’ que evite que se propaguen: Ecuador, Bolivia, Irán y poco más. Obviamente, como está ocurriendo con Irán, se procura crear focos de resistencia al ‘experimento’. De ese modo, el poder occidental (incluyendo ‘disidencias’, como la de Rusia) mantiene su control sobre el planeta entero, basado en dos gruesos pilares: uno, el espionaje universal, con los ‘cinco ojos’ blancos’ y del gran entorno anglosajón: Australia, Nueva Zelanda, Canadá, Reino Unido y Estados Unidos. De ese espionaje están excluidos –e incluso son también espiados– hasta los mejores aliados, como Alemania o Francia; y otro, obviamente, el enorme poderío nuclear y la capacidad para los asesinatos, las masacres y los genocidios, con una gran fuerza militar y artilugios tan prácticos como los drones o los nanorobots.

Lo que va quedando en el camino de esta expansión y sofisticación del poder es, como queda dicho, la pérdida de soberanía de los pueblos.

Gracias a la miopía con que tantas fuerzas políticas y ‘ciudadanos’ arremeten contra ‘enemigos’, inflados como globos o lisa y llanamente inventados, la destrucción de las soberanías nacionales de va operando sin mayores tropiezos.

Lo que crea algunas ‘situaciones incómodas’ es el estrangulamiento de las soberanías populares, porque supone la destrucción sistemática de la democracia, señalada como la gran conquista de Occidente. Y ahí es donde aparecen esos ‘síntomas’ de que los principios democráticos ya han naufragado o están hechos jirones y en muchos sitios a punto de desaparecer. Esos síntomas se ven claramente en el vertiginoso e inesperado surgimiento en el Reino Unido de Corbyn, dándole la vuelta a un pasado laborista tanto o más cómplice de Washington que los conservadores; de Sanders, precandidato del Partido Demócrata norteamericano que se declara abiertamente ‘socialista’; o el auge de la propuesta ‘europeísta’ de Varoufakis, embrión de un proyecto político para nuestro continente que propone un primer paso inevitable: volver a construir Europa como proyecto político autónomo… ¡y democrático!

Son tres propuestas que no pueden haber nacido simultáneamente por pura casualidad. Y nos están diciendo que la crisis tiene que verse dónde realmente está, que no es en el campo de la economía sino en el de la política. Se trata de instaurar – reinstaurar… discusión bizantina– la democracia. Hoy lo revolucionario, el camino del cambio, pasa simplemente por rescatar la soberanía popular.

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