¿Amamos a nuestros hijos?

29 Nov

Procuro decir (casi) siempre lo que pienso. Y el (casi) nace de que en algunas ocasiones hay que poner por delante la piedad: si un enfermo terminal no quiere que le digan cuán calamitoso es su estado, insistir en hacérselo saber me parece una crueldad absolutamente innecesaria (supuesto que haya situaciones en las cuales la crueldad pueda ser necesaria).

Asumir ese papel me supone múltiples disgustos. Amigas/os y compañeros/as me reprochan en muy diversos tonos mi persistente escepticismo, que a veces confunden con puro pesimismo. No comparto las filosofías que aconsejan la práctica del optimismo como una fórmula para conjurar las desgracias o como un talismán para asegurar éxitos (o al menos supervivencias). A mí el famoso ‘podemos’ de Obama (que hizo escuela) me parece una fórmula de autoayuda que invita a reemplazar la realidad con invocaciones mágicas. Por lo demás, si seguimos el caso Obama es cada vez más evidente que ‘no podemos’.

No me han podido reprochar, no obstante, que mi descreimiento sea paralizante: escéptico y todo, intento cambiar algo en la realidad que nos rodea –que va desde lo desagradable hasta lo trágico y por momentos roza la catástrofe- y para ello no me hace falta lanzar aullidos victoriosos… (técnica que quizás sea propicia para los avatares del deporte.)

Todo este prólogo quizás sea solo una manera de ‘hacerme perdonar’ un nuevo juicio totalmente negativo sobre la realidad de nuestro entorno. La gran tragedia sigue siendo la que se cierne sobre nuestro planeta. Ayer se inició en Suráfrica otra nueva y previsiblemente inútil cumbre de la ONU sobre el cambio climático, mientras las emisiones de gases de efecto invernadero siguen aumentando y nadie se compromete a firmar un acuerdo ‘vinculante y verificable’, pese a que el Protocolo de Kioto va a vencer en 2012. La crisis económica (también conocida como ‘la estafa’) ha terminado de darle la puntilla a las propuestas para contener “un aumento grave de las temperaturas”.

A las futuras generaciones (se me quedan rictus de sonrisas heladas cuando leo, tan seguido, la obviedad de que hay que pensar en los niños porque ‘son nuestro futuro’) les estamos remitiendo todas las desgracias mientras continuamos proclamándonos padres o abuelos preocupados.

Se dice que las deudas de las naciones significan que, habiéndonos quedado ‘sin efectivo’, acudimos a la capacidad financiera de nuestros hijos. De modo que a esas futuras generaciones, que probablemente sean castigadas por el calentamiento global, les quedarán, además, nuestras deudas por negocios imposibles que hicieron unos pocos pero nos caen encima a todos como una plaga bíblica. Por si alguien no lo sabe, en España se ha denunciado un ‘suicidio demográfico’: al empezar este año 2011,España perdió población, por primera vez desde el último año de la Guerra Civil (1939). (De paso, parece que el eterno superávit de la Seguridad Social dejará paso, también este año, a un pequeño déficit).

Otra noticia que no queremos asumir y que en realidad nadie nos la está ofreciendo con los titulares que le corresponden es que la Unión Europea, como tal, virtualmente ha dejado de existir. Alemania y Francia, el dúo gobernante en Europa van a crear una elite que eludirá la obligación de unanimidad de ‘los 27’… ¡y las ratificaciones por parte de los parlamentos nacionales o por consultas populares!… y creará (ya funciona en verdad) una ‘supereuropa’ que contendrá el déficit al 3% del PIB en 2013.

La desgracia ‘particular’ de España es que Rajoy cree que podemos aspirar a ‘adosarnos’ al dúo gobernante y esto supondrá un frenesí de recortes. Insisto: la Unión Europea ha expirado y quizás podamos ver en el futuro cercano la ‘desaparición’ del euro y que cada país de este conjunto, en pleno proceso de centrifugado, haga la guerra por su cuenta para sobrevivir.

Todo esto invita a buscar buenas noticias por otro lado. Por ejemplo, a estar pendientes del ‘electrizante’ duelo entre el alicaído Barza y el emergente Real Madrid. Pase lo que pase, para uno de los dos bandos habrá una buena noticia.

2 respuestas a «¿Amamos a nuestros hijos?»

  1. Tampoco escribo con la intención de ayudar a conciliar el sueño a los lectores (salvo que sea un efecto colateral de la lectura). Pero en cualquier caso siempre estoy en el papel del ‘mensajero’ ese al que se aconseja no matar. Ni siquiera la tele, tan conformista, se esfuerza en darnos sosiego para terminar bien el día.

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