Como ‘hacerse el sueco’

13 Dic

Se puede pensar en Suecia como ese lugar del mundo donde apareció un líder, Olof Palme, que se tomó tan en serio eso de la socialdemocracia que fue clavando banderas del Estado del Bienestar allí donde nadie había llegado. Por un momento hizo que mucha gente creyera que se podía fundar una sociedad realmente más igualitaria sin necesidad de revoluciones ni violencias. Después resultó que el experimento no se pudo completar, entre otras cosas porque mataron a Olof Palme. El crimen quedó en una nebulosa al estilo del de Kennedy, al punto de que los que somos empecinadamente descreídos de las versiones de la realidad que ofrece el poder seguimos alimentando dudas: tal vez hubo intereses muy poderosos que quisieron cortar el camino a un ensayo tan atrevido.

En los últimos tiempos parece que los suecos ya no se hacen notar tanto por sus ensayos políticos como por sus experimentos literarios: después de ‘Millenium’ cualquier escritor sueco aspira a fabricar ‘best-sellers’.

Sin embargo, algo conspira hoy contra la buena imagen acuñada por los escandinavos y es que han hecho tres grandes favores a Estados Unidos, justamente ahora que WikiLeaks ha dejado la imagen del superpoder norteamericano casi noqueada.

Uno ha sido convertirse en los grandes acosadores de Assange, con una acusación de ‘delitos sexuales’ que apenas se sostiene pero que de momento ha resultado suficiente para que el mago de WikiLeaks esté detenido en Londres.

Otro cable que le han echado al imperio ha sido darle el premio Nobel de la Paz a Liu Xiaobo, un luchador contra la dictadura china. Es obvio que el gesto de premiar a un disidente chino es positivo para todo el movimiento mundial a favor de los derechos humanos, pero haber clavado esta espinilla en el mismísimo talón de Aquiles de Beijing tiene un valor muy especial para el gobierno de Washington. Porque los norteamericanos quieren fastidiar al gobierno chino pero sin interferir con los buenos negocios y sin crear irritaciones políticas directas que puedan enconar demasiado a los ‘fondos soberanos’ de Beijing, que tienen cogida a la superpotencia por sus partes más sensibles. Siendo el parlamento noruego el responsable del premio, él es quien atrae sobre sí la furia ‘beijinesa’.

El tercer favor ha sido darle el Nobel de Literatura a Mario Vargas Llosa, un prolífico literato que ha repartido su tiempo casi exactamente por la mitad entre la literatura y una labor incansable de propagandista del sistema imperante en el mundo, a tal punto que puede resultar el último superviviente de un pensamiento tan subordinado al imperio que se ha quedado casi sin adeptos fuera del núcleo duro de intereses del sistema. Acusado de plagio, acusado de complicidad con militares peruanos que masacraron a un puñado de periodistas, acusado de no haber pagado nunca impuestos en su país (al menos hasta 1990, cuando fue candidato a presidente), ninguna de esas terribles dudas (que en Perú son menos dudosas: ver la página web del periodista español José Luis Morales) fue aireada en estos días. La unanimidad de los elogios, en toda la gama que va desde el azúcar más refinado hasta edulcorantes casi nauseabundos, es lo que más valoriza el golpe político: propagandista de Margareth Thatcher tanto como de los presuntos socialdemócratas españoles, por ejemplo (cualquier parecido con Olof Palme es mera coincidencia), según convenga en cada momento al imperio, Vargas Llosa parece estar en ese Olimpo de los intelectuales que pone a resguardo su papel de machacón portavoz imperial.

¿Gustará a los suecos haber perdido su papel de grandes reformistas del sistema para convertirse en ‘maitres’ de la gastronomía imperial? ¿Será eso, hoy, hacerse el sueco?

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