¡QUE CORTEN EN DOS AL NIÑO!

16 Ene

Hasta los niños de 10 años, que son ‘puro’ nuevo siglo, traen un ADN dibujado durante el siglo pasado, en tanto que los tatarabueletes  que vienen lastrados por 80 ó 90 años del XX saben que esos códigos de comunicación incontrolados, que tanto les separan de su entorno, son el material con el que se le da sabor al guiso del futuro.

El drama se presenta cuando esos desencuentros entre el XX y el XXI parece que deben resolverse por K.O. La reivindicación del papel social de la mujer, equiparándolo al del hombre (no hay que igualar, sino equiparar) es lo que suele llamarse un objetivo ‘horizontal’ porque se cruza con todas las verticales de nuestras sociedades…. Y tropieza con cada una de ellas. La primera es, justamente, que la reivindicación de la mujer es una de las grandes consignas de Occidente y, como tal, está padeciendo la brutal crisis de valores de unas ‘democracias’, corrompidas hasta el tuétano. Hemos querido hacer marchar a todas las naciones del planeta, en tropel, hacia las metas que les estábamos marcando, pero resulta que la mercancía que ofrecíamos estaba contaminada. De ahí que se procure, ya sin disimulos, obligar a los pueblos a mantener el mismo ritmo de marcha hacia los mismos objetivos, pero cargando con la evidencia de que están esclavizados y que no les espera ningún paraíso democrático. Muchas mujeres del Tercer Mundo que han emigrado al Primero se convierten en las más entusiasmadas defensoras de los avances metropolitanos, para tratar de contagiar a sus sociedades, porque ellas luchan contra ablaciones, contra la sobre explotación (la del Sistema y la de los hombres) y contra el dominio que las hace víctimas de violaciones y humillaciones. Pero son ellas las que pueden cambiar sus realidades; no las occidentales, que forman parte de la misma cultura que bombardea y machaca pueblos, inventa guerras y destruye culturas.

Otra gran línea vertical es la de la sociedad patriarcal en la que aún vivimos, aunque parezca en retirada. Solemos creer que lo que se legisla ya está automáticamente asumido por la sociedad, cuando a veces ocurre lo opuesto: la ley trata de ‘contener’ algo que en la sociedad puede desbordarse. El patriarcado sobrevive en cada pueblo, en cada familia, en el modo en el que todavía se asignan los roles a los hijos varones y las hijas mujeres. Las leyes apenas van erosionando, muy lentamente (si es que lo logran) esas ‘murallas interiores’. Y esto lo podemos apreciar en los culebrones de la tele que adoptan la ‘cultura’ tradicional, esa aparentemente superada, porque es la que atrae a las grandes audiencias.

Ante esas líneas verticales hay una doble reacción instantánea: furia contra la gente, que no adopta las consignas modernas (o no lo hace al ritmo que esperamos)y reivindicaciones al Estado para que nuevas leyes sigan machacando el hierro candente del cambio, hasta darle la forma deseada. Y entonces caemos otra vez (como cuando queremos ‘civilizar’ al Tercer Mundo) en ignorar el relativismo, que no es más que el reconocimiento de los límites que la realidad impone en cada tiempo y en cada sitio. El relativismo nos dice, con desoladora brutalidad, que la denuncia de la dominación masculina es una de las causas del maltrato (el dominador no deja escapar a su presa) y que una legislación que puede instrumentarse para obtener ventajas (cualquiera sea) encontrará a los ventajeros y ventajeras que la utilicen tramposamente. Los esfuerzos legales para contener el maltrato no son una excepción y es obvio que no han sido bien diseñados: sirven poco a los hombres maltratados (que también los hay) y facilitan a las mujeres alcanzar la custodia de los hijos o ventajas económicas. Una legislación errónea, al romper la ‘equiparación’ a favor de la mujer, tiene doble efecto negativo: perjudica la imagen de reivindicación justa de esa lucha y convierte al Estado en árbitro de relaciones humanas que muchas veces solo tienen verdadera solución en la interacción personal. Es como si dejáramos seguir a Salomón, el que amenazaba con partir en dos al niño que dos madres se disputaban: vale, que se corte al hijo y cada madre se lleve un trozo. Cuando una ley puede convertir a los hijos en moneda de cambio, vamos por ese camino.

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